No me gusta descansar. Me gusta hacer.
Soy uno de esos tipos detestables que no tiene problema con dormir poco, tiene más energía de lo promedio, y obtiene probablemente demasiado placer del sonido de mi bolígrafo al tachar un elemento de mi lista de cosas por hacer. Las grandes ciudades como en la que vivo están llenas de gente como yo, todas compitiendo diligentemente para obtener el máximo rendimiento, sentirnos los más importantes, y lograr todas las metas de nuestra vida.
Pero cuando personas como yo conocemos al Dios del descanso, tenemos un problema.
Sentirme superior por terminar muchas cosas no encaja bien en el reino de Dios. Medirse a uno mismo por medio de logros no coincide con un evangelio que salva por gracia y no por trabajar más. Yo creo en el evangelio, y he recibido gracia sobre gracia. Entonces, ¿por qué yo, y tantos otros cristianos occidentales, seguimos cayendo en la trampa de hacer más?
Dos dioses
En la iglesia puede ser igual de malo. Te unes a un grupo pequeño. Ah, y a un equipo de servicio. Y traes un pastel a la venta de postres de los jóvenes. ¿Y puedes venir al día de voluntarios? Antes de percatarnos, estamos trabajando muy duro para un Dios que salva por gracia. ¡Incluso si guardas un sábado de descanso, puede que trabajes bastante duro para hacerlo! Nuevamente pregunto, ¿por qué?
Caer en la trampa de la ocupación perpetua es confundir al Dios de la Biblia con el dios de este mundo. No son iguales. La historia del éxodo y el triunfo de la cruz lo demuestran. El dios de este mundo y el Dios de la Biblia hablan de manera diferente a nuestro trabajo.
Caer en la trampa de la ocupación perpetua es confundir al Dios de la Biblia con el dios de este mundo.
Recientemente encontré un estudio de Oxford sobre el ajetreo. Los autores hacen la convincente afirmación de que un estilo de vida ocupado y con exceso de trabajo, en lugar de un estilo de vida relajado, se ha convertido en un símbolo de estatus. En otras palabras, cuanto más ocupado estés, más importante puedes pensar que eres. “Estoy tan ocupado” se ha convertido en el nuevo símbolo de estatus.
Como pastor, recibo esto todo el tiempo. “Pastor Adam, me hubiera acercado a ti, pero sé que estás muy ocupado”. Esto es me lo dicen como una especie de cumplido extraño, pero no lo es. Es triste. El dios de este mundo es un capataz que exige ocupación constante.
Las deidades antiguas exigían el trabajo incesante de los esclavos, los cuerpos de niños, y el fuego de la guerra para asegurar una buena cosecha. En nuestra era moderna nos reímos de esas creencias primitivas, pero somos igual de paganos. El dios de este mundo exige un trabajo absoluto para nuestros jefes, relaciones desnutridas con nuestros hijos, y el fuego del fervor político para mantener la “cosecha” de ese aumento esperado y planificado para la jubilación.
Estar ocupado no es una virtud; es a menudo un vicio. Por supuesto, Dios nos lo ha dicho muchas veces:
“Es en vano que se levanten de madrugada, que se acuesten tarde, que coman el pan de afanosa labor, pues El da a Su amado aun mientras duerme”, Salmos 127:2.
El Dios de la Escritura no está impresionado por la ocupación; Él es movido por el amor. Cuando recordamos que Él nos ama y, al final de todo nuestro trabajo, dependemos completamente de Él para todo, podemos descansar bien. Realmente bien. Es el dios de este mundo el autor de un sistema en el que la ocupación es un símbolo de estatus. Para el verdadero Dios, es triste.
Dos tronos
Faraón era un falso rey/dios que exigía del pueblo de Dios un trabajo interminable para que él pudiera sentarse en su trono en reposo perpetuo. Cuando exigía el trabajo incesante de los esclavos, su trono estaba más seguro y su reino era más temido. Así es como el dios de este mundo todavía funciona. Motivados por el miedo a que nos falte algo, o por miedo al fracaso, trabajamos por la prosperidad terrenal, la riqueza, y el lujo. O peor aún, trabajamos para subsistir, con miedo de que si nos detenemos perderemos la oportunidad de ser grandes.
“Ponme en el trono de tu trabajo”, grita el dios de este mundo.
Entonces está Jesús. Jesús no necesita nuestro trabajo para mantenerse en su trono. Él es quien deja su trono para trabajar para nosotros. Confiar en Jesús en tu trabajo significa aprender a ponerlo a un lado y entronizarlo a Él en tu descanso. Reconocer que Él es el Señor y que Él es el Salvador requiere que dejemos de esforzarnos el tiempo suficiente para respirar en gracia, gracia que no se puede ganar. Es por eso que Él dice: “Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar” (Mt. 11:28).
Trabajo finalizado
En la mitología griega, Sísifo es castigado por su orgullo al ser obligado a rodar una roca colina arriba, solo para que ruede hacia abajo una vez que llegue a la cima. Este ciclo sin fin es su destino por toda la eternidad, y más o menos describe el carácter del dios falso de este mundo. A pesar de la promesa de una jubilación perfecta, una vida fácil, y un estilo de vida cómodo, realmente nunca terminas de pagar y mantener. Si adoras el “sueño americano”, es posible que nunca te despiertes de tu pesadilla sisifeana
Pero el Dios de la Biblia es diferente. Sus promesas son mejores que una bonita villa de retiro en Florida. Su oferta es mejor que el trabajo incesante. El mundo del trabajo te dice constantemente: “no has terminado”. Pero en la cruz, Jesús grita con su último aliento: “¡Consumado es!”.
Y está consumado. Terminado.
Ya sea que seas el tipo de persona que termina cosas o que constantemente sientes que no has hecho lo suficiente, la buena noticia es que tú puedes decidir a qué deidad te inclinarás.
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN THE GOSPEL COALITION. TRADUCIDO POR DIANA RODRÍGUEZ.