Solemos convivir con esta frase “Nadie es perfecto”.
Al mismo tiempo, nos comportamos cada día como si fuera obligatorio alcanzar la perfección en cada área de nuestra vida, en cada acontecimiento que afrontamos.
Un lúcido Harold Kushner, a lo largo de su libro “¿Debemos ser perfectos?”, nos confronta con múltiples ejemplos donde esta contradicción aparece a diario. Afirma en un párrafo: “¿Qué lleva a los hombres a la autoaversión y la conducta autodestructiva? La sociedad que enseña a las mujeres a sentirse avergonzadas de ser gordas o no atractivas, les enseña a los hombres a sentirse avergonzados de no ganar mucho dinero. (Y ahora que más mujeres entran en el mundo de los negocios, ellas también aprenden a sentirse insatisfechas consigo mismas por no tener éxito financiero). Por cada revista femenina con un artículo sobre dietas, hay un libro para hombres acerca de cómo ser mejor vendedor o un ejecutivo más eficaz. Y por cada actriz en la televisión o en las películas con un pelo perfecto y una figura sin fallas , hay un acompañante masculino con un traje de buen corte manejando un auto caro. En cierta ocasión, pasé unos días en Houston, Texas, donde conocí médicos y ejecutivos de seguros con ingresos anuales del orden de los cientos de miles de dólares, que se sentían de clase media baja porque no eran petroleros millonarios.
Mujeres ahogadas en su propia vergüenza se matan de hambre, usan ropa y zapatos incómodos y se someten a cirugías porque se les ha enseñado a odiar sus cuerpos pues no son suficientemente bellos. Los hombres trabajan hasta el colapso, beben demasiado o descargan en otros (las mujeres, los homosexuales, los judíos, los negros, los extranjeros) el odio que sienten hacia sí mismos, porque la sociedad, al evaluar su capacidad de ganar dinero, los considera fracasados…
La vergüenza y la culpa les enseñan a sentirse defraudados de sí mismos y los llevan a odiar a cualquiera al que le vaya mejor y a despreciar al que le vaya peor. Y nos preguntamos por qué la gente se siente tan sola y enojada y por qué la sociedad está tan fragmentada…”.
Lo que observa como “cura” a esta obsesión por los logros y la perfección es la honestidad, la debilidad compartida, el ser parte de una comunidad donde el grupo ofrece aceptación y perdón, al reconocer nuestras fallas, incompletud e imperfección. Es allí donde ya no hay necesidad de aparentar o poner excusas. Justamente expresa: “la seguridad de que si dejan de lado sus intentos de aparentar y sus excusas, y se paran ante Dios desnudos y vulnerables, si reconocen sus fallas como el primer paso hacia hacer algo al respecto, Dios nos los rechazará como especímenes fallados. Aún serán aceptables para Él”.
Que esta reflexión de Kushner nos invite a vivir este día (y cada día) recibiendo la Aceptación de Dios y nuestra propia aceptación más allá de nuestros fracasos o limitaciones. La solución no vendrá por ser más eficiente o por realizar más tareas en este día. Desnudos y vulnerables dejemos que el Amor de Dios nos envuelva para canalizar luego esa experiencia a quienes nos rodean.
GUSTAVO BEDROSSIAN