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General: LA DEUDA CON LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
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De: hectorspaccarotella  (Mensaje original) Enviado: 17/01/2017 13:08

La deuda con los pueblos originarios

 

Hemos comenzado a charlar a través de correo electrónico con un joven misionero de poco más de 20 años de edad sobre sus experiencias con poblaciones indígenas de Chaco (Argentina).

Este amigo descubrió lo hermoso de la vida misionera, pero también la extrema necesidad en la que viven estos pueblos originarios.

En su último mensaje de hace unos días atrás, él me escribe:

 

(…) lo que más me interesa es cómo contagiar la alegría de ser cristiano (…)

 

Me conmovieron sus palabras, porque vienen de lo más profundo de su corazón. Él siente que, por encima de la ayuda económica o social, esos pueblos necesitan de la alegría de descubrir el amor de Jesús y llevarlo a sus vidas.

 

El 12 de octubre de 1492 comenzó una trágica aventura.

A los ojos del escritor Gabino Palomares, “arribaron al continente americano hombres barbados montados en bestias como demonios del mal, con fuego en las manos y cubiertos de metal”.

Entre estas personas, según lo sostuvo el hasta hace unos años papa Juan Pablo II, también se encontraban muchos bautizados que, viviendo en contra de la fe cristiana, participaron activamente en los atropellos que por aquél entonces se cometieron contra los aborígenes americanos.

Comenzó un espantoso genocidio en toda América que acabó con la vida de 12 millones de miembros de etnias latinoamericanas.

La puerta de entrada, el ariete que penetraba la realidad de esos pueblos es que los europeos venían “en nombre de Dios”.

Claro que junto con la cruz venía la espada, con intenciones saquear, esclavizar, matar y destruir.

En efecto, en los siglos posteriores a 1492 numerosos navegantes europeos arribaron a América, principalmente, con el propósito de usurpar o saquear las riquezas de los pueblos originarios de la región; someter y esclavizar a los indígenas americanos; y "evangelizar" a los aborígenes.

 

El escritor uruguayo Daniel Vidart en su libro Ideología y realidad de América, escribe que, si se resistían a adoptar la fe católica "o en ello dilación maliciosamente pusiereis, certificoos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y os haré la guerra por todas partes... y os sujetaré al yugo de la Iglesia... y os haré esclavos".

 

En el año 1516 los primeros navegantes europeos arribaron a la región que actualmente se conoce como Argentina.

De acuerdo a cifras brindadas por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas Argentinos, existían en esa época aproximadamente 500.000 indígenas.

Los primeros pueblos conquistados fueron los de la región central (lo que hoy es Buenos Aires y zona centro); quienes habitaban las zonas cercanas al Río de la Plata fueron dominados rápidamente porque los expedicionarios europeos eligieron esos territorios para asentarse ya que les posibilitaban enviar fácilmente, al Viejo Continente, las materias primas y riquezas aborígenes.

Y aquellos que se encontraban en el sur y norte del país fueron conquistados después de la segunda mitad del Siglo XIX.

Nuestras estatuas y calles patagónicas que llevan el nombre de Gral. Roca son un recuerdo permanente de lo que fue la llamada “conquista del desierto” en la que se acabó con miles de indígenas del sur de la provincia de Buenos Aires y el norte de la Patagonia.

Ya en la segunda mitad del siglo diecinueve, por ejemplo, Domingo Faustino Sarmiento (quién presidió al país durante los años 1868 y 1874), sostuvo:

 

"Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar... son unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar... son unos indios piojosos... incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado".

 

Sé que cuesta escuchar estas durísimas palabras. Golpean nuestros oídos y nuestras almas.

Pero es más duro entender que la realidad no es muy distinta hoy.

En el año 2007 se realizó un Encuentro de los Pueblos Indígenas de América. En esta reunión, el Subcomandante Marcos de México dijo que:

 

los indígenas argentinos (y del resto de América) continúan padeciendo el despojo y robo de sus tierras y recursos naturales, pero ahora con las ropas de la nueva "modernidad"

 

El periodista Aldo M. Etchegoyen escribió un artículo en el que menciona que:

 

“Tuve la ocasión de acompañar un grupo de representantes de algunas familias indígenas, que tramitaban una entrevista con funcionarios del Intitulo Nacional Indígena en Buenos Aires, familias que han sido desalojadas de sus tierras en la Provincia de Santiago del Estero donde han vivido casi cien años.  Gente trabajadora en su tierra amada.  

