El temerario profeta Jeremías, un poderoso predicador de santidad y arrepentimiento, tenía la mente de Dios y caminaba en el temor de Dios. Sin embargo, mientras leemos Jeremías 20, encontramos a este gran hombre sufriendo un horrible eclipse de fe.
Jeremías estaba predicando en la puerta del templo cuando un sacerdote poseído por Satanás, Pasur, avanzó y lo abofeteó. Luego Pasur ordenó a sus hombres que arrastraran a Jeremías y lo pusieran en un cepo público, donde las multitudes que pasaban, se burlaban. Cuando fue liberado, Jeremías pronunció el juicio de Dios sobre Pasur y sus seguidores: “Y tú, Pasur, y todos los moradores de tu casa iréis cautivos” (Jeremías 20:6). En otras palabras: “Pasur, ¡tú y esta ciudad han caído!”
Tan pronto como esto sucedió, una oscuridad de alma descendió sobre Jeremías y él se derrumbó en desánimo. El que alguna vez fue un predicador de santidad penetrante, ahora expresaba sentimientos oscuros hacia Dios: “Señor, me engañaste. La palabra que me diste se ha vuelto un reproche y todos días soy ridiculizado. Me has abandonado, así que yo te abandono. Ya no anunciaré tu Palabra porque todas tus promesas son vacías. Mi vida y ministerio han acabado en vergüenza. Debiste haberme matado en el vientre de mi madre” (ver Jeremías 20:7-9, 17).
¿Cruzó Jeremías una línea aquí? ¿Cómo podría salir tal lenguaje de alguien que dice servir a Dios? Encontramos nuestra respuesta en el siguiente capítulo: “Palabra de Jehová que vino a Jeremías” (Jeremías 21:1). El eclipse de fe del profeta pasó y Dios no perdió el ritmo. Siempre está al tanto de los artimañas y ataques que Satanás usa contra sus sirvientes más efectivos y sabía que Jeremías soportaría. Dios entendió que el clamor de Jeremías fue producto de la confusión y el dolor; y las Escrituras dejan claro que ni por un sólo momento Dios le quitó la unción.
Es posible que hayas sentido que Dios te ha decepcionado. Ten en cuenta que el diablo está detrás de estas dudas y está absolutamente decidido a bloquear tu visión de la misericordia y la gracia de Dios. Pero acércate a tu Padre y descansa en su amor con la seguridad de que él nunca te ha abandonado.
David Wilkerson