Yo siempre me hacía preguntas como estas, ¿por qué unas iglesias crecen y otras no? ¿Por qué algunos cristianos son bendecidos y otros no? ¿Tengo que buscar la bendición de Dios o simplemente esperarla? ¿Tengo que buscar a mi esposa o espero que llegue?
Tal vez nos hagamos esta misma pregunta con respecto a la presencia de Dios, ¿lo tenemos que buscar o lo esperamos? Dios respondió mis preguntas en un artículo que leí hace muchos años en la revista Ministry Today. Este artículo decía que aunque a Dios le gusta hacer las cosas por nosotros, Él prefiere trabajar con nosotros.
En este artículo el pastor Hee Kong contaba algo acerca de la iglesia City Harvest en Singapore. Ellos empezaron la iglesia y, por la gracia de Dios, en solo tres años pasó de tener una asistencia de veinte personas a tener mil trescientas personas. Esto es lo que muchos llamarían un avivamiento, Dios los estaba bendiciendo y estaba obrando a favor de ellos. Pero luego de un tiempo y sin razón alguna la iglesia dejó de crecer. Durante tres años hicieron todo lo posible para que siguiera creciendo, pero la iglesia se quedó estancada en mil trescientas personas. En ese tiempo se dedicaron a consolidar y a discipular a los creyentes. La iglesia también se fortaleció en oración, guerra espiritual y liberación. Hicieron producciones en vivo de la alabanza y la adoración, pero nada lograba reactivar el crecimiento de la iglesia hasta que un día Dios le habló al pastor y le dijo: «A partir de hoy todo tiene que estar fundamentado en estos dos principios: Amar a Dios y amar a las personas. Si logran sacar de las cuatro paredes de la iglesia la unción que les he dado, en un año voy a doblar la asistencia y les voy a dar un crecimiento que ustedes nunca imaginaron».
Y así fue que en menos de un año la iglesia pasó de mil trescientos a tres mil personas. Cinco años después ya tenían más de once mil personas.
Como fruto de esa experiencia el pastor aprendió que durante los primeros tres años Dios había trabajado a favor de ellos. Pero ellos no entendieron que el propósito de ese avivamiento no fue que Dios les hiciera todo el trabajo sino que fue empoderar a la iglesia para que saliera a cumplir la gran comisión.
Dios quiere trabajar a favor de nosotros, pero Él prefiere trabajar con nosotros como hizo con los discípulos.
«Los discípulos salieron y predicaron por todas partes, y el Señor los ayudaba en la obra y confirmaba su palabra con las señales que la acompañaban» (Marcos 16.20).
Tristemente, en un avivamiento, cuando Dios hace pone su favor sobre una iglesia, muchos toman una actitud pasiva y esperan que Dios lo haga todo. Es como cuando compramos un carro, tenemos dos opciones para pagarlo: a crédito o de contado. De todas formas lo tenemos que pagar, pero unos eligen pagarlo antes de disfrutarlo y otros después. Eso también sucede en un avivamiento, aunque por un tiempo una iglesia puede disfrutar de los beneficios del favor inmerecido de Dios, después tendrá que cumplir con la misión que Dios le dejó: atraer a las personas a Jesús, plantarlas en la iglesia, formar en ellas el carácter de Cristo, equiparlas para servir a Dios y vivir para adorar.
Esto también se aplica a una persona, a quien Dios ha bendecido o ha ungido a pesar de su carácter, tiene que trabajar muy duro en áreas de su vida para que su carácter llegue al mismo nivel que está la unción. Si no lo hace, la caída será desastrosa. Es por eso que aunque Dios quiere obrar a favor de nosotros, prefiere trabajar con nosotros.
Con respecto a la presencia de Dios. Algunos lo tienen simplemente por gracia, pero otros no, por eso debemos preguntarnos, ¿qué tenemos que hacer para atraerlo? ¿Qué hicieron hombres como David, Moisés, José o Job para conquistar el corazón de Dios? O mejor todavía, ¿qué hizo Jesús? Cuando Jesús se bautizó, el Padre expresa satisfacción cuando le dice:
«Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo» (Lucas 3.22).
Eso nos muestra que Jesús conquistó el corazón de su Padre porque todo lo que hizo desde que fue un niño, lo hizo para complacerlo.
«Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en el favor de Dios y de toda la gente» (Lucas 2.52, ntv).
El salmista menciona dos cosas que atraen la presencia de Dios: la santidad y la alabanza.
«Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel» (Salmos 22.3, rvr).
Entonces, si queremos conquistar el corazón de Dios, necesitamos empezar a trabajar en nuestro carácter y debemos disciplinarnos para alabarlo todo el tiempo.
Tomado del libro: ¿Cómo conquistar el corazón de Dios? Copyright © 2013 por Andres Corson (ISBN 978-0-8297-6322-5). Editorial Vida.