En esta vida suceden muchas cosas inesperadas, ¿no es cierto? Una mujer embarazada lo descubrió estando en la sala de espera de la clínica. Un niño de unos cuatro años se le acercó y le preguntó:"¿Por qué tiene el estómago tan grande?" La mujer respondió: "Es que voy a tener un bebé."
"¿El bebé está en su estómago?" - le preguntó el niño. "Sí, está en mi estómago", respondió la señora. El niño, algo perplejo, le preguntó: "¿Es un buen bebé?" "Sí", dijo la señora, "es un bebé muy bueno", pensando dentro de sí que era muy tierno este niño con sus preguntas tan inocentes.
La siguiente pregunta, sin embargo, fue algo inesperada. Con una expresión aún más perpleja y sorprendida que antes, el niño preguntó: "Entonces, ¿por qué se lo comió?" No estoy seguro qué dijo la señora en respuesta, pero ¡sí estoy seguro que no es esperaba esa pregunta! Fue algo totalmente inesperado.
Como creyentes, nosotros tenemos una tarea. Dios nos ha llamado a compartir la esperanza que tenemos en Cristo, pero a veces las oportunidades para hacerlo vienen en el momento más inesperado. Hoy veremos un gran ejemplo de esto. Mientras lo escuchas, te invito a preguntarte:¿cuáles son las oportunidades inesperadas que Dios me está dando a mí?
Esta oportunidad se les presentó a Pablo y Silas durante su segundo viaje misionero. Llegaron a la ciudad de Filipos, donde se estableció una Iglesia. Más tarde, Pablo les escribió una carta que llegó a formar parte de nuestra Biblia, la carta a los Filipenses. Durante su tiempo en Filipos, Pablo y Silas tuvieron un encuentro con una joven que estaba bajo el poder de un demonio.
Este demonio le daba poderes de adivinación. Ella podía decirle la suerte a la gente, pero era por el poder del espíritu maligno que la controlaba. Era esclava, y ganaba mucho dinero para sus amos con sus capacidades. Ella empezó a hostigar a Pablo y Silas, diciéndole a la gente que ellos les anunciaban el camino de salvación - pero lo decía en forma de burla.
Después de varios días de esto, Pablo reprendió al espíritu y lo mandó, en el nombre de Jesucristo, que saliera de la muchacha. En ese momento el espíritu la dejó. Ella quedó libre, pero ya no podía ganar el dinero que antes ganaba. Como resultado, sus amos se apoderaron de Pablo y Silas y los llevaron ante las autoridades. Les acusaron de causar un disturbio.
Las autoridades mandaron azotar a Pablo y Silas, y luego los echaron a la cárcel. Fue en la cárcel que tuvieron la oportunidad inesperada. A eso de la medianoche, Pablo y Silas se encontraban orando y cantando himnos a Dios. Mientras los demás presos los oían, un fuerte terremoto sacudió la cárcel.
Por la fuerza del terremoto, las puertas de la cárcel se abrieron, y las cadenas de los presos se cayeron. También despertó el carcelero. Al ver que las puertas de la cárcel se habían abierto, se imaginó que todos los presos se habían escapado. Para él, esto sería una sentencia de muerte. Por lo tanto, decidió terminar con su vida de una vez. Sacó su espada, y estaba a punto de matarse, cuando Pablo le gritó: "¡No te hagas daño! Todos estamos aquí."
Entonces el carcelero tomó una luz y entró a donde estaban Pablo y Silas. Echándose a sus pies, les preguntó: "Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?" Pablo le respondió: "Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos". El carcelero los llevó a su casa para lavarles las heridas, donde ellos le expusieron a su familia la Palabra de Dios. Todos los miembros de su familia escucharon el mensaje, lo recibieron y fueron bautizados. A esas horas de la noche, compartieron una cena, muy alegres porque habían creído en Dios.
Leamos esta historia en Hechos 16:25-34 Como a medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios, y los presos los escuchaban. De repente se produjo un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel fueron sacudidos; al instante se abrieron todas las puertas y las cadenas de todos se soltaron. Al despertar el carcelero y ver abiertas todas las puertas de la cárcel, sacó su espada y se iba a matar, creyendo que los prisioneros se habían escapado. Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí. Entonces él pidió luz y se precipitó adentro, y temblando, se postró ante Pablo y Silas, y después de sacarlos, dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos respondieron: Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y toda tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él los tomó en aquella misma hora de la noche, y les lavó las heridas; enseguida fue bautizado, él y todos los suyos. Llevándolos a su hogar, les dio de comer, y se regocijó grandemente por haber creído en Dios con todos los suyos.
Sería fácil leer esta historia como algo muy extraño. Podríamos pensar que Pablo, como apóstol, es diferente de nosotros. Pero todos hemos sido llamados por Jesús a ir y hacer discípulos. Aunque no todos seamos misioneros a otros países, todos hemos sido enviados como mensajeros a los lugares donde nos encontramos.
