¡Cuánto agradezco la recomendación del querido Germán Buttari para que lea “Desilusión con Dios” de Philip Yancey! El autor, sin caer en fórmulas sencillas, da respuesta a tres preguntas complejas: ¿Es Dios injusto? ¿Está callado? ¿Se esconde de nosotros? Al terminar el libro en el día de ayer, se me ocurrieron una decena de temas para compartirte, pero me concentraré en sólo uno: el tema de la fe.
Hablemos sobre la fe. A lo largo de mi existencia he escuchado centenares de historias de vida en relación a la fe. Podría escribirte un libro entero donde incluyera también experiencias personales muy jugosas. Pero he observado que mucha gente sólo vincula la fe con los milagros y con las ocasiones en que sus pedidos a Dios fueron contestados de acuerdo a lo solicitado. Me apasionan esos testimonios y también me edifican.
Ahora bien, aunque te parezca extraño, los que más me apasionan y aún más me edifican, son aquellos relatos donde alguien no recibe lo que está pidiendo, tiene sus crisis y mantiene viva su fe. No son los testimonios más populares ni más difundidos, pero son dignos de ser enmarcados dentro de las experiencias más profundas de fe.
Yancey, en relación a esta cuestión, hace referencia a dos tipos de fe:
“En primer lugar, la usamos para describir esos grandes momentos de fe, cuando la persona se impone sobre lo imposible en nombre de Dios”.
Y el otro tipo de fe: “la fe en un momento necesita crecer y desarrollarse para permanecer intacta cuando el milagro no llega, cuando la oración urgente parece no obtener respuesta alguna, cuando una densa y oscura niebla se cierne, ocultando toda señal de que Dios tenga interés alguno por nosotros. Esos momentos exigen algo distinto, y voy a utilizar el gastado término fidelidad para hablar de esa fe que sigue aferrada a Dios pase lo que pase”.
La primera mencionada por Yancey pareciera, para algunos, ser la única fe, la verdadera; la del éxito, la difundible. Que no se malinterprete: no estoy en contra de esta fe. Intento promoverla en mi vida y en la de los demás. Creo que, muchas veces, la fe abre caminos para que crezcamos o para recibir lo que Dios tenía preparado para nosotros. Esta fe moviliza y nos lleva a lugares nunca soñados.
Pero no despreciemos el otro tipo de fe. Tampoco despreciemos al que desarrolla su fe o fidelidad a Dios, aún en medio de las dificultades y resultados adversos. Quien desarrolla este tipo de fe va alcanzando una espiritualidad mucho más madura, no atada a la anécdota de turno. Es la fe que avanza también, pero en el marco de las penumbras y a veces el sinsentido.
Amigo, necesitas los dos tipos de fe. Una te llevará a escenarios maravillosos e impensados. La otra será fundamental para sostenerte en los tiempos difíciles. Las dos juntas harán de ti una persona equilibrada y saludable. Y no lo olvides, Dios allí siempre estará.
GUSTAVO BEDROSSIAN