Una vida de amor es la única manera de vivir “agradándole [a Dios] en todo” (Colosenses 1:10). Como Dios es un ser emocional, él experimenta alegría y tristeza igual que nosotros. Nuestras palabras y hechos cotidianos pueden causarle disgusto o moverlo a regocijarse por nosotros con cánticos. ¡Qué pensamiento más asombroso! Hoy, tú y yo podemos agradar al Dios del universo. Aunque está más allá de la comprensión, omnipotente, omnipresente y omnisciente; aun así, su corazón puede ser tocado por nuestras acciones amorosas, incluso en actividades cotidianas. ¿Qué cosa sino el amor podría agradar a un Dios de amor?
El amor siempre es la base. Es por eso que la Biblia declara: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gálatas 5:6).
Aunque el signo del pacto de Dios con Abraham fue la circuncisión de todos los bebés varones, un nuevo día ha amanecido y se ha establecido un mejor pacto. La circuncisión, la raza, el talento, el dinero, la fama, la educación o cualquier otra cosa que valoramos mucho se vuelve irrelevante en comparación con el amor. Una persona amorosa, o mejor aún, una iglesia llena de gente amorosa, tiene un tremendo poder para influenciar a las personas para Dios.
Una vez, una pareja de ancianos de un estado sureño visitó nuestra iglesia; y después del servicio, me visitaron en mi oficina. El hombre se emocionó mucho cuando dijo: “Pastor, nunca antes habíamos adorado junto a personas negras o latinas, ni una sola vez en nuestras vidas. Pero cuando tú les pediste a las personas que se saludaran unas con otras, todo tipo de hombres que nunca había conocido me abrazaron como si yo fuera su hermano”. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras continuaba, “sentí más amor esta mañana, de parte de extraños, que el que alguna vez experimenté en treinta años en mi iglesia local”.
¡Que bendición! No mencionó mi sermón ni cómo cantó el coro. ¡Lo que tocó su corazón y abrió sus ojos fue el amor de Dios fluyendo!
Jim Cymbala