Hoy, 28/5, los católicos
celebramos la fiesta de la Ascensión de Jesús al Cielo. Les ruego que sepan
disculpar mi ignorancia si les digo que no sé si en las demás (u otras)
iglesias cristianas coincidimos en la fecha de esta celebración. Con ese motivo he tratado de compartir parcialmente
una reflexión que me llegó por los
medios, y me enriqueció mucho.
LA ASCENSIòN
UN REGRESO DISTINTO... BAJO DIOS, SUBIÓ HOMBRE
No regresa como vino. Algo cambia; algo fundamental y trascendente.
San Ambrosio lo ha definido con sólo cuatro palabras magistrales: Bajó Dios,
subió hombre. El que descendió era sólo Dios, el que ascendió era Dios y
hombre. Y lo que sube es un hombre entero, en cuerpo y alma.
[…]La carne de un hombre, de un verdadero hombre, entra ahora a formar
parte de esa nueva vida y se hace eternidad. Ninguna otra religión se había
atrevido a tanto. Cuando se acusa al cristianismo de menosprecio de las
realidades temporales, de temor puritano a la carne, es que realmente no se ha
entendido nada. Esta carne que ahora asciende a los cielos y se incorpora al
Padre es carne sin pecado, pero no por ello menos carne, carne transfigurada,
pero carne radical y absolutamente humana. Este es, pues, el día del triunfo de
los valores humanos, el día de su gran y definitiva victoria.
MAS QUE UNA PARTIDA, UNA NUEVA MANERA DE VENIR...
Un triunfo, no una pérdida. Ni siquiera pérdida para quienes aquí hemos quedado. En realidad, en la
ascensión hay, más que una partida, una desaparición. Jesús no se va, simplemente deja de ser
visible. En la ascensión, Cristo no nos dejo huérfanos, sino que se instaló más
definitivamente entre nosotros con otras presencias.
Si la
ascensión de Cristo hubiera sido una verdadera y total partida, de la que solo
nos quedase un recuerdo, como ocurre con nuestros muertos queridos, esta suena a una fiesta triste, en la que deberíamos apesadumbrarnos.
[…]Por la ascensión Cristo no se fue a otro lugar sino que entró en la
plenitud de su Padre ya como Dios y como hombre. Fue exaltado, glorificado en
su humanidad. Y, precisamente por eso, se puso más que nunca en relación con
cada uno de nosotros. Es, por ello, muy importante entender qué queremos decir
cuando afirmamos que Jesús se fue al cielo o que está sentado a la diestra de
Dios Padre.
En la Biblia la palabra cielo no denomina propiamente un lugar, es un
símbolo para expresar la grandeza de Dios. Cuando el hombre percibe la
distancia que hay entre él y Dios, abre los ojos y no encuentra otra forma de
expresión que señalar la distancia entre la tierra y el cielo, como el niño que
dice a su madre que la quiere «desde aquí hasta el cielo». Así la Biblia habla
de que Dios está en los cielos y nosotros en la tierra (Ecl 5,1) o de que los cielos
son cielos para Yahvéh y la tierra se la dio a los hijos de los hombres (Sal
115, 16). Y solo está queriendo decir que Dios es grande y pequeño el hombre.
Con la ascensión, Cristo no se «alejó», sino que
asumió una vida con la que realmente podía estar más cerca de nosotros,
adquirió una eficacia infinita que le permitía estar en todas partes. San Pablo
definiría esta realidad con una frase definitiva al decir que subió a los
cielos para llenarlo todo con su presencia (Ef 4, 10). lo mismo que al
encarnarse, al venir al mundo para salvarnos, no por ello se alejó de su Padre,
igualmente ahora al «irse al Padre» sigue estando con nosotros.
MIRANDO EL CIELO PARA NO TRAICIONAR LA GALILEA...
Los apóstoles, por muy preparados que pudieran estar para asumir toda
sorpresa referida a Cristo, quedaron desbordados por aquel alejarse de Jesús y
por la nube que lo cubría. No podían prever este aparato escénico. Y se
quedaron boquiabiertos mirando al cielo, sin entender, sin saber si debían
estar tristes o alegres.
Miraban tanto al cielo que no se apercibieron siquiera de que junto a
ellos habían aparecido dos ángeles, dos «varones» como dice el autor de los
Hechos de los apóstoles.
Ellos se dirigen a los apóstoles y les hablan con mucho respeto. No deja
de ser curioso el título con el que se dirigen a ellos: Varones galileos...
¿Tratan quizá de recordarles los días de su elección en Galilea? Los discípulos
son conducidos de nuevo a reflexionar sobre su misión. La voz angélica les
arranca de sus sueños: ¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? (Hech 1, 11).
Es
decir: no es hora de quedarse alelados contemplando ese cielo como si Cristo se
hubiera ido; es hora de empezar a trabajar, de continuar su obra. El seguirá
estando con ustedes y con todos los demás hombres a través de vosotros. Marcos
lo dirá con palabras tajantes: Los apóstoles se fueron a trabajar por el mundo.
Y el Señor trabajaba con ellos y apoyaba su predicación con los milagros que la
acompañaban (Mc 16, 20).
José Luis Martín Descalzo - Vida y Misterio de Jesús de Nazareth (
Adaptación).