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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Néstor Barbarito  (Mensaje original) Enviado: 20/09/2018 21:50

¿No serán quizás los ojos del Señor, que perdonaban,
los dulces y amables ojos del querido Humberto,
que sólo con ellos puede manifestar su ‘si’, su ‘no’,
y mansedumbre y amor, y la alegría y el dolor
que su voz no puede expresar?
 De Alfonso-Cristo (nfb).


 

Un firme mojón en mi paso por el ministerio del alivio (acompañamiento a los enfermos), que desempeñé en el hospital, lo constituyó, sin dudas, mi encuentro con Humberto: un hombre de, quizás, entre treinta y treinta y cinco años, que había sido arrollado por un tren y salvado su vida por un verdadero milagro. Luego de permanecer en estado de coma, en un hospital del Gran Buenos Aires durante más de dos años, había recuperado la conciencia y fue trasladado al hospital de rehabilitación donde yo lo conocí. Pero recuperar la conciencia no significó más que eso: entender que estaba absolutamente desvalido y sin el control de ninguna de sus facultades, excepto las mentales y la vista. Con los ojos hacía entender por sí o por no su respuesta a las preguntas que le hacíamos y apenas esbozaba una sonrisa, especialmente cuando su esposa, que gracias a Dios lo acompañaba fielmente, le hacía algún mimo, porque ni siquiera manejaba los músculos de su rostro.

Sin habla, ni movilidad en las extremidades (apenas lograba mover algo las manos y los dedos), era realmente conmovedor ver a un ser tan joven reducido a aquel estado. Por eso durante meses dediqué buena parte de mi servicio en aquel hospital a compartir mi tiempo con el querido Humberto.

 Fue así que yo leía en voz alta párrafos del Evangelio, “Juntos” invocábamos al Jesús de los milagros. Aquél que hacía caminar a los paralíticos, hablar a los mudos, y aún resucitaba a los muertos. Y digo que lo invocábamos, porque, aunque él no podía pronunciar palabra, por la expresión de su rostro y su mirada, yo podía entender que me acompañaba en la oración. Y sus ojos brillaban muy particularmente cuando rogábamos hallar el refugio y consuelo de la Madre del Señor.

Un día de aquellos, el Espíritu quiso iluminar mi inteligencia, y me sugirió usar de cierta argucia para que pudiera comunicarse al menos un poco más. Rescaté una vieja computadora que, aunque antigua y desactualizada, aún servía para escribir en la pantalla, y comenzamos con su esposa a tratar de que llegara con sus dedos móviles al teclado.

Importante y conmovedor para mí fue el día en que me recibió con un gesto que reconocí como esbozo de sonrisa, la esposa puso el teclado al alcance de sus dedos, y él, no sin bastante dificultad, logró escribir: graciasnestor. A continuación, yo escribí: Gracias a Jesús misericordioso. Sus ojos brillaron de un modo muy particular, y la pantalla se iluminó –o así me lo pareció a mí- con un interminable: ssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

No es mucho más lo que puedo contarte acerca de Humberto, porque poco después fui afectado por una enfermedad que me tuvo varios meses lejos del hospital, y cuando al fin volví, él ya no estaba allí. Nadie supo decirme adónde lo habían trasladado, de modo que de él sólo me quedó un hermoso recuerdo, y la gratitud al Señor por haberme dado el gozo de poder ayudarlo en uno de sus “milagros”. Nunca escuché una palabra de sus labios, pero te aseguro que sí pude descubrir en el fondo de sus ojos, la dulce presencia del Todo Misericordia que lo sostenía en la esperanza. 

Quizás el hecho de que, por diversas circunstancias, a ninguno de los enfermos que allí pude acompañar en sus dolores y angustias lo hubiera podido seguir tratando más allá de su paso por el hospital -hecho éste que tantas veces lamenté -, haya sido, sin embargo, uno de los aprendizajes más fructuosos de aquella etapa de mi entrega a Jesús en los hermanos. Tal vez poder disfrutar de su amistad y gratitud me hubiese llenado de gozo, sí, pero quizás también de falso orgullo y vanidad. Algo así como sentirme satisfecho de mi tarea. De este modo, en cambio, sólo me resta decir: “soy un siervo inútil, tan sólo hice lo que debía hacer” (Cf Lc 17,10).

                                                                                    Amén.

     



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: hectorspaccarotella Enviado: 21/09/2018 14:24
Siempre gracias por animarte a contarnos de tu ministerio con enfermos. 
Nos edifica, nos alienta y también nos trae convicción de pecado por tanta comodidad, que nos lleva a quedarnos en casa en lugar de salir a visitarlos y llevarles lo que Dios tiene para ellos. 

HÉCTOR


 
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