Parte
21
No
quisiera dejar en el tintero ningún pasaje importante de mi vida como
jovencillo, ya que mi vida fue muy rica en toda clase de peripecias, como esa,
en que una ocasión nos fuimos a robar una gallina, el Quirín, Pancho ¿o Jorge?
y yo, atrás y a un costado del terrenote de Don Darío, y la verdad que a mi no
me gustaba ese deporte porque a veces no les importaba que fueran pollitos,
sino que lo importante era sentir la emoción y el chorrear de la adrenalina al
saber que estábamos haciendo lo incorrecto impunemente, pero no contábamos esa
vez, que la gallina que agarró Quirín por el pescuezo, la qué, al estar dándole
vueltas para que pasara a mejor vida, hizo un escandalazo que motivó la salida
alarmante de la dueña, y patas para que las quiero, que tiramos la pobre
gallina moribunda y que nos vamos a esconder cada quien a su casa; pasados
algunos momentos, tocaron a la puerta de la casa y ¿ que creen ?, era la dueña
de la gallina, misma que la llevaba en una mano toda "descuajaringada"
y le fue a reclamar a mi mamá lo que su hijito había hecho, y que le cobra la
gallina, y mi mamá que se la paga, y que yo recibo una gran regañada por lo
hecho, pero lo más "chistoso del cuento," es, que la misma señora,
momentos antes, también les fue a cobrar la gallina a las mamás de mis cuates y
también ¡se la pagaron! y de ribete se llevó su canija gallinita, chulo
negocito ¿ no creen ?
O
esa otra en la que en una ocasión, Manuel, Pancho y yo, tramamos irle a pedir prestadas
(si chucha) unas gallinas a Don Enrique Vargas para hacer, como era la
costumbre de la pandilla, un caldazo de gallina en alguna de las fincas
aledañas o en el montecito arriba de mi casa (para esto, siempre le sacábamos a
nuestras mamás, platos, ollas de peltre, cucharas y cuchillos que muy difícilmente
volverían a ver).
Como
de pura casualidad Don Enrique no estuvo, echamos suertes para ver quién de
nosotros se brincaba la barda, y ya dentro del patio de la casa, atrapar a las
gallinas y aventarlas a una huerta que se encontraba en frente de su casa en
donde nos encontrábamos Pancho y yo porque Manuel fue el agraciado.
De
repente vimos volar una y otra gallina a la huerta, y para nuestro asombro,
¡venían aleteando pero sin cabeza!, y Manuel al regresar a donde nosotros
estábamos, que nos dice que les arrancó la cabeza pisándoselas contra el suelo
y jalándolas, para que Don Enrique, cuando se diera cuenta, creyera que se las
había llevado un tlacuache. ¡Qué corazón!
Recuerdo también que en otra ocasión, se nos
atravesó en nuestro camino un ganso y ¡papas!, que le damos cuello y que nos
vamos a prepararlo bajo un árbol en el monte de arriba de mi casa para
saborearlo, por supuesto que borrábamos toda huella que después nos inculpara,
y enterrábamos las plumas y la cabeza de los animalitos que cazábamos. En eso
estábamos cuando llega el Darío muy preocupado por un ganso que se le había
perdido a su mamá, y por supuesto que nosotros le dijimos que no lo habíamos
visto pero que le invitábamos a comer de nuestro guiso de " gallina "
y aceptó, comimos opíparamente aunque la carne estuvo un poco dura, y después
lo acompañamos a buscar su ganso perdido, mismo que no pudimos hallar porque se
encontraba en nuestras barrigas, incluida en la de su propio dueño. ¡A qué
cosas.
También
ya de jóvenes, nos gustaba mucho salir de excursión con un amigo que se había
cambiado no hacía mucho tiempo, a vivir al barrio, y como él seguido salía de
excursión con sus antiguas amistades, nos platicaba de sus aventuras y nos interesó
en quererlo hacer también nosotros, su, nombre Luis Rechy un joven más alocado
que nosotros pues el coleccionaba huesos y calaveritas de diferentes animales,
así como objetos que recolectaba en sus excursiones al Cofre de Perote, al
Volcancillo, a las grutas de Apazapam, y de otros muchos lugares que él
visitaba, incluyendo huesos y cueros de serpientes, y algunos objetos que
"tomaba prestados" como placas de señalamientos de tránsito y cosas así
por el estilo; también al igual que yo, tenía gusto por el dibujo y la pintura
lo que hizo que nuestra relación fuera estupenda, tan era así que el primer
taller de serigrafía que Manuel y yo pusimos, fue en el patio de su casa que
tenía varias habitaciones desocupadas, por lo que nosotros tomamos una para ello.
Hablar
de Luis Rechy tiene también su gran importancia, ya que aparte de saber ser un
buen amigo, congeniábamos tan bien en lo personal, que juntos pasábamos mucho
tiempo pintando paisajes a la acuarela, retratos de personas al carbón y a la
sanguina y dibujos a lápiz; recuerdo qué, en lo que yo pintaba un paisaje de
una canoa en un río a la acuarela, o cualquier otro dibujo, el se enfrascaba en
lo macabro pues le gustaba dibujar cruces, ataúdes, colgados, ahogados, gente
en actitud de gran sufrimiento, o en actitudes y formas distorsionadas, un
verdadero caso, estilo que conservó toda su vida pero perfeccionado, ya que él
se desenvolvió profesionalmente en las Artes Plásticas en varias de sus
diferentes manifestaciones.