Hoy somos más de siete mil millones de seres humanos respirando en este planeta, y sin embargo, nadie tiene tus mismas huellas digitales, y nadie tiene el mismo iris en sus ojos.
¿Por qué, entonces, hacer las cosas como los demás?
Dios no se equivocó al hacernos diferentes, sino al contrario. Dios nos hizo diferentes para que podamos regalarle al mundo una mirada que nadie más tiene y podamos dejar una marca con nuestras manos que nadie más puede dejar y cada vez estoy más convencido que esta singularidad anhela un romance apasionado con el plan de Dios para nuestras vidas y su intención detrás de su insistencia a que vivamos en santidad.
¿Qué es la santidad según la palabra de Dios, después de todo?
Cuando reviso la santidad bíblica y la contrasto con la santidad de la religión que se enseñó por siglos, me doy cuenta que la verdadera santidad es mucho más emocionante de lo que me contaron. Esta santidad es peligrosa para una vida chata. Es una asesina para la hipocresía y el conformismo y el más poderoso antídoto contra la falta de originalidad. Ser santos tiene que ver con confiar en Dios y su diseño y por eso es que no se puede ser santos sin fe y sin ser diferentes.
La santidad bíblica tiene que ver con disfrutar la emocionante aventura de hacer la voluntad de Dios para nuestras vidas. De entender el diseño divino detrás de nuestras personalidades y circunstancias y de abrazar el precioso propósito de nuestro destino.
Dios nos hizo especiales. Únicos y su historia entrelazada a la nuestra nos regala la belleza de su gracia para que el guión de nuestras vidas sea apasionante.
Si hasta ahora no te lo preguntaste, llegó la hora de hacerte esta pregunta: ¿Por qué siendo especial vas a vivir una vida común?
LUCAS LEYS
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