La Biblia tiene hermosos relatos de reconciliación humana. En el Antiguo Testamento quizá la más vívida de esas historias es el reencuentro de dos hermanos: Esaú y Jacob. En el Nuevo Testamento una de las cumbres de la reconciliación la encontramos en aquel interminable abrazo entre el padre amante y el hijo pródigo.
La falta de reconciliación entre los hombres, y aun entre los hermanos, es uno de los daños más grandes que podemos causarle a la obra de Dios. Muchos fieles creyentes han llevado por años la pesada carga de enemistades, resentimientos y rencores. Quizá ya sea tiempo de quitarse esa carga.
Filemón era un rico ciudadano de Colosas al que Pablo convirtió a la fe cristiana después de uno de sus viajes misioneros. Onésimo, esclavo de Filemón, había huido de su amo y para escapar de su castigo se había refugiado en Roma. Allí conoció a Jesucristo por intermedio de Pablo, quien después de bautizarlo lo devolvió a su dueño con una breve carta de recomendación, que es todo un modelo de reconciliación.
JORGE GALLI
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