Me preocupa la gente que huye de su vida emocional.
Aún me preocupan más aquellos que, refugiados en un supuesto esplendor espiritual, desprecian la conexión con su alma. Los argumentos pueden ser tales como “Las emociones son un ruido que debemos acallar para escuchar tan sólo la voz de Dios; sólo están para distraernos y engañarnos. Yo me enfoco en mi vida espiritual”. No todos lo expresan tan abiertamente pero algunos, en pro de una supuesta madurez de espíritu, renuncian al registro de sus verdaderas emociones. Hacen síntomas por todos lados, pero insisten con más de lo mismo.
No quiero que me confundas. No hay dudas, para mí, que la conexión con Dios es fundamental en el tratamiento de las emociones. Necesitamos el escáner de Dios para conocernos y ser guiados. Pero considero que, en el hecho de aislarnos y volvernos místicos, esquivamos el contacto con una parte maravillosa de nuestra vida. Y en el marco de ese orgullo espiritual, desperdiciamos también la posibilidad de vincularnos con otros que nos acompañen en el proceso del autoconocimiento. No queremos atravesar procesos y preferimos dar testimonio de sucesos milagrosos donde, un solo evento nos convierte, en un día y para siempre jamás, en una nueva persona.
Peter Scazzero, quien tuvo que atravesar un profundo proceso de restauración personal y matrimonial, expresó:
“Ignorar nuestras emociones es volverle la espalda a la realidad; escuchar a nuestras emociones nos introduce en la realidad. Y en la realidad es dónde encontramos a Dios… Las emociones son el lenguaje del alma. Son el grito que le da una voz al corazón… Sin embargo, a veces nos hacemos los sordos a través de un rechazo emocional, la distorsión, o desvinculación. Nos sacudimos de cualquier cosa perturbadora a fin de conseguir un tenue control de nuestro mundo interior. Nos atemoriza y avergüenza lo que se filtra en nuestros sentidos. Al desestimar nuestras intensas emociones, nos engañamos a nosotros mismos y perdemos una maravillosa oportunidad para conocer a Dios. Olvidamos que el cambio viene a través de la sinceridad brutal y la indefensión delante de Dios”.
Te animo a releer varias veces el texto de Scazzero.
¡El planteo es tan distinto al de algunos creyentes!
Dejemos de lado nuestros mentirosos testimonios donde exageramos nuestros éxitos, evitando relatar nuestras naturales luchas cotidianas.
Las emociones nos conectan con nuestra realidad. Y nuestra realidad no tiene por qué ser perfecta. No nos hagamos los sordos, porque en la voz de las emociones, puede estar presente una advertencia de Dios para sanarnos, corregirnos y llevarnos a un mejor lugar.
Todo lo que digas no tiene por qué sonar bien. Dios te quiere auténtico. No hay salud en relatos religiosos armados donde las emociones no tengan una posibilidad de expresión. Dios te creó emocional.
Atender a tus emociones abre el camino para atenderte y entenderte.