Ezequiel 37 – 39 y Santiago 1 – 2
“… me colocó en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Me hizo pasearme entre ellos, y pude observar que había muchísimos huesos en el valle, huesos que estaban completamente secos. Y me dijo: ‘Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?’. Y yo le contesté: SEÑOR omnipotente, tú lo sabes” (Ezequiel 37:1-3 NVI).
Un amigo me contaba que Walt Disney siempre realizaba sus proyectos cuando había consenso entre sus ejecutivos. El problema es que la supuesta unanimidad siempre era en desacuerdo a los planteamientos del famoso dibujante. Por eso, guiado por sus instintos, siempre terminaba haciendo lo opuesto a lo que sus asesores le aconsejaban. Él afirmaba que su negocio tenía que ver con lo imposible hecho realidad. Por eso no le interesaba nada que parezca “posible” de hacer por cualquier otro ser humano. Por el contrario, cada uno de sus sueños, eran justamente hacer que los “sueños” se concreten, que se vuelvan una realidad.
El ámbito de los “negocios del Padre” en que el cristianismo se desenvuelve también está en el terreno de los imposibles. Por ejemplo, no hay currículum humano que cumpla con los requisitos para que alguno pueda llamarse cristiano. Sin embargo, el Señor hizo algo que es imposible para nosotros cuando lo hizo posible, pero no por nuestros méritos o capacidades, sino por su inmenso poder.
El texto del encabezado nos habla de una de las más sobrecogedoras visiones de toda la Biblia. Ezequiel es sorprendido cuando Dios le hace una pregunta que considero decisiva: “Y me dijo: Hijo de hombre, ¿podrán vivir estos huesos? “(Ez. 37:3 NVI). El sentido común hubiera podido notar que este lugar es el punto final de descanso de los restos humanos luego de que la vida ha dejado de ser. Ese valle era solo un lugar en donde estaban depositados “los restos” de las personas que, alguna vez, habían vivido. Los huesos bien secos demostraban que su tiempo había terminado hace mucho. Sin embargo, para Dios este valle era una posibilidad, porque para Él no hay nada imposible.
Por eso me parece fascinante la respuesta de Ezequiel. Él no intenta ni por un segundo convencer a Dios de lo evidente, como quien dijera: “Mira Dios, en realidad, después de haber dado la vuelta y comprobar la profunda sequedad de los huesos, he llegado a la honesta conclusión de que la vida se extinguió por estos lares hace ya mucho tiempo. Estoy casi seguro de que, definitivamente, me trajiste al lugar equivocado… este lugar no es más que un cementerio… ¿Por qué no buscamos mejor un pueblo?”. Más allá de la lógica de las posibilidades humanas, Ezequiel decidió humillarse ante su Dios y afirmar: “Y yo le contesté: SEÑOR omnipotente, tú lo sabes” (Ez. 37:3b NVI).
Hay situaciones en la vida que se tornarán en verdaderos imposibles ante nuestros ojos. En la vida nos enfrentaremos más de una vez a circunstancias imponderables cuya solución solo descansará en las respuestas que el Señor pueda proveer y que solo descansarán en su soberanía, sabiduría, misericordia, y poder. Hay momentos en los que nos llenaremos de cuestionamientos y parecerá que desaparecen todas nuestras certezas, y todas nuestras fuerzas son nada para enfrentar lo que tenemos delante. Allí es cuando el Señor de los imposibles hace su aparición.
No podemos tratar de sujetar a Dios para que realice solo aquello que nosotros podemos hacer por nuestros propios medios porque eso significaría que Dios tiene mi misma talla y contextura, un Dios a la medida de mis posibilidades. Por el contrario, Él es tan grande y poderoso que todo lo que hace no puede dejar nunca de sorprendernos. Esto es lo que el Señor le dice a Ezequiel: “Y cuando haya abierto tus tumbas y te haya sacado de allí, entonces, pueblo mío, sabrás que yo soy el SEÑOR” (Ez. 37:13 NVI).
Solo Dios sabe cuándo y dónde usar su poder de manera soberana y gloriosa.
No me refiero con esto a que estaremos caminando sobre las aguas todos los veranos, que en cada boda el agua se convertirá en vino, y menos que cada domingo será Pentecostés. Definitivamente, no creo que esa sea la intención del mensaje que el Señor tiene para nosotros. Ezequiel aprendió que solo Dios sabe cuándo y dónde usar su poder de manera soberana y gloriosa. Ezequiel no trató de dirigir al Señor diciéndole que los huesos debían vivir, ni tampoco le dijo lo que Él debía hacer; Ezequiel solo se humilló al reconocer que no tenía sabiduría suficiente para saber algo que excedía con creces a su propio entendimiento y capacidades. Pero, presta atención, sí había algo que el profeta declaró sin ninguna duda. Ezequiel sabía que, sea cual sea la respuesta, Dios la conocía y lo que Él hiciera sería lo mejor que debía pasar.
Hoy en día, cuando hay tantos líderes religiosos y tantos grupos que creen tener en sus manos el poder sobrenatural de Dios, me inclino a reconocer mi incapacidad para saber con exactitud lo que Dios quiere hacer y mucho menos cómo y cuándo lo hará. Por eso es que solo en íntima comunión con el Señor y su Palabra puedo atisbar su voluntad y su obrar. En su presencia puedo entender que esto no se trata de gozar de su poder o simplemente verlo obrar, sino de caminar con Él bajo la seguridad de que tiene cuidado de mí. Solo en oración puedo mostrarle mis anhelos, pero Él siempre tendrá la última y soberana palabra. Y yo se que la decisión y acción final, por venir de Dios y ser sobrenatural y eterna, nunca dejará de sorprenderme.
