Al iniciar sus estudios universitarios, la hija de un pastor amigo buscó una compañera con la cual poder orar. La que le respondió con buena disposición era otra alumna de primer año, de fe católica. El primer encuentro de las dos para orar resultó aleccionador para la hija del pastor. Al terminar su oración inicial la compañera mencionó que le pareció extraña.
«¿Por qué?» le cuestionó. «Pues solo hablas tú. No das tiempo para escuchar a Dios.»
Su observación me ha hecho pensar mucho. ¿Cuántos de nosotros hemos aprendido que el tiempo de silencio, de espera, de prestar atención a la voz de Dios, es tan importante como la expresión de nuestras peticiones y aun de nuestra acción de gracias? Solemos articular nuestra oración... y terminamos diciendo «Amén»... ¡A otra cosa!
Podemos aprender algo sobre esto del profeta Habacuc. Después de expresar a Dios su confusión y su clamor, terminó diciendo:
Me mantendré alerta, me apostaré en los terraplenes; estaré pendiente de lo que me diga, de su respuesta a mi reclamo. Habacuc 2:1
El Salmo 46 exalta al Señor porque «es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia». Luego, cuando Dios habla en el versículo 10, dice: Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios. ¡Yo seré exaltado entre las naciones! ¡Yo seré exaltado en la tierra!
Para poder aprender, es necesario esperar y escuchar. A veces me he preguntado por qué en mi formación para el ministerio me enseñaron a hablar y predicar, pero poco énfasis se puso en la necesidad de enseñarme a escuchar.
No solo en la oración se nota nuestra falta de espera y nuestra reticencia de guardar silencio. Hablamos mucho porque suponemos que seremos oídos por la abundancia de nuestras palabras. La exhortación de Santiago es bastante severa al respecto:
Si alguien se cree religioso pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada. Santiago 1:26
Obviamente, no está hablando solo de la oración sino de la tendencia de poner en marcha la lengua antes de pensar bien.
No me limito a pensar en el valor del silencio en relación solo con la oración. Cuánto más pasa el tiempo, me doy cuenta que es más importante escuchar que hablar. No aprendo mucho cuando hablo, pero puedo aprender bastante cuando escucho. Y he observado que cuando me mantengo en silencio delante de Dios, mi corazón se vuelve más apercibido.
En el propósito de Dios, el silencio es más que la ausencia de palabras. El silencio ocupa un espacio que se dedica para prestar atención, para orientar los pensamientos, para meditar y contemplar y para elaborar un juicio sano. Sirve también para calmar los nervios y aquietar el alma. La agitación y la energía nerviosa poco aportan para adelantar los intereses de Dios.
En el desarrollo de nuestro culto, no todo se logra con la voz nuestra. Necesitamos momentos para pensar, para guardar silencio en la presencia de Dios, para evaluar lo que él está diciendo a nuestro corazón.
Apocalipsis, el último libro de la Biblia, revela muchas escenas celestiales... más que cualquier otro libro de la Biblia. Nuestro conocimiento de la actividad que distingue a los seres que viven en la presencia de Dios se desvela en este libro maravilloso. Se refiere especialmente al tiempo del futuro, a los juicios divinos, a los ángeles y al Cordero sacrificado que está sentado en el trono del universo. Nos enseña sobre la adoración verdadera y sobre el gobierno de Dios.
Varios capítulos en medio del libro cuentan de los ángeles que tocan trompetas que anuncian el inicio de los distintos procesos del juicio de Dios. Pero curiosamente, antes de que esos ángeles toquen sus trompetas, el escritor observa en Apocalipsis 8:1:
Cuando el Cordero rompió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo como por media hora. Me llama mucho la atención esa afirmación: «Hubo silencio en el cielo como por media hora».
Evidentemente, ¡el cielo es muy sonoro! Las escenas previas que describe el apóstol Juan nos cuentan de «millares de millares y millones de millones» de ángeles alrededor del trono que... cantaban con todas sus fuerzas:
¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza! Apocalipsis 5:12
De modo que cuando declara en el capítulo 8 que «hubo silencio... por media hora», ¡es todo un acontecimiento! Y ese silencio de ninguna manera es un vacío, una ausencia de actividad. Representa asombro, reverencia, atención, espera. Da tiempo para preparar el corazón para lo que viene. Requiere que se contemple lo que acaba de ocurrir al abrir los sellos del juicio de Dios y que se disponga para el desarrollo completo del propósito divino.
Creo que es tiempo de evaluar la importancia del silencio. Mi vida se ha caracterizado por la actividad, la predicación, el movimiento, el ejercicio de mis fuerzas. Pero quiero aprender más sobre el valor de la contemplación, la sabiduría, las palabras de Dios y su gran propósito en la tierra. Creo que para ser fructíferos en el sentido espiritual, mucho depende de que aprendamos a escuchar la voz de Dios y valorar sus palabras, su orientación en nuestra vida.
Aprendamos en nuestros tiempos de oración, devoción y culto que el silencio tiene gran valor; la contemplación del Señor requiere la dedicación de nuestro corazón y voluntad. Pensemos bien antes de hablar y antes de actuar. Estemos seguros de los pasos que él quiere que demos. Prestemos atención a la voz de Dios. Luego, marchemos adelante con confianza y fe.
PARA PENSAR Y CONVERSAR Orville Swindoll email: swindoll@att.net www.orvilleswindoll.com
¿Qué significado tiene el silencio para ti? ¿Por qué solemos temer o rechazar el silencio? ¿Qué podemos aprender en el silencio?
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