UN VIAJE LARGO
Hace muchos años, cuando era estudiante, me tocó manejar unos 1.600 km para celebrar la Navidad con mi familia. Este viaje largo, que debería haber durado unas 16 ó 18 horas, se convirtió en toda una odisea. Durante la primera parte del viaje, todo marchaba bien; iba en caravana con algunos amigos, para podernos ayudar si había problemas. Sin embargo, unas cuantas horas antes de llegar a mi destino, ellos llegaron al suyo y nos separamos.
Seguí a solas, y comenzaron los problemas. Se reventó una llanta; bueno, sólo fue un pequeño retraso. Puse la llanta de repuesto y continué con el viaje. Pero a los pocos kilómetros de viaje, volví a escuchar un sonido conocido. ¡Otra llanta se había reventado! Ya no me quedaba otro repuesto.
Lentamente, para no echar a perder la rueda, manejé de un pueblito a otro, buscando un taller abierto donde pudiera comprar una llanta. Lastimosamente, era un sábado por la tarde, y todos los talleres estaban cerrados. Por fin, un tío mío tuvo que manejar varias horas para traerme otra llanta; luego tuvimos que viajar para encontrar un taller abierto que lo instalara. Finalmente llegué a celebrar la Navidad con mi familia, treinta horas después de salir.
Eso sucedió hace más de veinte años, pero todavía lo recuerdo como si fuera ayer. ¡Los viajes largos no se olvidan! Pero hubo quienes hicieron un viaje mucho más largo para celebrar la primera Navidad, y un Bebé que hizo el viaje más largo de todos. Hoy vamos a escuchar su historia.
Vamos a recoger la historia unos 1.400 años antes del nacimiento de Cristo, cuando el pueblo de Israel caminaba por el desierto, antes de entrar a la tierra prometida. Era un pueblo numeroso, y se habían vuelto famosos por las hazañas que su Dios hacía a su favor. Al ver a esta gente acercarse a sus tierras, un rey llamado Balac tuvo temor. Si Dios peleaba por su pueblo, Balac se defendería con el mejor poder espiritual que conocía.
Decidió contratar a un tal Balán, un "profeta" que alquilaba sus servicios al mejor pagador. No era un profeta dedicado a servir al Dios verdadero; era un charlatán que negociaba con seres nefastos que le daban ciertos poderes oscuros. Balac lo contrató porque era el más poderoso de aquellos rumbos.
Pero Balán pronto descubrió que había uno mucho más poderoso que él. En el camino a maldecir al pueblo de Dios, su propio burrito le regañó. ¡Resulta ser que el gran Balán era más burro que un burro! Cuando por fin llegó a un lugar alto de donde podía ver al pueblo acampado sobre una gran planicie, las maldiciones que él procuró pronunciar contra el pueblo se convirtieron en bendiciones.
El Dios que creó la boca humana tomó la boca de Balán y la convirtió en un manantial de bendiciones para su pueblo. Aunque él trató de maldecir al pueblo de Dios, aunque intentó dar buen servicio a cambio del dinero que Balac le pagaría, no pudo. Dios cambió la maldición en bendición.
El poder de Dios no ha cambiado. Tú y yo, si somos seguidores de Jesucristo, si formamos parte del pueblo de Dios, no tenemos por qué temer la maldición. El pueblo de Israel ignoraba los planes de Balán, pero Dios se encargó de convertir su maldición en bendición. Puedes tener la seguridad de que, si alguien trata de usar algún poder espiritual maligno contra un hijo de Dios, Él todavía puede hacer lo mismo.
Muchas de las personas que viven en el mundo temen la brujería. Temen que alguien pudiera hacerles algún hechizo o conjuro. Para los que no forman parte del pueblo de Dios, es posible que esto suceda. Pero si la sangre de Cristo te cubre, no tienes por qué temer tales cosas. Mucho menos debes tratar de pagar con la misma moneda. Si tratas de defenderte con brujería de la brujería, te entregas en manos del enemigo.
Pero si tú te entregas a Jesús, todo es diferente. Si tú le entregas cada parte de tu vida, tu hogar, tu familia, tus posesiones, Él te protegerá con su poder. Hasta puede cambiar la maldición en bendición. ¡Confía en Dios! El cambió la maldición de Balán en bendición. Como parte de esa bendición, El pronunció las palabras que hallamos en Números 24:17 "Lo veré, mas no ahora; lo miraré, mas no de cerca; saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel, y herirá las sienes de Moab, y destruirá a todos los hijos de Set.".
Balán profetizó que, en el lejano futuro, surgiría un rey del pueblo de Israel. Sería poderoso y conquistador; no sólo reinaría sobre su propio pueblo, sino sobre otros pueblos también. Y este rey, de alguna manera, sería identificado con una estrella. Sería como una estrella que alumbra, y una estrella lo acompañaría en su llegada.
Vamos a avanzar casi novecientos años en la historia. Después de muchos siglos de desobediencia a sus leyes, el pueblo de Dios ha sido llevado lejos de su tierra. Se encuentran en exilio, en una tierra desconocida. El templo donde ellos adoraban a Dios ha quedado en ruinas. Los sacrificios que le daban para expiar sus pecados han cesado. Han tenido que abandonar sus hogares y sus tierras.