 Ahora aparece un terrateniente que posee miles de hectáreas con una orden de desalojo, ¿legítima?  El operativo estuvo a cargo de uniformados quienes destruyeron sus ranchos, rompieron sus herramientas de trabajo, entre ellas arados artesanales hechos por sus propias manos, arrasaron sus corrales y luego, fuego para que no quede ningún rastro de que allí vivió alguien. 

Sé muy bien lo que sucede en varias provincias donde esos pueblos sufren injusticias, violencia y total privación de su dignidad como personas y comunidad, ni hablemos de la posibilidad para ellos de acceso a la justicia, su salud minada por el mal de Chagas, tuberculosis y desnutrición.  Pueblos ricos en su cultura, empobrecidos por la indiferencia y la exclusión”.

 

Esto no es del año 1500, no es del año 1850. Esto es lo que viven nuestros pueblos aborígenes de Argentina hoy.

 

En la actualidad los 600.329 indígenas que, según la última Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas, viven en la Argentina están al borde de la muerte ya que no reciben la atención sanitaria necesaria para curar sus enfermedades que, en gran medida, se vinculan con el contexto de extrema pobreza donde viven.

Así mismo, la vida cotidiana de los aborígenes argentinos es sumamente dificultosa ya que actualmente, al haber sido despojados de las tierras en las que vivían sus antepasados, están viviendo en zonas áridas o montañosas en las que no pueden, como lo hacían los antiguos pueblos originarios, cazar animales para alimentarse o recoger plantas medicinales para mitigar sus dolores físicos.

 

En esta realidad que no podemos ignorar, resuenan una y otra vez en mis oídos las palabras de este joven misionero. “llevarles la alegría de ser cristianos”.

Hoy en día todos los pueblos originarios están siendo evangelizados. Saben de Jesús y de los cristianos. Están recibiendo grupos misioneros católicos y evangélicos de distintas denominaciones.

Ellos reconocen las buenas intenciones y reciben con agrado la ayuda que llevamos.

Pero creo que en su interior asocian el cristianismo con situaciones de infinita tristeza, que incluyen esta imagen de una Argentina que lleva en su Constitución el apoyarse en Dios desde el mismo preámbulo:

 

afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia

 

Pero que en la práctica está muy lejos de ser instrumento de la justicia y la libertad del Dios de los cristianos.

 

1Juan 3:14 al 20 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte. Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.

En esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?

Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

En esto sabremos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de El en cualquier cosa en que nuestro corazón nos condene; porque Dios es mayor que nuestro corazón y sabe todas las cosas.

 

Sí, tenemos la tarea de llevarles el amor de Cristo.

Sí, tenemos que encontrar la forma de hablarles de Jesús.

Sí, necesitan renunciar a todas las obras del mal y entregar su corazón a Cristo.

Sí, estamos convencidos de que independientemente de en qué iglesia de hombres nos congreguemos, tenemos por delante la hermosa comisión como Iglesia de Cristo de llevar el Evangelio hasta el último confín de la Tierra.

 

Es que siento que tenemos una enorme deuda con nuestros hermanos originarios. Les hemos robado sus riquezas, pero además la sangre derramada está esperando encontrar paz.

 

Su inconsciente dice: “primero págame lo que me debes y después hablamos de Jesús”.

 

Claro que tú me puedes decir que no mataste a ningún indio, que no has robado nada y que no eres responsable de la situación de extrema necesidad en la que viven.

¿Pero es esto cierto? ¿No somos herederos de esos hombres? ¿No estamos habitando las tierras usurpadas a precio de sangre?

 

¿Necesitabas oír o leer este artículo para enterarte de todo esto?

 

En cualquier caso, a partir de este momento ya eres deudor igual que yo.

Para terminar, permíteme que vuelva a leerte la primera carta de Juan.

 

En esto conocemos el amor: en que El puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.

Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?

Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

 

¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar por nuestros hermanos? ¿Hasta cuánto de nosotros estamos dispuestos a dar?

La respuesta está en tu corazón.

 

HECTOR SPACCAROTELLA  tiempodevocional@hotmail.com



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Atlacath Enviado: 23/01/2017 02:38
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