En estos días que pasé en el hospital,
separado de mi familia, y al cuidado de desconocidos, tuve ocasión de ver de
cerca la carne sufriente de Cristo en mis hermanos y aún en mí mismo, y creo
que en esas circunstancias fue el Espíritu mismo quien puso con frecuencia en mi “caja de aserrín” -porque que siempre la recordaba parcialmente-
una canción que solemos cantar en las misas de mi parroquia. Aunque me venían a
la mente sólo algunas frases, la realidad que vivía me permitió penetrar en el
meollo de sus ideas y comprenderlas mejor. Creo que esto enriqueció mi fe en
las promesas de Jesús, y afirmó mi convicción de que, si bien la muerte es el
fin obligado de nuestra vida terrena, la entrega voluntaria de Jesucristo a
ella, nos abrió definitivamente las puertas de la eternidad, y bien podemos
decir hoy, hasta con una sonrisa: ¿Donde
está, oh muerte, tu victoria…? Porque tenemos la certeza de nuestro renacer
a una Vida nueva; de nuestro triunfo final junto a Dios y a nuestros seres
queridos.
Al mismo
tiempo que pienso en la vida futura, deseo que el Señor pueda valerse de mí
hasta mi último aliento aquí, en esta vida, y por eso le pido que fortalezca
cada día el regalo de la fe que un día me hizo, para así poder dejar un
recuerdo que sea siga alentando a los hermanos a vivir en Cristo. Que sea
“espiga de alimento futuro” para los que vengan detrás.
Que Dios
tenga en cuenta mi ruego. Amén.
Les dejo la canción que les
mencionaba:
ZAMBA DEL GRANO DE TRIGO
Mañana yo he de ser pan.
No le tengo miedo al surco, algún día he de brotar.
Barbecho de terrón fresco, tu sangre yo he de mamar.
Tierra que serás mi madre, un nuevo ser me has de dar.
Silencio y noche en mi tumba, espigas germinarán.
Ciento por uno y molienda, mañana voy a ser pan.
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