Hoy hace un año que sepulté a mi papá.
Él falleció de modo inesperado. Estaba cortando el césped y tuvo un ataque masivo al corazón. Mamá lo encontró tirado en el patio. Tenía cincuenta y cinco años.
Cuando recibí la llamada telefónica me quedé petrificado. No parecía real… no parecía posible. Toda la semana siguiente fue solo una imagen borrosa, yendo a hacer todos los arreglos, asistiendo al funeral, viendo rostros que no había visto en años.
Mis hermanas estaban desconsoladas. Y para mi mamá fue muy duro. En lo que a mí respecta, creo que solo me derrumbé una sola vez: cuando atravesé la puerta y vi a mi madre con sus ojos llorosos, y luego miré hacia la esquina de la sala de estar y observé la caña de pescar de papá.
Habíamos estado planeando un viaje a Montana para pescar con mosca. Estuvimos ha- blando al respecto por cuatro años. Y tan solo una semana antes él había reservado una cabaña y yo había adelantado todo para poder ausentarme de la oficina por ocho días consecutivos. Solos papá y yo.
De modo que, sí… al ver la caña allí y percatarme de que nuestro viaje jamás tendría lugar, bueno, aquello me conmovió. Tuve unos momentos de quebrantamiento entonces, pero más allá de eso pude controlarme bastante bien. Llorar no cambia nada. En realidad, te hace sentir peor. Así que trato de no hacerlo. Si algo ocurre, intento recordar los buenos tiempos. - Gerardo
Mitos como estos provienen de una distorsión educativa que ha tenido lugar en la sociedad. Se le ha inculcado al varón que llorar es símbolo de debilidad y sensiblería. Esto resulta irónico, porque con el pasar del tiempo el hecho de que los hombres reconozcamos que somos débiles y sensibles será indispensable para permitirnos relacionarnos certeramente con nuestros seres queridos, en especial con nuestra esposa e hijos.
El llanto no tiene sexo ni edad. Llorar es una de las válvulas de desahogo más impresionantes que Dios le ofreció a cada ser humano. Médicamente, llorar nos hace liberar adrenalina, una hormona que segregamos en situaciones de estrés, y noradrenalina, la cual actúa como un neurotransmisor y tiene un efecto contrario al de la adrenalina. Cuando lloramos, eliminamos estas hormonas, lo que produce una sensación de desahogo y tranquilidad. Por eso creo que llorar sí ayuda a producir cambios favorables en las situaciones tensas de la vida.
Las lágrimas que no derramamos pueden enfermar nuestro cuerpo y nuestra alma. El versículo más corto que registra la Biblia tiene que ver con el llanto, y el protagonista del mismo es nuestro Señor: «Jesús lloró» (Juan 11:35). Pensamos que llorar es cosa de niños; sin embargo, Jesús, el ejemplo por excelencia de un varón adulto —y quien estableció como requisito esencial ser como un niño a fin de entrar al reino de los cielos— lo hizo, recalcando así el hecho de que llorar no solo le pertenece a la etapa de la niñez, sino que además resulta imprescindible para lidiar con las situaciones desafiantes de la vida adulta.
El apóstol Pablo también nos aconseja: «Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran» (Romanos 12:15). Hacemos esto como parte de nuestra expresión de amor, ya que las lágrimas te ayudan a atravesar el dolor y disfrutar la felicidad.
Nuestra sociedad se ha olvidado de aprender a llorar por los detalles felices de la vida, no obstante, proponte hacer una lista de todas las bendiciones que Dios te ha permitido disfrutar junto a los tuyos… y llora de felicidad por cada una de las mismas.
Por último, llorar es una manera de clamar a Dios por ayuda. Jesús tiene una respuesta para nuestro clamor a través de la promesa registrada en Mateo 5:4: «Dichosos los que lloran, porque serán consolados».
¡Tu llanto te permite experimentar el consuelo de Dios!
Daniel Calveti Tomado de la Biblia “Hombre de Valor”. Editorial Vida.