Me gustaría poder invitarte a viajar en el
tiempo hasta 2900 años atrás, mucho tiempo antes de que llegara el Cristo.
Seguí conmigo la lectura del primer libro de Reyes capítulo 17:
1 Reyes
17:1 al 6 Entonces Elías, el tisbita,
que era uno de los habitantes de Galaad,
dijo a Acab: "¡Vive
Jehová, Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos
años, hasta que mi boca lo diga!"
Llegó a él una palabra de Jehová, que decía: "Apártate de aquí, vuelve al oriente y escóndete en el arroyo
Querit, que está frente al Jordán.
Beberás del arroyo;
yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer".
Él partió e hizo conforme a la palabra de
Jehová, pues se fue y vivió junto al
arroyo Querit, que está frente al Jordán.
Los cuervos le traían pan y carne por la mañana y
por la tarde, y bebía del arroyo.
Con esta cita que
acabamos de leer juntos tomada del primer libro de Reyes capítulo 17, vemos el
momento en que comienza el ciclo de Elías, el gran profeta que ejerció su
ministerio en el reino del Norte, durante los reinados de Acab y Ocozías, es
decir, entre los años 874 y 852 antes de Cristo.
Por un momento me
trasladé mentalmente al lugar de donde nace la historia de la Biblia que
acabamos de leer. Imagino a Elías obedeciendo la voz que hablaba aún sin
entender mucho. Estaba cerca del gran río Jordán, aquella majestuosa fuente de
agua que se constituye en una columna vertebral en el mapa de la zona de
Canaan. Elías conocía muy bien ese río, una vez, muchos años atrás sus aguas se
apartaron a uno y otro lado para que el pueblo de sus padres pudiera acceder a
la tierra prometida.
Una zona fertil y
seguramente muy verde. Una arteria abierta de la tierra.
Perfectamente Dios podría
haberle hecho acampar a orillas del Jordán, aunque esa no fue la orden. Al contrario, tuvo que apartarse del gran río
para acampar a orillas de un pequeño surco de agua, un arroyo que seguramente
sería afluente del Jordán.
¿Porqué? Dios no da
muchas explicaciones. Dios no responde porqué, ni para qué, ni cómo.
Era tiempo de refugiarse,
porque lo que venía iba a ser duro. Los jóvenes dirían hoy que era tiempo de
“guardarse” hasta que las cosas mejoraran.
Y Elías no entendió, como
muchas veces no entiendo yo, no entendemos nosotros.
¿Porqué guardarme si
puedo estar en medio de la gran celebración espiritual? ¿porqué el arroyo que
apenas moja mis tobillos cuando podría
estar sumergido completamente en el Jordán del Espíritu Santo?
¿Es que no estaré
preparado? ¿Es que no será todavía mi tiempo?
Probablemente la
respuesta más clara que nos daría nuestro Padre del Cielo sería “te estoy
cuidando, confiá en mí”.
Pero no sé si entendería
su plan.
¡Señor!
¡Yo quiero estar en medio
de la batalla! ¡Soy tu soldado! ¿Porqué me dejás en la retaguardia? ¿Porqué no
me das la oportunidad de ser protagonista en tu presente?
-Ahora no, hijo. No lo entenderías, creeme, pero ahora guardate en el
arroyo, armá tu carpa y quedate ahí, que yo me ocupo de que no te falte nada.
¡Pero Señor! ¡Es tiempo
de milagros! ¡quiero ser la mano que toque y sane en tu nombre! ¡quiero hablar
las lenguas de tus ángeles!
¡Están muriendo en la
India, en África son apaleados, en Asia hechados fuera!… ¡necesitan mi ayuda!
¡Dejame hacer la mochila e ir para allá, Señor! ¡quiero servirte!
¡Dejame salir a la calle
a llevar tu Evangelio! ¡Dejame subir a la plataforma a dar tu mensaje en el
púlpito!
¡Dame la oportunidad de
liderar un grupo, de ser maestro bíblico, de cantar en el coro!
¡Dejame demostrarte
cuánto te amo, Señor!
-Ahora no, todavía no es tiempo. El mejor lugar donde podés estar es en
Querit. Confiá en mí.
No sería bueno para vos, te confundirías, creerías ver y sentir cosas que
no son, Te haría mucho daño y hecharías a perder el plan que tengo para vos.
Ahora armá la carpa, hacé campamento y quedate allá, a orillas del arroyo… yo
te prometo que cuando estés preparado, tus manos multiplicarán la harina y el
aceite y tu aliento será mi instrumento para devolver la vida.
Pero ahora levantá la carpa, y clavá firmes las estacas.
Hoy quiero decirte,
Señor, que en esta mañana, en este comienzo de jornada te hago caso. Cargué la
mochila de mi vida al hombro y camino hacia el arroyo.
Aprendí que vos
multiplicaste el pan e hiciste el milagro. Aprendí que hay miles que van a
recibir ese alimento. Y yo no quiero
estar allí. No quiero estar entre la multitud que te observa sentada en el
pasto esperando a que le llegue el pan y el pescado. Ellos no saben que vos lo multiplicaste ni les
interesa otra cosa que llenar sus panzas. Quieren el fruto de tu milagro, no
buscan conocerte.
