Eclesiastés
9:9 (versión para matrimonios)
“Goza de la vida con el cónyuge que amas, en los fugaces días de
la vida, pues el cónyuge que Dios te dio es la mejor recompensa por tu
trabajo aquí en la tierra"
Otra historia
real, que cuando la pienso me llena de asombro y preocupación.
Una historia
de dos aviones.
Uno era un
Boeing 727 de Iberia. El otro era un DC-9 de Aviaco. Ambos estaban cargados
de pasajeros, y ambos corrían por la misma pista. Era la pista de despegue en
el aeropuerto de Barajas en Madrid, capital de España.
Pero lo
increíble fue que los dos aviones de pasajeros no corrían en el mismo
sentido, estaban despegando cada uno en un extremo de la pista y en sentido
contrario.
El choque que
se produjo fue fatal.
Del terrible
accidente resultaron muertas noventa y tres personas, además de muchísimos
heridos, tanto del Boeing como del DC-9.
Fue uno de los
más graves accidentes ocurridos en Madrid en el siglo veinte. Seguramente te
preguntarás tan asombrado como yo, cuál fue la causa.
Si leemos los
diarios del día del accidente, los titulares dijeron «Error humano, descuido y niebla cegadora»
Dicen que los
aviones son el medio de transporte más seguro. La realidad estadística
muestra que es mucho más probable tener un accidente en un micro de pasajeros
que en el aire. Hay en realidad pocos accidentes de aviación en comparación
con los miles de vuelos que se realizan todos los días alrededor del mundo.
Sin embargo, cada
vez que hay un accidente grave, la prensa mundial conmueve la opinión
pública.
Es llamativo
además que la mayor parte de estos accidentes que cuestan centenares de vidas
humanas se atribuye al descuido humano, a la falta de previsión o a no tener
señales adecuadas. En ese accidente de Madrid, la causa fue una niebla
cegadora, que apenas dejaba ver, y una falla en la torre de control que le
dio pista a dos grandes aviones al mismo tiempo.
En el sitio
web “conciencia”, se hace una comparación entre los accidentes de aviación y
las relaciones entre las personas, especialmente en un matrimonio.
“Así como sucede con los accidentes aéreos,
podríamos decir que las tragedias que perjudican a las personas, afectan los
matrimonios y destruyen los hogares se deben también a «error humano,
descuido y niebla» que enceguece”.
Quienes
llevamos varios años de casados, y que hemos visto el funcionar de muchos
matrimonios sabemos por experiencia que un matrimonio que llega al juzgado
para ponerle fin a su relación conyugal, no llega allí por obra del destino,
o de la mala suerte, o de situaciones externas a esa pareja. Tampoco pueden
atribuirse las causas a un solo de los miembros del matrimonio.
¿Cuáles son las causas que han provocado el
divorcio?
En muchísimos
casos (demasiados) el error humano,
de él o de ella, como por ejemplo al entregarse a un amor prohibido. En otros,
el error humano de ya no confiar
en el otro.
También hay descuido.
Descuido de
los votos que se hicieron al comienzo de su vida matrimonial.
Cuando empecé
a trabajar con matrimonios en crisis, me encontré que cuando uno de los
miembros de la pareja se quiere divorciar, el otro dice “yo no me voy a
separar, porque no quiero romper los votos que hice al casarme, frente al
altar. Allí dije “hasta que la muerte
nos separe”.
¿Cómo seguir
sin embargo adelante con un matrimonio en el que sólo uno de los dos quiere
continuar?
Hablé esto con
un pastor conocido, y él me dijo sabiamente que la ruptura de los votos
matrimoniales se había hecho mucho antes, al descuidar la pareja y permitir
que llegue a este estado. Ya no hay votos que proteger, porque han sido
quebrados antes.
Descuido de las eternas leyes de Dios.
Descuido del amor.
Descuido de la comunicación y compañerismo imprescindible entre esposo y
esposa para mantener la unidad y la felicidad.
Descuido de darle al matrimonio la prioridad que necesita en nuestras vidas.
Otras necesidades comienzan a ascender en la escala de prioridades. Algunas
de ellas socialmente aceptables como el demasiado trabajo, o el liderazgo en
la iglesia, o la atención de situaciones familiares.
La pareja se
va deteriorando y los corazones se van alejando sin que ninguno de los dos
tome la iniciativa de correr hacia el otro.
Error humano, descuido
y niebla cegadora decían los
titulares de los diarios en aquel accidente que no había sido tal.
