Mi Alegría y mi Vergüenza
Mi corazón rezuma vergüenza porque mis actos la mayoría de las veces no
logran reflejar, ni de lejos –por falta de virtud o por debilidad- lo que en
verdad desearía hacer y ser.
‘Quisiera hacer’ y ‘quise ser’ son las
expresiones que mejor reflejan mis sueños, y quizás también los sueños de mi
Padre para mí.
Anhelo
que mis pasos aprendan por fin a andar
tras de Sus sueños. Cuanto más cerca de lograrlo esté, más estrecho será el
negro y profundo abismo que he de pasar; menos temible ha de mostrarse la
muerte. Pero eso no podré lograrlo si no me dejo enseñar; guiar por el Espíritu
de Dios en serio.
Es una gran bendición que Dios, “el
Primer Soñador”, el que soñó todo lo que después iba a crear (también a vos y a
mí), conozca a fondo las más secretas intenciones y deseos de mi corazón,
porque entonces, aunque nadie creyera que esos anhelos puedan vivir en él, y
quizás cualquier manifestación de altas intenciones o deseos pudiera, desde
afuera, ser atribuida a hipocresía, Él
los acoge como un sincero afán por
crecer en su amistad y amor. Y sé que ante esa disposición del alma, no se
queda de brazos cruzados. Antes, pone de su parte mucho más de lo que pongo yo, para ayudarme a realizarlos. Por eso confío
en que «Todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Flp 4,13)
Mi corazón rebosa de alegría porque el
Señor conoce mejor que yo mismo mis deseos más fervientes, mis ilusiones más
queridas. Con Él las comparto y en Él las apoyo. Y Él habrá de hacerlas
realidad cuando al fin nos encontremos. Es un gozo poder confiárselas, sin
temor a escuchar de sus labios la sentencia: “Si soñaras tan alto, no hollarías
el barro”. Él conoce todos los
sentimientos que rebosan del cofre que guarda mis anhelos más secretos, y
también los de la bolsa deshilachada y sucia de mis debilidades y miserias, y
el dolor que su peso me causa.
Alegría y vergüenza: sentimientos
encontrados brotando del corazón.
En el viejo cuaderno de notas que alguna
vez llamé pretenciosamente “Diario”, y cuyas páginas están en su mayor parte
dirigidas a Dios, encuentro esta oración que te comparto. Si te sirve, podemos rezarla juntos y al final, donde dice Néstor, le ponés tu nombre:
“Me
miraste con ojos de Madre cuando mi madre aún no existía sino en tu corazón. Por
un instante tus ojos me iluminaron en un rinconcito de tu mente, y me viste tal
como sería aquí en la tierra. Tan pobre y desnudo. Tan débil y lleno de
miserias que acaso por un momento pensaste: «Bah… No vale la pena…» Me habías visto tal
como iba a ser, como soy ahora, pero tus entrañas se estremecieron de piedad, y
me amaste como una madre a su hijo más desvalido y enfermo. Entonces, como
haría ella, me soñaste distinto: pleno, armonioso, rebosante de virtudes y
alegría. Y entonces decidiste que ése habría de ser yo en el futuro, para
siempre. Sabías que mi aprendizaje, por duro que fuese, no iba a dar resultados
suficientes, y entonces dispusiste que se completara por gracia, “per saltum”, en el paso a la
última, definitiva etapa hacia tu
gloria. Decidiste suplir con tu amor y tu poder, por pura gratuidad;
misericordia, lo que mi naturaleza, limitada y vulnerada además por el pecado,
nunca habría de poder alcanzar por propio esfuerzo. Por eso la Encarnación y la
Redención, el holocausto de tu Hijo el Cristo, que me iba a llevar en sus alas.
¡Y cómo ansío, Señor, que tu sueño se cumpla!
No
sé si te busco o me busco, o si ambas son partes de una misma realidad y
buscándome te busco, y hallándote me
encontraré, porque mi verdadero ser está en vos, aguardándome en algún
rinconcito de tu corazón.
Tu
sueño para mí, es más real que mi
realidad misma, porque sé que él un día, inexorablemente, gracias a tu amor y a
tu misericordia, habrá de concretarse. A pesar de mi miseria.
Vos
me contenés. Soy porque me conocés; porque me soñaste y me pensás tuyo y a
imagen de tu Hijo. Por eso, hallándote, encontraré en tu seno al verdadero
Néstor, y sabré por fin quién soy. Me descubriré en vos.
Amén