Sé que tenés
control del mar y las tormentas y que tantas veces a la orden de tu mano
levantada, la barca azotada por las olas se quedó en calma. Hoy no te pido eso,
vos sabés cuando tu voz tiene que ser levantada.
Me lo indicaste y
entendí… necesito refugio. Acepto quedarme en silencio, escondido en el arroyo
de Querit, y me voy a quedar aquí esperando tus palabras, que llenas de sabiduría me van a indicar el momento en que me deba
poner de pie, cuando haya camino por donde ir, cuando sea el momento de andar
en la mejor senda por la que pueden
transitar mis pasos.
Probablemente
otros no entiendan, posiblemente yo tampoco entienda, pero hoy no quiero
sentarme a la mesa con vos para ver como Marta nos sirve, preocupada porque no
falte nada a la mesa. Tampoco quiero recostarme a tus pies al lado de María.
Vos sabés igual
que yo sé que muchas veces todo mi corazón se derretía deseando estar ahí, escuchando
tus palabras, amándote en silencio… pero hoy, quiero solamente estar escondido
en el arroyo de Querit.
Aprendo Señor que Querit es el lugar
donde tengo que descubrir que la pérdida no siempre es derrota, que este
es tiempo en que mis manos deben estar vacías… y que eso no significa que probablemente
un día puedan llenarse.
Que este es
tiempo en que los ojos están vidriosos y no veo claro, pero que un día, cuando
sea el tiempo serán limpiados para ver con claridad lo que no puedo ver con la
mirada opaca.
¿Sabés?, muchas veces fantasié con la imagen de verte caminando sobre el mar y
salirme de la barca para caminar con vos, mientras los otros ven sentados
nuestro paso en el agua.
¡Cuántas veces
me ví a las puertas de Jerusalem, esperando tu paso para gritarte ¡Viva! ¡Viva
el Rey de los Judíos! ¡viva el Mesías, el salvador de Israel! Y tender emocionado mi manto a tu paso.
¡Quise estar muchas veces entre los doce, Señor! Y acompañarte en uno de tus paseos junto al mar
de Galilea para ser espectador de los múltiples milagros que hacías. Y entender
el poder de tu mirada, y conocer el mensaje que das a las gentes.
Sin embargo, me
mostraste y aprendí que no son los hombres ni las circunstancias, que es necesario pasar algún tiempo escondido en
el arroyo de Querit, aprendiendo de la soledad, encontrando el valor de la
compañía, sabiendo que el dolor es un camino lleno de curvas y que muchas veces
parece llegar a un abismo, pero que llegado el momento justo aparecerá la
senda.
Hoy mi Señor, en esta jornada que comienzo en tu presencia no quiero estar con
vos en las bodas de Caná participando espectante de tu milagro ni observar las
coloradas mejillas de los comensales que felicitan al mesero ignorantes de que
tus manos hicieron el mejor vino desde vasijas de agua.
Querit es tiempo
de contemplación, tiempo de espera. Ya no es importante hacer sino aprender a
ser aquel que Vos planificaste en mí.
No te entiendo,
Señor, pero te creo. Y ya me encaminé con mi mochila hacia el arroyo, seguro de
que viene un tiempo de solamente estar en tu Presencia, de aprender a amarte,
de aprender un poco más de vos, conocer un poco más de ese Dios al que amo.
Deseo más que
nada permanecer escondido en el arroyo de Querit, allí donde las cosas
profundas aparecen sencillas, donde Tus verdades fluyen descontaminadas de la
corriente de una sociedad que está enloquecida caminando hacia ninguna parte.
Tengo mucho que
aprender, necesito que me enseñes el
camino hacia una vida de excelencia, donde pueda despojarme de la corteza de
mediocridad y las raíces de amargura. Allí
donde el sonido de tu voz no se pierde entre el barullo de de la muchedumbre
sino que llega hasta mí acompasado y sereno.
Descubrir además
con la mente y con el corazón que son Tuyas las palabras, que sos Vos el que
habla con un mensaje único.
Qué hermoso saber que me cuidás, Señor, ver que los cuervos me traen pan
y carne por la mañana y por la tarde, y que
tengo cerca para beber el agua del arroyo… ¡No necesito nada más!.
El arroyo Querit corre por una quebrada, estrecha y profunda y se
ha convertido en mi refugio, en mi casa, en el lugar que vos elegiste para mi
presente.
No quiero más, sólo saber que estaré aquí hasta encontrar Tu Paz, esa
que le prometiste a mi alma. Quiero tu silencio, quiero tu quietud, quiero tu
voz suave hablándome al oído. Quiero la sóla compañía de tus ángeles que me
ministran tu alimento.
Ya habrá tiempo
de salir a gritar al mundo tu mensaje, cuando en la quietud de la soledad de
hombres y en tu compañía, haya aprendido con la experiencia personal de haber
visto Tus Ojos, aquello que es Tu luz para el mundo.
HECTOR SPACCAROTELLA
Río
Gallegos
Argentina
tiempodevocional@hotmail.com
Inspirado en un artículo de Yolanda
Tamayo, colaboradora de la revista Ventana
Abierta (Asamblea Cristiana).
© Y. Tamayo, ProtestanteDigital.com (España, 2008).