Caminar por la antigua ciudad de Jerusalén es una experiencia extraordinaria. Sus calles adoquinadas y estrechas están llenas de carácter, vitalidad e historia; y sus sinagogas, mezquitas e iglesias, evocan un aluvión maravilloso de recuerdos significativos y memorias gratas. Las murallas que la protegen, además, son testigos de las muchas batallas que se han librado «en nombre de Dios».
La ciudad puede verse con claridad desde el monte de los Olivos. ¡Y la vista es espectacular! La referencia a los olivos se debe a que en la antigüedad el lugar estaba lleno de esos árboles, cuyos frutos contribuían positivamente a la economía de la región, además de simbolizar fortaleza, seguridad, prosperidad y esperanza. Al pie del monte se encuentra el huerto o jardín de Getsemaní, nombre que alude a las prensas de olivas que se utilizaban para sacar y procesar el aceite. Y precisamente en este lugar, se ubica una de las narraciones más significativas, importantes e intensas de las Sagradas Escrituras.
De acuerdo con los evangelios, el Señor llegó al Getsemaní con sus discípulos para dedicar algún tiempo a la oración. Pero, como el ambiente en Jerusalén era de inseguridad y alta tensión por la celebración de la fiesta de la Pascua judía en un contexto de ocupación política y militar del imperio romano, Jesús, muy entristecido, comenzó a angustiarse…
El lugar no sólo era físicamente importante para la vida diaria de la comunidad, sino que se había convertido en espacio vital para las meditaciones y reflexiones del Señor. En el Getsemaní se concentraron todas las fuerzas físicas, emocionales y espirituales de Jesús, que con valor enfrentó en aquella hora la complejidad del momento: Se percató una vez más de las dificultades diarias que producía la ocupación indescriptible de la fuerza militar romana, que con sólo marchar por las calles de la ciudad demostraba su poder absoluto. A la vez, el Señor escuchaba el clamor de la gente, los dolores del pueblo y las angustias de la comunidad, para atender sus aspiraciones, sueños y esperanzas.
Desde el Getsemaní se divisan algunos lugares significativos de la ciudad. Se pueden ver con claridad al día de hoy la explanada del Templo y el muro Occidental (símbolos eternos de la presencia divina para la comunidad judía), la Cúpula de la Roca (tercer lugar sagrado para la religión musulmana), y las iglesias del Santo Sepulcro y del Redentor (signos de esperanza y vida para la cristiandad). El espectáculo visual pone en evidencia la importancia del lugar: ¡Se encuentran cara a cara las tres religiones monoteístas del mundo! ¡Se divisan sin dificultad los representantes de las tradiciones de Moisés, Jesús y Mahoma! ¡Se acercan los fieles de la Torá, los Evangelios y el Corán!
Jesús entendió la importancia de separar tiempo de calidad, en medio de las realidades y adversidades de la vida, para meditar en el Getsemaní. Y aunque dolido y preocupado, luego de orar, retomó sus fuerzas y valentía para enfrentar la vida, con sus sinsabores y traiciones, con valor, dignidad y esperanza.
Aquel huerto milenario y silencioso, es símbolo de poder y autoridad, es signo de esperanza y futuro, es emblema de integridad y gracia, valores y virtudes que acompañan a las personas que no se detienen ante las dificultades ni se amilanan ante los problemas. Ese jardín de plegarias y meditaciones, preparó al Señor para la conquista del porvenir, para alcanzar el mañana, para llegar al futuro, para aproximarse a lo eterno.
En el huerto de Getsemaní, el Señor le dijo a sus seguidores con dignidad, autoridad y seguridad: ¡Levántense! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona! (Mt 26:46) Pues las grandes dificultades de la vida se enfrentan de pie y con valentía.