¿Tiene remedio este mundo? ¿Puede revertirse la situación del planeta? ¿Hay vuelta atrás con los problemas de corrupción generalizada que afectan las sociedades de todos los países? ¿Puede la ambición descontrolada que lleva a la muerte de tanta gente por guerras, cambiarse en la mentalidad de quienes gobiernan?
En el siglo XX solameante hubo 50 guerras en el mundo, y producto de ellas murieron 160 millones de personas. A eso debe sumarse el genocidio armenio de manos de los Turcos (se estima que 1,5 millones de personas), el Holocausto Nazi alemán contra judíos, gitanos, que levó 6 millones de personas... y podríamos seguir.
¿Hay alguna salida? ¿Hay esperanza?
Como cristianos sabemos que Jesús es la única puerta que se abre para el mundo. Pablo habla de esto cuando escribe: “Acordaos de que…en aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados…ajenos a los pactos de la promesa, SIN ESPERANZA y sin Dios en el mundo. Pero ahora…vosotros…habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. PORQUE ÉL ES NUESTRA PAZ” (Efesios 2:11-14) .
Jesús, ante las puertas de Jerusalén, la ciudad de Dios, lloró diciendo:
“Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos”. (Lucas 19:41-42)
Hoy, la generación perdida es como la multitud en Jerusalén sobre la que Jesús lloró. La gente de los días de Cristo no obtuvo lo que él había querido darles. No alcanzaron la verdadera libertad. Se perdieron de la paz que proviene de la seguridad de tener todos los pecados perdonados. Se perdieron el toque sanador de Jesús. Perdieron un refugio en la tormenta. Se perdieron de la presencia del Espíritu Santo, de esa presencia que permanece, consuela y guía.
Fue sobre estas masas perdidas que Jesús lloró y clamó: “¡Si tan sólo! Si hubieras sabido lo que yo quería para tu vida. Si sólo hubieras tomado lo que te ofrecí. Quería protegerte, quería extender mis alas de consuelo sobre ti. Si tan sólo hubieras oído. Si tan sólo hubieras conocido mi amor y misericordia hacia ti” (Lucas 19:41-42).
Cristo estaba diciendo: “Si tan sólo hubieras conocido la provisión hecha por mi Padre celestial para ti, habríais conocido la paz que sobrepasa todo entendimiento”. La Biblia ofrece este mismo clamor: “¡Si tan sólo!” de tapa a tapa. Hoy nosotros, los que creemos, tenemos este refugio, a donde acudir en medio de nuestras luchas más profundas. Seguros de que el mismo poder que pasó por aquellos que lo rechazaron, se nos ha dado de gracia a los que hemos recibido la oferta de Jesús por fe.
Debemos abrir nuestros oídos espirituales al grito silencioso de nuestras ciudades. Siendo herramientas de Cristo podemos impactar nuestras ciudades. Para ello necesitamos salir de la comodidad de nuestros templos y salir a las calles donde están muriendo las personas sin esperanza ninguna.
Hemos recibido esa unción de manos del mismo Jesús, cuando subía al Cielo. Y se nos reclamará al llegar el último tiempo de nuestra vida, cuando estemos frente al Padre. ¿Qué hicimos con esta unción? ¿La guardamos bajo tierra por temor a perderla, como en la parábola de los talentos?
HÉCTOR SPACCAROTELLA (apoyado en un devocional de David Wilkerson)