Constantemente me encuentro con personas en diferentes lugares que parecieran ser miembros de la misma iglesia porque tienen las mismas quejas. Se han chocado con soberbia, celos, ceguera, rencor, superficialidad, etc. Todos síntomas humanos esperables de encontrar donde hay personas. Así somos porque así venimos de fábrica producto del pecado y, a menos que dejemos que Dios intervenga, habrá situaciones frustrantes en cada lugar donde nos toque actuar. Por eso antes de resignarme a la crítica pesimista y ser parte de lo humano que sucede en mi iglesia, yo quiero hacer mi aporte para que las cosas mejoren llegando a ser un canal por donde pueda fluir lo divino.
Hoy la realidad no deseada de muchas congregaciones combinada con nuestro egoísmo, la corriente de individualismo que nos rodea y la fuerte cultura de personalizar todo a nuestro gusto y medida, conforman el combo perfecto para que empecemos a juguetear en nuestra mente con un “plan B”, es decir: la posibilidad de vivir la espiritualidad por nuestra propia cuenta.
Entonces, ¿Qué pasa si decido ser un cristiano sin iglesia? Pues, definitivamente me perderé eslabones fundamentales en la cadena que Dios pensó para mi desarrollo interior. Por ejemplo, sin iglesia o grupo con quien compartir y congregarme no tendré entre otras cosas:
La oportunidad de dar y recibir amor en forma regular y constante. Suena a frase hecha, pero si no pertenezco a una comunidad no tendré el espacio donde dejar fluir en forma habitual la marca por excelencia de un seguidor de Jesús. Y eso con seguridad, afectará negativamente mi espiritualidad.
La necesidad de rendir cuentas como parte de mi manejo personal. Esto constituye uno de los mayores problemas que tienen los llaneros solitarios que andan sirviendo a Dios y a la gente sin formar parte de un círculo donde otros sepan qué hacen y por qué. No estoy del todo sano espiritualmente si no me sujeto a la autoridad de alguien que puede aconsejarme, advertirme, desafiarme a crecer e incluso confrontarme.
La escuela de soportar a personas diferentes y difíciles al punto de llegar a amarlas. El caminar armónicamente cerca de quienes no comparten mis gustos, puntos de vista o forma de ser, me ayuda a superarme espiritualmente y me equipa de una manera única para ser de bendición y de utilidad en todos los ámbitos donde me mueva.
Interés en el bienestar de otros. Esto no es algo natural, no nací con esa predisposición. Es algo sobrenatural que Dios pone en mí y debo aprender a cultivar. La iglesia me regala el marco donde enterarme a quién puedo ayudar, dónde servir desinteresadamente con mis capacidades y dónde llorar o reír acompañando el momento que vive mi prójimo.
Identidad comunitaria. Hojeando mínimamente la Biblia se capta el constante empeño que ha tenido Dios desde siempre de formar un pueblo. Además de Sus propósitos, hay una infinidad de beneficios que trae la pertenencia para quien es parte de una gran familia. La realidad es diametralmente diferente para quien es miembro de una comunidad, y para quien no lo es.
El contacto grupal con Dios. Mi relación con el Creador incluye disciplinas como orar, alabarlo, honrarlo, servirlo y anunciarlo; que de acuerdo a la Biblia cobran una dimensión superior cuando lo hago en conjunto con otros.
Como verás, cuando entiendo que mi espiritualidad no pasa solamente por creer en Dios, pedirle que me bendiga y tratar de conducirme con valores más o menos cristianos; vuelvo a descubrir y a afianzar la necesidad irremplazable de la presencia de otros en mi camino de fe. Por algo será que cuando Jesús expresó qué era lo más importante, habló de amar a Dios pero inmediatamente ató esa prioridad a un segundo aspecto sin el cual el primero pierde veracidad: el amar a los demás.
¿Y en la calle no hay prójimos y oportunidades para amar? La primera iglesia, la que tenía frescas e impregnadas las enseñanzas de Cristo, tenía una presencia relevante en la sociedad, pero esto solo era posible porque estaban juntos. No me gusta la idea de una iglesia que se reúne para aislarse. Quiero cada vez menos tiempo en cultos y más tiempo “libre” para contagiar cristianismo en la sociedad. Pero reconozco que soy más efectivo y que mi vida espiritual se fortalece y desarrolla, cuando obedezco siendo parte de un grupo donde puedo vivir ese “los unos a los otros” que intencionalmente el Espíritu Santo incluyó tantas veces en el Nuevo Testamento.