Las mismas
causas que en demasiados casos de que más de un 60% de los matrimonios de
nuestras generaciones termine destruido irremediablemente.
Niebla cegadora.
Niebla, que no nos deja ver las cosas como realmente son, que distorsiona la
realidad, que engaña haciendo ver al otro más lejos de lo que realmente está.
Niebla de falsos conceptos del amor. Que muestra una forma de relación
basada en el ego, en el YO, que busca satisfacerme a mí antes que a mi
pareja. Amor erótico, que se da a cambio de algo, que no es gratuito.
Niebla de la conciencia, que se va opacando y oscureciendo. Que no permite
escuchar una voz que incuestionablemente nos muestra que la dirección es
otra. Niebla que termina nublando la mirada propia, hasta hacernos creer que
“no tiene nada de malo” una decisión que termina lastimando al otro en lo más
profundo de su alma.
Al acallarse
la conciencia se pierde la línea que marca la separación entre lo bueno y lo
malo, entre lo hecho bien y lo que por ninguna razón tenemos que hacer.
Niebla que
ciega la conciencia para que no importe hacer el mal. Niebla que enceguece,
de una mala moral cuya sola base es el egoísmo.
Casualidades
que no son casualidades. Accidentes que no son accidentes en la medida en que
las personas contribuyen negligentemente a que pasen.
Errores que terminan costando vidas.
Descuidos que terminan costando matrimonios.
Niebla que engaña haciendo ver lo que no es.
Si estás
escuchando o leyendo este mensaje, es porque tiene que ver con tu vida. Es posible que te estés dando cuenta que
has tomado decisiones equivocadas, que están a punto de que suceda algo
terrible que puede afectar el futuro de tu matrimonio o de tus hijos.
Y que te
puedas dar cuenta que no sirve de nada que le eches culpas al destino, a la
mala suerte o al otro. Ya no es tiempo de echar culpas, es la hora de mirarse
hacia adentro para reconocer que hay cosas que estoy haciendo mal.
Que es tiempo
de pedir perdón y de perdonar.
Que es tiempo
de reconstruir, de reavivar el fuego ahora que todavía hay brasas encendidas.
Y de darte
cuenta que solo no podés, que necesitás ayuda.
Necesito
decirte que el Dios de amor al que seguís y al que amás, puede darte la ayuda
que necesitás. Solamente tenés que dedicar tiempo a escucharlo, porque tiene
cosas para decirte. Y que luego de escucharlo lo obedezcas.
Hacelo por esa
familia hermosa que tenés. Es el mejor y más valioso tesoro que Dios puso en
tus manos.
Los aviones
están en la pista, los pilotos están acelerando y a punto de soltar el freno
para que las máquinas comiencen a moverse. Una vez que estén en marcha en
rumbo uno contra el otro y se estrellen, no servirán de mucho las lágrimas.
Tenés la
claridad suficiente que te da una luz poderosa que puede romper la niebla que
todo lo muestra gris.
Me gustaría que
leyéramos juntos una cita de la primera carta de Juan, en una versión no
impresa para matrimonios que siempre uso cuando hablo de temas de pareja (es
en realidad Reina Valera 1960 adaptada).
1Jn 4: 7 al 21 Amados,
amémonos unos a otros con nuestra pareja, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama a su cónyuge es nacido
de Dios y conoce a Dios.
El que no
ama a su cónyuge no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.
En esto se
mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo
unigénito al mundo para que vivamos por él.
En esto
consiste el amor a su cónyuge: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros
pecados.
Amados, si
Dios así nos ha amado, también debemos amarnos con nuestro cónyuge.
Nadie ha
visto jamás a Dios. Si nos amamos con nuestro cónyuge, Dios permanece en
nosotros y su amor se ha perfeccionado en nosotros.
En esto
conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su
Espíritu.
Y nosotros hemos visto y testificamos que el
Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.
Todo aquel
que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.
Y nosotros
hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor, y el que permanece en amor
con su pareja, permanece en Dios y Dios en él.
En esto se
ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día
del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo.
En el amor
no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor
lleva en sí castigo. De donde el que
teme, no ha sido perfeccionado en el amor.
Nosotros lo
amamos a él porque él nos amó primero.
Si alguno
dice: “Yo amo a Dios", pero no ama a su cónyuge, es mentiroso, pues el
que no ama a su cónyuge a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no
ha visto?
Y nosotros
tenemos este mandamiento de él: “El que ama a Dios, ame también a su cónyuge".
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