Se desata la tempestad. Tengo miedo. Aunque llevo años surcando este mismo mar, hay días en los que me atemoriza lo que encuentro.
Debería estar confiada, saber que como muchas otras veces tú lograrás calmar la tempestad. Aún así, no me acostumbro a este desate airado del mar.
El temor que me abraza hace que retornen mis dudas.
Tengo que hacer caso omiso a las voces que inquietantemente me susurran lo sola que estoy ante este exaltado desorden.
No quiero que calmes el arrebatado viento que encrespa las olas.
No quiero que interpretes este sobresalto y arrincones mi agonía con el milagro de la calma. Tan sólo deseo que permanezcas a mi lado en la barca. Que dejes fluir mi fe en medio de la desesperación y culmine esta aventura siendo coronada con la grata sensación del deber cumplido.
Quiero aprender que toda travesía tiene su fin, y que esta barca como muchas otras veces encontrará su orilla.
Tú ves como remo con gran fatiga, conoces mejor que nadie el esfuerzo que hago. Sé que si estás a mi lado observando mi arrojo, yo seguiré remando. Aunque el temor me hace temblar como una gota de rocío posada sobre una hoja, reconozco que debo de confiar más y más en ti.
Tú ves mi situación.
Tú conoces mis lágrimas.
Enséñame a vivir en este mundo donde me azotan tantos vientos y sentir que tu presencia es lo único que necesito para sentirme segura.