Hechos 3:1-5
1“Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. 2 Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. 3 Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna.
4 Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos.
5 Entonces él estuvo atento, esperando recibir de ellos algo.”
Era la hora de la oración, Pedro y Juan se dirigían al templo. Allí sentado a la puerta, había un hombre que tenía un problema en su pierna desde su nacimiento. Era tal su estado físico que era traído por otros hasta allí, ya que pedía limosna para poder sustentarse.
Su condición era muy triste y no había en su corazón ninguna esperanza de que esa situación fuera revertida. Para él, ese era otro día más en el que tendría que volver a mendigar para poder subsistir.
No esperaba otra cosa que seguir con su vida en esa condición, ya que tenía cuarenta años. Por su mente no pasaba la idea de tener alguna oportunidad a esta altura de su vida, se había resignado a eso.
Sin embargo en los versículos cuatro y cinco leemos, que cuando Pedro le dijo: "míranos," el hombre fijó sus ojos en él. Allí nació en su alma la esperanza. Comprendió que iba a recibir algo, aunque no sabía muy bien qué, pero en su corazón surgió una expectativa.
Al verlo frente a esa puerta mendigando, no siguieron de largo pensando: vámonos, no tenemos nada que ofrecerle, ni siquiera monedas. Tampoco dijeron: otro día le daremos algo, ahora vamos. Vieron al cojo como a alguien en quien Dios podría glorificarse. Iban a darle lo que ellos tenían, a Jesús.
Leemos en:
Hechos 3:6
"Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda."
Ni Pedro ni Juan tuvieron dudas de lo que Dios podía hacer en ese hombre. Sería una gran obra, ellos estaban muy seguros de eso. Pedro le tendió su mano diciéndole con absoluta certeza: ¡Levántate y anda! Y exactamente eso fue lo que ocurrió. Pedro puso su parte, lo único que tenía era su fe, confió en que Dios haría ese milagro.
Debemos poner nuestra fe al servicio del Señor y confiar en que él será quien hará. Pedro glorificó a Dios y le presentó a este hombre a quien sería el autor del milagro.
A menudo solemos meditar en este pasaje bíblico en relación al milagro de sanidad física, pero también encontramos en el riquezas para nuestra vida espiritual. Vemos a Pedro exaltando a Cristo y reconociéndolo como autor real de la obra. Lo que tengo te doy, le respondió, seguro de que Dios obraría conforme a su fe.
Procuremos no perder la oportunidad de presentar a Cristo a quien lo necesita, Él hará la obra que esas personas están esperando. Hagamos saber a quienes nos rodean, que Dios puede darles una nueva oportunidad y que Él está interesado en su vida y en su situación. La mayor ayuda que podemos ofrecerles es presentarle a Aquel, que todo lo puede. No habrá nada mejor que puedan experimentar en sus vidas que Su amor y misericordia.