Aunque las vasijas de barro son baratas, ordinarias y desechables también son sorprendentemente duraderas. Pueden aguantar una enorme cantidad de tensión y maltrato. Aun astilladas todavía pueden ser útiles. Uno las puede restregar todo lo que quiera y no se desgastan. El calor prolongado de un horno no las daña. Por supuesto, pueden romperse, pero además de eso no hay muchas cosas que puedan arruinar a una vasija de barro.
El liderazgo de Pablo tenía esas mismas características. Él describió su vida de constantes pruebas en 2 Corintios 4. 8-9: «Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos».
Sí, él era una vasija de barro, de alguna forma frágil, rompible, reemplazable, sin valor. Pero no lo subestime tampoco. Él era una vasija de barro fuerte, no una porcelana frágil. Esta cualidad es absolutamente esencial para cualquiera en el liderazgo: El líder es resistente.
Eso es un verdadero compañero de la virtud de la humildad. El líder, aunque conoce sus propias debilidades, debe ser fuerte y robusto.
Los líderes siempre tienen pruebas. Después de todo, el liderazgo tiene que ver con las personas y estas causan problemas. Algunas de ellas son los problemas. El líder, aunque sepa de su propia fragilidad, debe encontrar fuerzas para aguantar cualquier tipo de prueba incluyendo la presión, la perplejidad, la persecución y el dolor. Observe que Pablo habla de las pruebas en una serie de cuatro contrastes vívidos (atribulados, no angustiados; en apuros, no desesperados; perseguidos, no desamparados; derribados, no destruidos).
Para aquellos que acusaban que las debilidades de Pablo invalidaban su ministerio, les respondió que había sido lo suficientemente fuerte para aguantar cada una de las terribles experiencias que enfrentó. Lo que no lo podía matar lo hacía más fuerte. Pablo (igual que una vasija de barro) era humilde, pero duradero. Estaba muy consciente de todas sus debilidades. Pero al mismo tiempo, era fuerte en esas debilidades (2 Corintios 12.10).
No hay nada más cercano a Cristo que esa clase de fuerza en la debilidad: «Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros» (2 Corintios 13.4). Una vez más vemos que la fortaleza detrás de nuestra resistencia es el poder de Dios. Aquel líder que es llamado, capacitado por Dios y depende totalmente de Dios para obtener su fuerza tiene recursos infinitos. ¿Resistente? Ese líder es prácticamente invencible.
Pablo no era de la clase de alfarería decorativa que se pone en un estante en algún lugar. Era una vasija creada sin misericordia. Había sido maltratado por personas que estarían felices de verlo romperse en miles de pedazos. Las circunstancias de su vida y su ministerio pasajero le aña- dieron también muchos obstáculos además de la tensión de tratar con las personas.
Pablo escribió: «Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo», en 2 Corintios 1.5; «pues fuimos abrumados so- bremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte» (vv. 8-9). «Antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos» (6.4-5).
Esto no era nada nuevo para él. En su epístola anterior a la iglesia de Corinto, escribió: «Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos» (1 Corintios 4.11-13).
Tomado del libro Llamado a Liderar © 2011 por John MacArthur. ISBN 978-1-60255-437-5. Usado con permiso de Grupo Nelson.