Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. (Mateo 8: 1-4)
Durante su ministerio público Jesús fue un derroche de ternura. Siempre se mostró sensible, amistoso, cercano, abierto y comprensible con los más débiles; principales destinatarios de su salvación. La ternura de Jesús se deja ver en el dolor compartido con la viuda que va a enterrar a su único hijo; en la acogida cariñosa a la pecadora que llora sus pecados; en aceptar hospedarse en casa de un apátrida como Zaqueo con la convicción de que él también es un hijo de Dios; y hasta en el diálogo esperanzador con aquel ladrón, compañero de suplicio, para abrirle las puertas de la vida eterna.
Pero quizá no haya mayor gesto de la osada ternura de Jesús, que aquel que se refleja en su mano tocando la piel del leproso. Sabemos que según la ley del Antiguo Testamento los leprosos eran intocables. La lepra constituía una clara señal de maldición divina. El leproso debía vivir solo, apartado de toda compañía humana, indicando con vestimentas rasgadas y pelo despeinado su extrema angustia. Debía taparse la boca no sea que su aliento contamine, y debía gritar a cualquiera que se le acercara: “¡Inmundo, inmundo!”. Y Jesús… ¡le toca!... como si no bastara con el milagro que estaba por hacer. Lo toca en cuanto hombre, rechazando la soledad a que ha sido condenado y en ese gesto de ternura le está diciendo: “Eres parte de la familia humana”
Se cuenta la historia de dos mellizos que al nacer estuvieron en incubadoras separadas. Uno de ellos empezó a bajar de peso y a los pocos días no tenía esperanza de vida. La jefa de enfermeras de ese hospital se le ocurrió y luchó contra las reglas de aquel hospital para que los bebés volvieran a estar juntos. Lo mas hermoso fue que al ponerlas en la misma cunita, el bebe que estaba bien puso su brazo sobre su hermanito, regulando con el calor de su cuerpo la temperatura y el pulso. Fue así que logró estabilizar el ritmo cardíaco de su hermanito y salvarlo de un marasmo seguro. La ternura pertenece a la misma identidad del ser humano desde el momento de nacer.
Caminemos este día gestionando una cultura de la ternura.
“Señor, ayúdanos a recuperar de tu imagen y semejanza aquel gesto de ternura humano y humanizador”
Jorge Galli