La deuda con los pueblos originarios
Hemos comenzado a charlar a
través de correo electrónico con un joven misionero de poco más de 20 años de edad sobre sus experiencias con poblaciones indígenas de Chaco (Argentina).
Este amigo descubrió lo hermoso
de la vida misionera, pero también la extrema necesidad en la que viven estos
pueblos originarios.
En su último mensaje de hace unos
días atrás, él me escribe:
(…) lo que más
me interesa es cómo contagiar la alegría de ser cristiano (…)
Me
conmovieron sus palabras, porque vienen de lo más profundo de su corazón. Él
siente que, por encima de la ayuda económica o social, esos pueblos necesitan
de la alegría de descubrir el amor de Jesús y llevarlo a sus vidas.
El
12 de octubre de 1492 comenzó una trágica aventura.
A
los ojos del escritor Gabino Palomares, “arribaron
al continente americano hombres barbados montados en bestias como demonios del
mal, con fuego en las manos y cubiertos de metal”.
Entre
estas personas, según lo sostuvo el hasta hace unos años papa Juan Pablo II,
también se encontraban muchos bautizados que, viviendo en contra de la fe
cristiana, participaron activamente en los atropellos que por aquél entonces se
cometieron contra los aborígenes americanos.
Comenzó
un espantoso genocidio en toda América que acabó con la vida de 12 millones de miembros
de etnias latinoamericanas.
La
puerta de entrada, el ariete que penetraba la realidad de esos pueblos es que
los europeos venían “en nombre de Dios”.
Claro
que junto con la cruz venía la espada, con intenciones saquear, esclavizar,
matar y destruir.
En
efecto, en los siglos posteriores a 1492 numerosos navegantes europeos
arribaron a América, principalmente, con el propósito de usurpar o saquear las
riquezas de los pueblos originarios de la región; someter y esclavizar a los
indígenas americanos; y "evangelizar" a los aborígenes.
El
escritor uruguayo Daniel Vidart en
su libro Ideología y realidad de América,
escribe que, si se resistían a adoptar la fe católica "o en ello dilación maliciosamente pusiereis, certificoos que con
la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y os haré la guerra
por todas partes... y os sujetaré al yugo de la Iglesia... y os haré
esclavos".
En
el año 1516 los primeros navegantes europeos arribaron a la región que
actualmente se conoce como Argentina.
De
acuerdo a cifras brindadas por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas
Argentinos, existían en esa época aproximadamente 500.000 indígenas.
Los
primeros pueblos conquistados fueron los de la región central (lo que hoy es
Buenos Aires y zona centro); quienes habitaban las zonas cercanas al Río de la
Plata fueron dominados rápidamente porque los expedicionarios europeos
eligieron esos territorios para asentarse ya que les posibilitaban enviar
fácilmente, al Viejo Continente, las materias primas y riquezas aborígenes.
Y
aquellos que se encontraban en el sur y norte del país fueron conquistados
después de la segunda mitad del Siglo XIX.
Nuestras
estatuas y calles patagónicas que llevan el nombre de Gral. Roca son un
recuerdo permanente de lo que fue la llamada “conquista del desierto” en la que
se acabó con miles de indígenas del sur de la provincia de Buenos Aires y el
norte de la Patagonia.
Ya
en la segunda mitad del siglo diecinueve, por ejemplo, Domingo Faustino Sarmiento (quién presidió al país durante los años
1868 y 1874), sostuvo:
"Por los salvajes de América
siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar... son unos indios
asquerosos a quienes mandaría colgar... son unos indios piojosos... incapaces
de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los
debe exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio
instintivo al hombre civilizado".
Sé
que cuesta escuchar estas durísimas palabras. Golpean nuestros oídos y nuestras
almas.
Pero
es más duro entender que la realidad no es muy distinta hoy.
En
el año 2007 se realizó un Encuentro de los Pueblos Indígenas de América. En
esta reunión, el Subcomandante Marcos de México dijo que:
“los indígenas argentinos (y del
resto de América) continúan padeciendo el despojo y robo de sus tierras y
recursos naturales, pero ahora con las ropas de la nueva "modernidad"
El periodista Aldo M. Etchegoyen escribió un artículo en el que menciona
que:
“Tuve la ocasión de acompañar
un grupo de representantes de algunas familias indígenas, que tramitaban una
entrevista con funcionarios del Intitulo Nacional Indígena en Buenos
Aires, familias que han sido desalojadas de sus tierras en la Provincia de
Santiago del Estero donde han vivido casi cien años. Gente trabajadora en
su tierra amada.
