Hay muchas formas de excusarse pidiendo disculpas, que no es lo mismo a arrepentirse y pedir perdón:
Ejemplo1: "Mira, si algo de lo que te dije te molestó, te pido disculpas".
Es una forma elegante de expresarle al otro que lo consideramos muy susceptible. El problema es de él porque se enoja fácilmente. A nuestro “modesto” entender, no sólo que no cometimos la falta, sino que además tenemos la “grandeza” de hacer este tipo de comentarios.
Ejemplo 2: "Está bien, sé que no tenía que haberte gritado, ni tampoco expresar esas frases hirientes, podría haber obviado lo del golpe en la mesa, romper el vaso fue un acto reflejo..., pero cuando pones esa cara de enojada me alteras".
Hemos sido la versión “no verdosa” del increíble Hulk. Fuimos violentos. Pero, ¿qué hacemos? Describimos nuestra agresión (lo que no implica arrepentimiento) y la connotamos como la consecuencia lógica de lo que sufrimos previamente. ¿Quién es el responsable? Por supuesto, la otra persona. Afortunadamente sólo hicimos lo que hicimos. Si no tuviéramos dominio propio, podría haber sido mucho peor.
Ejemplo 3: "Ay, discúlpame por haber llegado una hora más tarde de lo acordado. Es que no encontraba la llave de casa, luego me quedé hablando con un vecino, más tarde la seguí con otro vecino, tuve que hacer unas compritas, miré algunas vidrieras...".
A veces no tenemos ni un poquito de vergüenza. No respetamos el tiempo de los demás. Nos repetimos “soy un desastre” con el horario (o lo que fuera). Nos acostumbramos a un mal hábito y, ya expertos en ese tema, nos hemos inventado una serie fenomenal de excusas o explicaciones psicológicas para disimular nuestra conducta.
Muchas veces nuestras disculpas son perfectos disfraces para no enfrentarnos con la realidad. Mientras escribo esta nota pienso en la palabra “disculpa”; la parto en dos: dis-culpa (no culpa). Cierra perfecto. Significa entonces “no tengo la culpa”, así como tampoco la responsabilidad.
¿No sería más honesto de nuestra parte pedir perdón: “Estuve muy mal con lo que te dije”, “No hay ninguna excusa para justificar mi reacción”, “Te falté el respeto al llegar tarde”? ¿Y no debería seguir a este arrepentimiento un esfuerzo deliberado para cambiar el comportamiento?
Aprendamos a pedir perdón en lugar de disculparnos. Reconocer una falta es un acto de grandeza, no una debilidad. Alejemos las excusas y empecemos a crecer de una vez por todas. Dios nos puede restaurar y ayudar a cambiar, pero necesita que primero nos confrontemos con lo que somos y lo que hacemos.
GUSTAVO BEDROSSIAN