En el mismo sentido, Santiago escribió muchos siglos después de Ezequiel: “Mis queridos hermanos, no se engañen. Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras” (Stgo. 1:17 NVI). En las Escrituras podemos encontrar las obras de un Dios inmutable, pero que siempre está sorprendiendo a sus hijos con recursos que están fuera de su alcance. Nunca estaremos preparados para ellos, pues no tienen que ver con condiciones humanas, sino con el poder divino. En la Biblia siempre nos vamos a encontrar con hombres y mujeres fieles sorprendidos con las obras de Dios. En la sencillez de sus corazones fueron usados como protagonistas en las intervenciones sobrenaturales de Dios, pero ellos lo único que sabían con certeza era que el Señor sabía lo que hacía y ellos se sometían a esa voluntad perfecta.
Yo sueño, pienso, deseo, y le pido fervientemente a Dios que me sorprenda con lo imposible. Pero sé también que debo estar atento, para que cuando lo imposible suceda, yo pueda saber que fue Dios quien lo hizo. ¿Y cómo saberlo? Pues manteniéndome informado del obrar de Dios en su Palabra y tratando de vivir conforme a lo que ella dice: “No se contenten solo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica. El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida como es. Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla” (Stg.1:22-25NVI).
No quisiera terminar sin contarte un secreto complementario a todo lo dicho. La Palabra de Dios, más que mostrarme lo que puedo hacer, me muestra lo que no puedo hacer, lo imposible. ¿Acaso podremos abrir el mar como Moisés? ¿Podremos tener la paciencia de Job? ¿Podremos hacer los milagros que hizo Jesús? ¿Seremos capaces de cambiar nuestras vidas de la manera radical en que lo hizo Pablo? ¿Podremos componer como lo hizo el rey David? ¿Alcanzaremos a tener la sabiduría de Salomón? ¿Haremos descender fuego del cielo como lo hizo Elías? ¿Tendremos la entrega y humildad de María? ¡Imposible! Entonces, ¿De qué se trata todo esto? Se trata de poner en práctica nuestra confianza y sujeción en Dios, el Señor de los imposibles. Con Él, todo es posible.
Nuevamente tengo que aclarar que lo anterior no nos debe llevar a pensar que Dios es el “genio de la botella” que anda concediendo deseos inmediatos espectaculares a todos sus amos. Primero que nada, Él es el amo y nosotros los siervos. Tampoco nuestro Señor es un “mago” que quiere sorprendernos con sus trucos y mantenernos con los ojos muy abiertos el día entero. Por el contrario, Él ama la naturalidad de la vida y proveyó los procesos naturales para ser glorificado también en medio de la naturalidad y sencillez de la realidad. Desde allí el Señor también es capaz de conseguir lo imposible.
Nuestro Señor puede hacer lo imposible para nosotros, y eso es lo que proclamamos: las imposibilidades son humanas, pero las posibilidades son de Dios.
De hecho, el profeta Ezequiel nos cuenta que el Señor le mandó “profetizar” a los huesos que estaban desperdigados delante de su presencia. ¿Darle un discurso a los huesos? Pues sí, eso es lo que le mandó el Señor, pero lo que no estaba dentro de lo posible era el mensaje que Ezequiel tuvo que profetizar. Un mensaje posible de pronunciar por Ezequiel hubiera sido quizás hablarles acerca de los peligros de la osteoporosis, de la falta de calcio, la identificación con el ADN o algo mejor todavía: “¡cómo impedir que entren perros al valle!”. Todos estos son temas absolutamente posibles y prácticos para huesos secos. Pero el mensaje de Ezequiel era completamente distinto: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del SEÑOR! Así dice el SEÑOR omnipotente a estos huesos: ‘Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida, y así revivirán. Entonces sabrán que yo soy el SEÑOR’” (Ez. 37:4-5 NVI).
El gran milagro de Dios es que puede revertir cualquier proceso, que puede devolver la vida después de la muerte, que puede traer honra cuando no hay más que desprecio, que puede cambiar un corazón de piedra en un corazón de carne, y que Él mismo puede dar su vida para que los muertos podamos vivir por Él. Nuestro Señor puede hacer lo imposible para nosotros, y eso es lo que proclamamos: las imposibilidades son humanas, pero las posibilidades son de Dios.
Finalmente, una de las mayores muestras de la sobrenaturalidad de Dios es cuando pone en el corazón de hombres y mujeres algo que ha sido imposible a los seres humanos desde que el mundo es mundo. Nosotros estábamos separados de Dios, imposibilitados para creer y ajenos a la vida de Dios. Sin embargo, nuestro Señor hizo lo imposible al darnos el don de la fe como un regalo de su sola gracia. Esa fe nos hizo reconocer nuestra condición, nos llevó al arrepentimiento, y nos hizo descubrir que la vida estaba en Jesucristo, quien murió y resucitó para nuestra justificación. Con su inmenso poder redentor nos liberó y nos dio un nuevo corazón.
Ahora, bajo ese poder, el Señor ha logrado algo más que también era imposible. El logró que tengamos desprendimiento y amor por los más débiles y disposición para vivir con sencillez, sin hacernos daño mutuamente, de acuerdo a los mandamientos que Él mismo nos dejó y que éramos incapaces de cumplir. Santiago nos recalca esto con mucha claridad: “Si alguien se cree religioso pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada. La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo” (Stg. 1:26-27 NVI).
Termino esta reflexión preguntándome: ¿Qué será más sobrenatural: abrir el mar o atender compasivamente al desvalido? ¿Qué será más sobrenatural: hacer que caiga fuego del cielo o dejar de hacer daño con mis palabras? Lo que es imposible para nosotros, es posible para el Señor de lo imposible.