De entre todos los pueblos religiosos, los más difíciles de convertir son los musulmanes. Los misioneros cristianos saben que trabajar entre los animistas de África, los budistas de Japón, los confucionistas de China, los induistas de la India o los católicos de América Latina, resulta más fácil que trabajar entre los musulmanes.
Una de las razones es que el Corán dice que la apostasía es peor que el crimen, y pide la pena de muerte para quienes abandonan la fe del Islam. Y el musulmán tiene muy en cuenta esta advertencia.
Sin embargo, ahí está la orden de Jesús, como una estrella radiante que ha brillado a través de los siglos: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
Por todo el mundo. A los pueblos afines y a los pueblos diferentes. A las razas receptivas y a las razas polémicas, a las culturas desarrolladas y a las culturas atrasadas, a las naciones abiertas y a las tribus cerradas. A los fanáticos y a los tolerantes. A los negros y a los blancos, a los árabes, a los chinos, a los australianos, a los argentinos, a los ingleses, a los rusos. A todo el mundo, a todas las personas.
Los cristianos no podemos olvidar esto.
No existen fórmulas válidas para tener éxito en el trabajo entre musulmanes. Están extendidos por multitud de países cuyas leyes religiosas y civiles varían de un país a otro. Con todo, la consideración de los puntos que siguen puede ayudar a los cristianos que deseen compartir su fe cristiana con personas de religión musulmana.
1. Olvidar la Historia
Desde que el Islam hizo su aparición en Arabia en el siglo VII de nuestra era, los enfrentamientos armados entre cristianos y musulmanes fueron constantes. Basta con recordar aquí las cruzadas de la Edad Media. La Europa católica envió a sus mejores hombres a Oriente para combatir a los infieles y herejes musulmanes. Estas expediciones militares duraron prácticamente seis siglos; desde las postrimerías del siglo XI hasta la batalla de San Gotardo en el siglo XVII, después del asedio de Viena por el imperio otomano.
Por otro lado, cuando los pueblos musulmanes, política y económicamente débiles, son invadidos en el siglo XIX por Europa, principalmente Francia e Inglaterra, el mal ejemplo de aquellos cristianos no contribuyó en nada a la conversión de los musulmanes.
El primer acercamiento al mundo musulmán fue causa de todas las turbulencias históricas que levantaron muros de intolerancia y de odio.
2. Distinguir entre el Islam político y el individuo
El Islam es a la vez una religión y un concepto de Estado. Los estados islámicos no son bien vistos en Occidente. Las actuaciones políticas de hombres como Jomeini en Irán, Gadafi en Libia, Sadan Hussein en Irak, o el terrorista internacional Osama Bin Laden, enemigo declarado de Estados Unidos, han dado en Occidente una mala imagen del Islam.
Pero estamos obligados a distinguir entre los jefes políticos y los individuos que forman las naciones. Para Dios cuenta el individuo, no la masa. El musulmán que tenemos a nuestro lado no ha de ser necesariamente considerado como un terrorista político. Es una persona humana con un alma que ha de ser salvada para la eternidad.
Juan Antonio Monroy
Una de las razones es que el Corán dice que la apostasía es peor que el crimen, y pide la pena de muerte para quienes abandonan la fe del Islam. Y el musulmán tiene muy en cuenta esta advertencia.
Sin embargo, ahí está la orden de Jesús, como una estrella radiante que ha brillado a través de los siglos: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
Por todo el mundo. A los pueblos afines y a los pueblos diferentes. A las razas receptivas y a las razas polémicas, a las culturas desarrolladas y a las culturas atrasadas, a las naciones abiertas y a las tribus cerradas. A los fanáticos y a los tolerantes. A los negros y a los blancos, a los árabes, a los chinos, a los australianos, a los argentinos, a los ingleses, a los rusos. A todo el mundo, a todas las personas.
Los cristianos no podemos olvidar esto.
No existen fórmulas válidas para tener éxito en el trabajo entre musulmanes. Están extendidos por multitud de países cuyas leyes religiosas y civiles varían de un país a otro. Con todo, la consideración de los puntos que siguen puede ayudar a los cristianos que deseen compartir su fe cristiana con personas de religión musulmana.
1. Olvidar la Historia
Desde que el Islam hizo su aparición en Arabia en el siglo VII de nuestra era, los enfrentamientos armados entre cristianos y musulmanes fueron constantes. Basta con recordar aquí las cruzadas de la Edad Media. La Europa católica envió a sus mejores hombres a Oriente para combatir a los infieles y herejes musulmanes. Estas expediciones militares duraron prácticamente seis siglos; desde las postrimerías del siglo XI hasta la batalla de San Gotardo en el siglo XVII, después del asedio de Viena por el imperio otomano.
Por otro lado, cuando los pueblos musulmanes, política y económicamente débiles, son invadidos en el siglo XIX por Europa, principalmente Francia e Inglaterra, el mal ejemplo de aquellos cristianos no contribuyó en nada a la conversión de los musulmanes.
El primer acercamiento al mundo musulmán fue causa de todas las turbulencias históricas que levantaron muros de intolerancia y de odio.
2. Distinguir entre el Islam político y el individuo
El Islam es a la vez una religión y un concepto de Estado. Los estados islámicos no son bien vistos en Occidente. Las actuaciones políticas de hombres como Jomeini en Irán, Gadafi en Libia, Sadan Hussein en Irak, o el terrorista internacional Osama Bin Laden, enemigo declarado de Estados Unidos, han dado en Occidente una mala imagen del Islam.
Pero estamos obligados a distinguir entre los jefes políticos y los individuos que forman las naciones. Para Dios cuenta el individuo, no la masa. El musulmán que tenemos a nuestro lado no ha de ser necesariamente considerado como un terrorista político. Es una persona humana con un alma que ha de ser salvada para la eternidad.
Juan Antonio Monroy