No puedo leer el libro de Los Hechos sin avergonzarme. Los apóstoles vivían y ministraban en el ámbito de lo milagroso. Incluso, hombres comunes y corrientes como Esteban y Felipe, hombres que servían las mesas, eran poderosos en el Espíritu Santo, hacían milagros y despertaban ciudades enteras. Los ángeles se les aparecían, rompiendo sus cadenas y sacándolos de cárceles de máxima seguridad. Tenían visiones poderosas, claras y detalladas.
Pedro estaba tan lleno del Espíritu Santo, que llevaban los enfermos a las calles en sus camas y lechos, para que su sombra pudiera caer sobre ellos y sanarlos (Hechos 5:15). Cojos eran sanados y se iban saltando al templo y milagros eran registrados: "Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían"(Hechos 19:11-12).
¿Por qué no podemos vivir hoy en tales circunstancias? Dios no ha cambiado; ¡nosotros sí! El mismo Señor está con nosotros, tenemos las mismas promesas y Dios está más que dispuesto a hacerlo otra vez. Pero, por desgracia, hoy en día existe la idea de que no necesitamos lo milagroso. Se dice: "Esta generación tiene una revelación mayor; es más educada, tiene más conocimiento. No esperamos que el Señor obre hoy como lo hizo entonces, porque eso fue necesario solamente para establecer la iglesia".
Mi respuesta a ello es que si los milagros fueron necesarios para establecer la Iglesia, éstos son más necesarios al final de la era de la Iglesia. Hombres malvados se han vuelto peores y peores, mientras el pecado está abundando aún más. Los engañadores han aumentado, la violencia ya no se puede controlar y el infierno ha ampliado sus fronteras. Satanás ha descendido con gran ira. A medida que las doctrinas de demonios fluyen como un río, la apostasía se pone cada vez peor.
Estamos viviendo en la gran caída. El aborto ha llenado la tierra con culpabilidad de sangre. Nuestra juventud está fuera de control con la cocaína, el crack, la heroína y el alcohol esparciéndose incluso en las escuelas, devastando y matando, convirtiendo adolescentes en enfermos, ladrones y asesinos. Las nuevas enfermedades se están extendiendo por todo el mundo.
¡Necesitamos más de Jesús, más de Su poder salvador y sanador que en ninguna generación anterior! Los apóstoles sabían cuál era el costo de lo milagroso y lo pagaron sin dudar, pero nosotros no hemos estado dispuestos a pagar el precio.