Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Podría preparar una serie de diez años de enseñanzas de sobre cómo involucrarse en el ministerio y tendría un efecto nulo. Pero el recordar la cruz y lo que Jesús soportó allí, hace que el corazón del siervo brote dentro de él. Tú no puedes venir a la cruz, siendo un pecador quebrado, sucio, sin valor; y ser redimido, santificado y amado por nuestro Salvador, sin ser cambiado. Cuando llegas a dicha cruz de Jesús, te das cuenta: “Estoy crucificado con Cristo”.
Cuando vives en el poder del Cristo crucificado, eres incapaz de no servirle. Nadie te tiene que pedir ser un siervo; de hecho, nada puede detenerte de inscribirte en los ministerios. Tendrás que programar cuidadosamente tu vida porque el servicio simplemente brotará naturalmente de ti.
No podemos cambiar por el hecho de tomar el camino de la culpa y decirnos a nosotros mismos que sólo tenemos que esforzarnos un poco más. No, no podemos hacerlo por nosotros mismos, pero la muerte, sepultura y resurrección de Jesús nos da el poder para dar nuestras vidas por Él y por otros. Miramos alrededor y vemos que muchas personas están en necesidad, personas que están buscando una iglesia que esté llena de amor. Ellos pueden haber tenido una semana terrible, pero cuando caminan por las puertas de la iglesia del Señor, ellos deben ver y sentir que hay algo diferente en ese lugar.
Debido a que hemos sido “crucificados con Cristo”, nuestro corazón de siervos puede alcanzar a otros con Su amor y ayudarlos también a ser cambiados.
GARY WILKERSON