“Cada vez que conversamos, sé que luego tendré un problema”.
“Ya ni quiero hablar, porque me analiza cada palabra y termina cuestionando algún comentario mío”.
“Todo lo que diga puede ser usado en mi contra”.
“No quería dialogar, porque sabía que perdía siempre… terminas desistiendo”.
Esta clase de comentarios los escucho en mi consultorio todos los días. Representan la impotencia que algunos experimentan en sus vínculos más cercanos a la hora de conversar. Cada gesto o cada palabra pueden ser usados como material que utilizará el otro para analizar, ridiculizar, subestimar o desmentir. Salvo que uno tenga tendencias masoquistas, no parece muy tentador dialogar cuando suponemos que se avecinan problemas que no teníamos antes de predisponernos a conversar. Si presencio la conversación entre dos familiares en estos contextos, las frases serán del estilo “Contigo, no me da para hablar”, o “Mi sensación es que no te puedo decir nada”.
Por supuesto que, en algunos casos, pueden ser usados estos argumentos como perfectas excusas para refugiarse en la comodidad de la escabullida emocional. La persona esquiva cualquier tipo de tensión y, la más mínima diferencia, ya se decodifica como “Ataque”; ante esa lectura de los hechos, se procede a la “Huida”. En lugar de enfrentar con madurez una dificultad, se busca alivio en la evitación de los problemas a resolver.
Pero más allá del mundo de las excusas, es muy cierto que con algunas personas se hace muy difícil dialogar sin caer en la repetitiva experiencia de la impotencia y la frustración. Ante ese prototipo de individuos, no hay mucho para acotar, ya que supuestamente saben qué les sucede a ellos, qué nos sucede a nosotros, en qué estamos pensando, qué es lo que en realidad quisimos expresar sin haberlo expresado, etc. Conversar así siempre es pérdida.
¿Seremos nosotros espantadores comunicacionales? ¿Generaremos climas donde no reine la aceptación? Porque quizá necesitemos hacer ajustes en lugar de juzgar siempre a los demás como débiles y cobardes. Si vivo peleando con todo el planeta y me siento incomprendido por el resto de la humanidad, es probable que tenga que hacer algunos ajustes en mi estilo de afrontamiento comunicacional.
¿Podré en el día de hoy simplemente escuchar sin prejuicios?
¿Dejaré de analizar negativamente cada movimiento o gesto del otro?
¿Tendré la humildad y la apertura para ser un aprendiz ante los demás?
¿Pediré perdón a todos aquellos que he amordazado con mi prepotencia?
Creo en un Dios Restaurador. Y ese Dios Restaurador quiere sanar mi estilo de afrontamiento a la hora de conversar. Pero precisa que yo dé el paso del reconocimiento en cuanto al daño que vengo provocando con mi impertinencia. Necesita que deje de ver siempre la paja en el ojo ajeno. Puede ayudarme para que la comunicación pase de “Modo Pérdida” a “Modo Ganancia”.
GUSTAVO BEDROSSIAN