Parte 44
Y así empezó a manifestarse algo en mi mente para que fuera conducido a encontrar el consejo adecuado que me permitiera salir poco a poco de esos terribles problemas en los que por mi soberbia y voluntad me había metido. Y sin decidirme a caminar plenamente con el Señor esto fue lo primero que me hizo conocer a través de su Palabra: Mientras vas donde las autoridades con tu enemigo, aprovecha la caminata para reconciliarte con él, no sea que te arrastren delante del juez y que el juez te aplique la justicia y te echen a la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de ahí sino cuando hayas pagado hasta el último centavo. (Lucas cap. 12: v 58 al v 59)
Así que por principio de cuentas y sin estar seguro de ello y como un recurso más, le pedí al Señor darme la confianza y el valor suficiente para presentarme en el juzgado para conocer de la demanda y saber a que me estaba enfrentando, y para mi tranquilidad, sólo se requería mi presencia para declarar en torno al hecho sin haber alguna orden de aprehensión en mi contra como se me había hecho creer y que me había hecho necesitar ser acompañado por mi hijo por cualquier evento en mi contra que pudiera suceder, ya que por falta de decisión para enfrentar mis responsabilidades, me hizo caer en ciertas situaciones incorrectas para creer en soluciones que a nadie recomiendo.
Ese día, estuvieron retumbando en mi mente esas palabras, tanto que esa noche al acostarme a dormir, le pedí al Señor, según me había aconsejado el hermano cristiano, que él me acompañara a entrevistarme con la persona que me había demandado para que pusiera en mi boca las palabras adecuadas para alcanzar una reconciliación con ella y que las cosas no pasaran a mayores mediante un arreglo que lo satisfaciera y que yo trataría de cumplir con la ayuda del Señor.
Esa noche pude dormir como hacía tiempo no lo había hecho, porque estaba invadido de una tranquilidad nunca antes experimentada, ya que me sentía extrañamente reconfortado aunque mi fe en él carecía de un verdadero sustento, sin embargo se estaba gestando en mí el querer conocerlo más en forma un poco diferente a como yo había sido enseñado.
Llegó el día, e invoqué sin creer en verdad, el Nombre de Jesús para ver que sucedía, y me encaminé al lugar donde se encontraba la persona que me demandó, y después de platicar con él, accedió a llegar a un arreglo que pondría fin a la demanda que interpuso en contra mía, a lo cual su abogado lo presionaba para no hacerlo porque implicaría otorgarme el perdón delante de la justicia y darse por pagado y finiquitado el asunto, sin embargo mi acreedor prefirió hacer un nuevo convenio conmigo. Para esto, su abogado ideó un convenio en el cual se triplicaría la cantidad adeudada ya que se me darían cinco años ( 60 meses ) para saldar la deuda, y además, este nuevo convenio, en caso de no cumplir con él, sería un arma en mi contra en caso de ser necesario.
Cuando se venció el primer mes para hacer el primer pago, recibí la visita de mi acreedor junto con su abogado para cobrarlo, y como desafortunadamente no pude tener el dinero para solventarlo, el abogado me amenazó con cargar el 20% más a la cantidad pactada como interés moratorio y profirió otras amenazas que ustedes pueden imaginar.
Entonces, y sin tomar en cuenta al abogado, hablé con mi acreedor explicándole que la situación por la que estaba atravesando no me había permitido cumplir con ese compromiso y le dije que si quería que le liquidara ese primer pago con una computadora y una impresora que tenía, así como un juego de sala, ya que uniendo el costo de las tres cosas cubriría más del doble del compromiso.
Aceptó, y posteriormente envió un vehículo para llevarse las cosas, con lo cual se dio por cumplido el primer pago.
Esa noche al acostarme hasta cierto punto tranquilo porque mi esposa me había apoyado en esa decisión, volví a escuchar ese largo y agudo sonido, esta vez ya sin miedo porque a pesar de que era tocado y paralizado como por un rayo sabía que era la forma en que tenía contacto y comunicación, tal vez con el Señor o alguien enviado por Él. Y volví a escuchar esa hermosísima voz llena de un amor infinito, y esas risas que parecían venir de un coro de niños: ¡José Luis, José Luis, José Luis! y en mi mente contesté: ¡Aquí estoy, Señor!