Supongamos…
- Que recibes una gran felicitación de alguien a quien respetas mucho,
- O que diez personas han marcado con un “Me Gusta” algún comentario tuyo en Facebook,
- Mejor aún, te ponen como ejemplo de buen comportamiento delante decien personas,
- Subo la apuesta: mil personas te admiran tanto que construyen un club de fans,
- ¿Quieres más? Hablas o cantas delante de diez mil personas que han venido de todas partes para admirar un talento tuyo,
- Sumemos un “0” más. Cien mil sujetos cada día se postran ante una foto tuya y hacen reverencias ante su gran ídolo…
¿Eso sería suficiente para satisfacer tu narcisismo (necesidad de ser contemplados con grandiosidad y admiración por los demás)?
¿Pero qué sucedería cuando, aunque sea tan solo por un momento, no fueras el centro de atención? ¿Cómo podría ser que otro fuera el gran protagonista y tú quedaras a un costado?
¿Cuánta gloria será necesaria?
Trato cada día de ser más consciente sobre la Verdadera Grandeza, la Grandeza de Dios, el Gran y Amoroso Creador del Universo. Volvamos a los escenarios planteados al comienzo de esta reflexión y comparemos con la Verdadera Grandeza.
Por ejemplo, nos sentimos muy populares en nuestra ciudad en el mejor de los casos. Pero tu ciudad es parte de una Provincia o Estado. Allí ya comenzamos a tener un menor tamaño. Sigamos: esa provincia es tan sólo la parte de un país (más pequeños aún quedamos). El país es parte de un continente. El continente es parte de un inmenso planeta. El planeta es tan sólo una pequeñísima parte de un Universo Inmenso: Planetas, el Sol, Cometas, Asteroides, Meteoritos, Estrellas, etc. Y todo ese Universo responde a una perfecta coordinación. Dice el Salmo 147 en la Biblia que Dios llama a cada estrella por su nombre. ¡Cuánta precisión, genialidad, creatividad, poder, amor, belleza hay en el Creador!
¿Por qué uno el tema de la Grandeza de Dios con el narcisismo?
Porque creo que una de las mayores fuentes de enojo en el ser humano es el deseo de grandeza.
Porque creo que esa pretensión lleva a la permanente frustración, ya que es insaciable (aún para los más afortunados que gocen de cierta popularidad).
Cuando somos conscientes de quién es Dios, cuando somos reverentes (desde el respeto, no desde el miedo) ante Su Grandeza, allí comenzamos a ubicarnos un poco, y podemos desplegar una perspectiva más humilde y relajada ante todo y ante todos.
Contemplar Su Grandeza ridiculiza nuestro ego. Nos reposiciona. Nos quita la presión de ser siempre elegidos, admirados, nombrados, queridos, “divinizados”. Ya que ese lugar tan sólo le corresponde a Él.
Amigo, relájate. Sé reverente ante Dios. La humildad te quitará gran parte del peso que cargas en tu mochila. Valora que ese Ser tan Grandioso ha pensado en ti y te ha dado vida. Aprecia cualquier gesto de valoración, pero tan sólo como una demostración de afecto hacia tu persona. Como se dice en Argentina: “No te la creas”. Y cuando te sientas algo poderoso, párate frente al viento e intenta detenerlo; allí volverás al lugar que te corresponde… Sé libre, ya no juegues a ser Dios. Vivirás más feliz y menos enojado.
GUSTAVO BEDROSSIAN