Ahora aparece un
terrateniente que posee miles de hectáreas con una orden de desalojo,
¿legítima? El operativo estuvo a cargo de uniformados quienes
destruyeron sus ranchos, rompieron sus herramientas de trabajo, entre ellas
arados artesanales hechos por sus propias manos, arrasaron sus corrales y
luego, fuego para que no quede ningún rastro de que allí vivió alguien.
Sé muy bien lo que sucede en
varias provincias donde esos pueblos sufren injusticias, violencia y total
privación de su dignidad como personas y comunidad, ni hablemos de la
posibilidad para ellos de acceso a la justicia, su salud minada por el mal de Chagas,
tuberculosis y desnutrición. Pueblos ricos en su cultura, empobrecidos
por la indiferencia y la exclusión”.
Esto no es del año 1500, no es del año 1850. Esto
es lo que viven nuestros pueblos aborígenes de Argentina hoy.
En
la actualidad los 600.329 indígenas que, según la última Encuesta
Complementaria de Pueblos Indígenas, viven en la Argentina están al borde de la
muerte ya que no reciben la atención sanitaria necesaria para curar sus
enfermedades que, en gran medida, se vinculan con el contexto de extrema
pobreza donde viven.
Así
mismo, la vida cotidiana de los aborígenes argentinos es sumamente dificultosa
ya que actualmente, al haber sido despojados de las tierras en las que vivían
sus antepasados, están viviendo en zonas áridas o montañosas en las que no
pueden, como lo hacían los antiguos pueblos originarios, cazar animales para
alimentarse o recoger plantas medicinales para mitigar sus dolores físicos.
En
esta realidad que no podemos ignorar, resuenan una y otra vez en mis oídos las
palabras de este joven misionero. “llevarles la alegría de ser cristianos”.
Hoy
en día todos los pueblos originarios están siendo evangelizados. Saben de Jesús
y de los cristianos. Están recibiendo grupos misioneros católicos y evangélicos
de distintas denominaciones.
Ellos
reconocen las buenas intenciones y reciben con agrado la ayuda que llevamos.
Pero
creo que en su interior asocian el cristianismo con situaciones de infinita
tristeza, que incluyen esta imagen de una Argentina que lleva en su
Constitución el apoyarse en Dios desde el mismo preámbulo:
afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la
defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la
libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del
mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de
Dios, fuente de toda razón y justicia
Pero
que en la práctica está muy lejos de ser instrumento de la justicia y la
libertad del Dios de los cristianos.
1Juan 3:14 al 20 Nosotros
sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que
no ama permanece en muerte. Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y
vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
En esto conocemos el amor: en que Él
puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por
los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en
necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en
él?
Hijos, no amemos de palabra ni de
lengua, sino de hecho y en verdad.
En esto sabremos que somos de la
verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de El en cualquier cosa en
que nuestro corazón nos condene; porque Dios es mayor que nuestro corazón y
sabe todas las cosas.
Sí, tenemos la tarea de llevarles el
amor de Cristo.
Sí, tenemos que encontrar la forma de
hablarles de Jesús.
Sí, necesitan renunciar a todas las
obras del mal y entregar su corazón a Cristo.
Sí, estamos convencidos de que
independientemente de en qué iglesia de hombres nos congreguemos, tenemos por
delante la hermosa comisión como Iglesia de Cristo de llevar el Evangelio hasta
el último confín de la Tierra.
Es
que siento que tenemos una enorme deuda con nuestros hermanos originarios. Les
hemos robado sus riquezas, pero además la sangre derramada está esperando encontrar
paz.
Su
inconsciente dice: “primero págame lo que
me debes y después hablamos de Jesús”.
Claro
que tú me puedes decir que no mataste a ningún indio, que no has robado nada y
que no eres responsable de la situación de extrema necesidad en la que viven.
¿Pero
es esto cierto? ¿No somos herederos de esos hombres? ¿No estamos habitando las
tierras usurpadas a precio de sangre?
¿Necesitabas oír o leer este artículo para
enterarte de todo esto?
En
cualquier caso, a partir de este momento ya eres deudor igual que yo.
Para
terminar, permíteme que vuelva a leerte la primera carta de Juan.
En esto conocemos el amor: en que El puso su vida por nosotros; también
nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad
y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?
Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.
¿Hasta
dónde estamos dispuestos a llegar por nuestros hermanos? ¿Hasta cuánto de nosotros
estamos dispuestos a dar?
La
respuesta está en tu corazón.
HECTOR SPACCAROTELLA tiempodevocional@hotmail.com