Por eso, esta historia es un ejemplo para nosotros. Como Pablo y Silas, tenemos que estar preparados para compartir la esperanza de Cristo en circunstancias inesperadas. Dime: ¿qué harías tú, si te metieran injustamente a la cárcel por ayudar a alguien en el nombre de Jesús? Quizás te lamentarías. Puede ser que estarías orando, pero no con alabanzas a Dios, sino con quejas. A lo mejor estarías planeando como salir lo más pronto posible de allí.
Lo último que esperarías es tener una oportunidad para compartir el evangelio. Pero esto fue precisamente lo que Dios les dio a Pablo y a Silas. La razón por la que ellos estaban preparados para aprovechar esa oportunidad es simplemente porque podían ver más allá de sus circunstancias. Aunque estaban en la cárcel, habían tomado la decisión de levantar su mirada hacia Dios y alabarle.
Si vamos a estar preparados para compartir la esperanza de Cristo en circunstancias inesperadas, tenemos que tomar la decisión consciente de alzar los ojos al cielo y alabar a Dios. En todo momento, en toda situación, es sólo si recordamos quién es Dios y confiamos plenamente en El que podremos hablarles a otros.
De otro modo, lo que está pasando alrededor de nosotros se convertirá en una venda que opacará nuestra vista. Nuestra atención se centrará en nosotros mismos, y no podremos ver lo que Dios está haciendo a nuestro alrededor. Una canción que muchos han cantado refleja esta verdad: "Levanto mis manos, aunque no tenga fuerzas; levanto mis manos, aunque tenga mil problemas."
Es sólo al levantar tus manos en adoración que podrás prepararte para lo que Dios quiere hacer a través de ti. Las oportunidades vendrán en las circunstancias más inesperadas, y la alabanza es la única preparación. Así lo vemos en el ejemplo de Pablo y Silas.
Pero no sólo nos llama Dios a compartir la esperanza de Cristo en circunstancias inesperadas, sino que también nos llama a compartir su esperanza con personas inesperadas. Podríamos esperar que Pablo y Silas compartirían el evangelio con los demás presos, y seguramente lo hicieron.
Pero ¿quién se imaginaría que compartirían el evangelio con su carcelero? La misma persona que injustamente los retenía allí en la cárcel, que no se había interesado por su bienestar antes del terremoto, ahora recibe el mensaje de salvación. Ellos no se habían propuesto alcanzar a este carcelero; él no fue uno de sus prospectos. Pero el Señor les dio la oportunidad de alcanzarlo, y no sólo a él, sino a toda su familia también.
¿A quién te ha puesto Dios en el camino? ¿Estás dispuesto a hablarle a cualquiera? ¿Estás dispuesto a compartir la esperanza de Cristo en cualquier oportunidad? Podría ser con tu patrón. Podría ser con alguien de otra raza o de otro idioma. Podría ser con alguien que te hizo daño en el pasado, pero que ahora está en crisis.
¿Estás dispuesto a poner a un lado lo que te separa de esa persona y compartirle el mensaje de salvación? ¿Estás dispuesto a construir puentes para el evangelio, aun con las personas más inesperadas? No pierdas las oportunidades que Dios pone en tu camino.
Algunos días atrás, me encontraba muy agotado. No había descansado durante varios días, por diferentes razones, y casi ni podía pensar. Tenía un estudio bíblico programado con algunos trabajadores del campo, pero pensé seriamente en cancelar el estudio. Sin embargo, sentí que debía ir, y me fui.
Cuando llegamos al campamento, casi no había nadie. Pocos nos acompañaron en el estudio. Pensé dentro de mí: "Qué pérdida de tiempo". Empezamos el estudio con sólo tres personas, aunque luego llegaron otros dos. Al final del estudio, les di una invitación a los que quisieran aceptar a Cristo, realmente sin pensar que hubiera respuesta alguna. Para mi sorpresa, uno de ellos dijo que sí, que quería orar para aceptar a Cristo en su vida. Oramos juntos, y Jesús entró en su corazón.
Las oportunidades que Dios nos da suelen llegar en momentos inesperados y hasta inoportunos. Fácilmente podría haberme dejado llevar por el cansancio y cancelado esa reunión. Pero me habría perdido la bendición de ver a otra alma entrar al reino de Dios. En realidad, fue el Espíritu Santo quien me fortaleció para poder aprovechar esa oportunidad.
Dios también te dará oportunidades para compartir tu fe, pero lo más seguro es que llegarán en momentos inesperados e inoportunos. ¿Cómo responderás? ¿Estarás preparado en circunstancias inoportunas, porque estás alabando a Dios? ¿Estás preparado para compartir con cualquiera, aun el menos esperado?
Quizás en esta mañana, al escuchar la historia, la persona con quien te identificaste fue el carcelero. Te has dado cuenta de que no has recibido la salvación, pero quieres conocer a Jesús. En esta mañana, te invito a que lo conozcas. Las palabras de Pablo son también para ti: "Cree en el Señor Jesús, y serás salvo." No esperes más. Ven hoy a Él.