En realidad, este fue el momento más bajo en la historia del pueblo de Dios. Todo lo que Dios les había dado - su tierra, su rey, su templo - lo habían perdido a causa de la desobediencia. Sin embargo, en ese momento de mayor decepción, sucedió algo maravilloso. A lo largo de su historia, Dios le había dado a su pueblo su revelación en las Escrituras. Pero ellos habían guardado las Escrituras como si ese tesoro fuera sólo para ellos.
Dios ya les había dicho por medio de sus profetas que El desea que todo el mundo lo conozca. Por ejemplo, a través de Isaías declaró: "Escúchame, pueblo mío; óyeme, Israel, porque mi ley será proclamada y mi justicia llegará a ser una luz para las naciones." (Isaías 51:4 NTV) Ahora, en ese momento tan oscuro del exilio, la promesa de Dios se empezó a cumplir.
La Palabra escrita de Dios, la Biblia, empezó a llegar a más naciones. Algunas partes incluso se escribieron en arameo, el idioma del imperio babilónico que había llevado al exilio al pueblo de Dios. Muchos libros del Antiguo Testamento se convirtieron en materia de estudio para los sabios de otras naciones.
¡Qué maravillosa es esa realidad! En ese momento más bajo en la vida de su pueblo, Dios estaba obrando para su gloria y para traer salvación. En tus momentos más bajos, Dios también está obrando. Quizás no puedas ver su mano, pero no dudes de que está presente. Dios siempre está activo en la vida de tu pueblo. Nos llama a confiar en Él y ser obedientes, pase lo que pase a nuestro alrededor. Confía en que Él está obrando.
Ahora el escenario estaba preparado para el siguiente acto. Avanzamos casi 600 años en la historia para encontrar a un grupo de sabios, estudiosos de muchos libros, que conocían la profecía que había pronunciado Balán y que había quedado registrado en los libros sagrados de los judíos. Leamos su historia en Mateo 2:1-12 Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, he aquí, unos magos del oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle. Cuando lo oyó el rey Herodes, se turbó, y toda Jerusalén con él. Entonces, reuniendo a todos los principales sacerdotes y escribas del pueblo, indagó de ellos dónde había de nacer el Cristo. Y ellos le dijeron: En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta: "Y TU, BELEN, TIERRA DE JUDA, DE NINGUN MODO ERES LA MAS PEQUEÑA ENTRE LOS PRINCIPES DE JUDA; PORQUE DE TI SALDRA UN GOBERNANTE QUE PASTOREARA A MI PUEBLO ISRAEL." Entonces Herodes llamó a los magos en secreto y se cercioró con ellos del tiempo en que había aparecido la estrella. Y enviándolos a Belén, dijo: Id y buscad con diligencia al niño; y cuando le encontréis, avisadme para que yo también vaya y le adore. Y habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí, la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella, se regocijaron sobremanera con gran alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose le adoraron; y abriendo sus tesoros le presentaron obsequios de oro, incienso y mirra. Y habiendo sido advertidos por Dios en sueños que no volvieran a Herodes, partieron para su tierra por otro camino.
Estos hombres vivían lejos de la tierra de Israel, pero gracias al exilio, algunos libros del Antiguo Testamento habían llegado a sus tierras y se estudiaban, generación tras generación. Ellos sabían que un rey nacería para el pueblo judío, y que una estrella saldría para marcar su nacimiento.
Una noche, mientras observaban el cielo, lo vieron. ¡Una estrella nueva había salido! ¿Podría ser la estrella que esperaban? ¡Todo parecía indicar que esa estrella marcaba la llegada del rey prometido! Con gran anticipación, se prepararon para el largo viaje a Palestina. Hicieron sus maletas con tesoros preciosos para entregarle al nuevo rey.
Estos hombres, aunque no habían crecido como parte del pueblo de Dios, tomaron el conocimiento que tenían y estuvieron dispuestos a sacrificarse por conocer más. Dios los alcanzó, porque El ama a toda clase de personas. Dios no hace acepción de personas. Cuando los sabios por fin llegaron a donde estaba Jesús, le dieron valiosos regalos - dignos de un gran rey.
En su cultura, era importante traer regalos a un superior. Era una forma de mostrar respeto, y también de ganarse su favor. Normalmente, los regalos eran correspondidos. Pero el niño Jesús no tenía regalos para darles a los sabios. ¿Cómo podría corresponder a sus regalos de oro, incienso y mirra? ¿Qué les podría dar a cambio?
En realidad, El dio algo muy valioso a cambio. Al final de su tiempo en la tierra, antes de volver al cielo, Él mandó a sus discípulos a llevar su mensaje de salvación a todas las naciones, incluyendo la nación de donde habían venido estos hombres sabios. Ellos dieron oro, incienso y mirra; El da vida eterna y salvación.
Fue un camino largo el que recorrieron los sabios para llegar a Jesús. Fue un camino aún más largo el que Jesús recorrió del cielo a la tierra para traernos salvación. Ese camino Él lo recorrió por ti y por mí. Él ahora te ofrece este gran regalo de la vida, el perdón y la salvación. ¿Lo has recibido? ¿Le has correspondido a Jesús? Cristo hizo un viaje largo para alcanzarte, pero tu viaje no tiene que ser largo. En este mismo instante, puedes arrodillarte frente a Él como lo hicieron los sabios. Puedes conocerlo y entregarle el mejor regalo que tienes - tu propia vida.