A nuestro
corazón de piedra
Vivimos tiempos difíciles, en
que la corrupción se ha convertido en una enfermedad endémica, que termina
atravesando todos los estamentos sociales.
Claro que cuando uno habla de
este modo, al generalizar, se pierde el foco de la individualidad. Y comenzaré
hablando de mí mismo, para confesarles a los lectores que también tengo mis
ídolos, también he sido infiel al Señor, haciendo que aquel llamado que tanto
Él reitera a la fidelidad, me confronte con mis propias falsedades, con mis
propias traiciones, con mi propia corrupción.
Al traicionar a mi Dios y
Señor me estoy traicionando a mí mismo, a lo que enuncio que es mi fe, a lo que
proclamo como mis principios, a lo que predico.
El mundo espiritual percibe
mis falsedades y eso convierte mi actividad ministerial en una tarea hueca, que
no ayuda en la tarea de evangelización.
Me pregunto cuántos de los que
nos llamamos Iglesia de Cristo, pasamos de una u otra forma por procesos similares.
Me pregunto si esta corrupción
espiritual no ha afectado la tarea de la Iglesia.
Me pregunto si esta corrupción
espiritual no ha traído también corrupción material, con lo que la sociedad
toda en la que interactuamos se ha visto infectada por el mismo virus.
Ahora vemos las consecuencias,
atravesándonos. Vemos cómo miles… ¡millones! Están alejándose de Cristo
producto de esta máscara que portamos en el rostro queriendo mostrar lo que no
somos.
Repasando el Pentateuco y a
partir del pacto de Sinaí hacia toda la Escritura, vemos un intento permanente
de Dios por buscar la fidelidad de Su pueblo. De quienes se identifican con su
nombre y se dicen “elegidos”.
Más de 5000 años han pasado y
no aprendemos.
Pensamos que aquellos dichos
que tantas veces se repiten en el texto bíblico son historias pasadas, relatos
de hombres. Sin embargo, tienen plena vigencia hoy, y Él sigue hablando con las
mismas palabras.
Creo que es tiempo de
revisarnos, porque en buena medida somos responsables de lo que vemos en los
demás. Con nuestras omisiones, con nuestros silencios, con nuestras prédicas
vacías de contenido espiritual, no hemos sido los Atalayas que estamos llamados
a ser.
De nuestra boca no salió la
voz profética de este tiempo.
Hemos recibido el mensaje,
pero no lo hemos transmitido… porque estábamos sucios de la misma contaminación
que debemos denunciar.
Estas palabras escritas por el
profeta Ezequiel tienen 2600 años. Pero me hablan y te hablan.
Ezequiel
36:23 al 27 Daré a conocer la grandeza de mi santo nombre, el cual ha sido
profanado entre las naciones, el mismo que ustedes han profanado entre ellas.
Cuando dé a conocer mi santidad entre ustedes, las naciones sabrán que yo soy
el SEÑOR. Lo afirma el SEÑOR omnipotente. Los sacaré de entre las naciones, los
reuniré de entre todos los pueblos, y los haré regresar a su propia tierra. Los
rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus
impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu
nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un
corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis
preceptos y obedezcan mis leyes.
¿Me incluirán estas palabras?
¿Tendrán también que ver contigo?
¿Estaremos incluidos entre
aquellos que serán reunidos de entre todos los pueblos para regresar a nuestra
propia tierra, SU tierra?
Por lo pronto, hoy delante de
mi Dios y delante de todos ustedes que leen, abro este corazón de piedra para
pedirle a mi Padre que ponga en él un corazón de carne. Me arrodillo ante Su
presencia para ser rociado con el agua de purificación.
Te invito a hacer lo mismo, a
renunciar a voz en cuello (para que el mundo espiritual se entere) a tus
idolatrías. A permitirle al Señor que examine tu corazón y vea si hay en él
camino de perversidad.
Sólo así la fuerza de la
Iglesia de Cristo tendrá la fuerza para cambiar la realidad de cada alma en un
mundo que cae día a día bajo el propio peso de su decadencia moral y
espiritual.
Dios te bendiga.
HÉCTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com