Hace varios años, mi esposo y yo visitamos una antigua fortaleza española ubicada en La Habana, Cuba. Se llama “La cabaña”. Esas construcciones son una especie de ícono de la conquista en las Américas. Ahora casi todas constituyen museos, pero en sus tiempos de gloria estos baluartes tenían entre sus habitaciones varios calabozos, cuartos oscuros y húmedos donde los prisioneros estaban bien custodiados.
No tenemos todos los detalles, pero muy bien pudiera haber sido un lugar así, oscuro, húmedo, de máxima seguridad, donde Pablo escribió su carta a los filipenses. Estaba preso, y no como en las cárceles de Norteamérica en el siglo XXI, sino preso a la manera de Roma en el siglo primero: encadenado a un soldado las 24 horas del día.
¿Por qué hablo de Pablo y de la cárcel? Porque este hombre, que pasó gran parte de su ministerio entre golpes y prisiones, aprendió el antídoto contra la insatisfacción y tomó una decisión que trasformó para siempre su vida.
Parte de esa carta es este versículo: “he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre” (Fil. 4:11b, NVI). ¿Frase clave? “Cualquier situación”. Muchas veces nosotros limitamos la satisfacción a las circunstancias. Una vida satisfecha no depende de las circunstancias. El contentamiento, otra manera de llamar a la satisfacción, es una decisión que tomamos en función de nuestra certeza de que Dios tiene el control. Y eso nos ayuda no solo a estar satisfechas, sino gozosas.
El contentamiento, otra manera de llamar a la satisfacción, es una decisión que tomamos en función de nuestra certeza de que Dios tiene el control.
A esta carta de Pablo, se la conoce como la epístola del gozo porque en más de una ocasión el apóstol exhorta a sus lectores a que se alegren, que tengan gozo. Si Pablo la hubiera escrito tranquilo desde su casa o mientras disfrutaba de un ministerio sin complicaciones, sería más entendible. Pero Filipenses es una carta que desafía toda lógica humana. ¿Qué tiene de ilógica? Ya lo mencionamos un poco antes: estar encadenado a un soldado romano, en espera de sentencia y sin tener muy claro el futuro. Pablo tenía todos los motivos del mundo para escribir más bien “la epístola de la queja y el llanto”. Pero, con una actitud como la de Cristo y una perspectiva celestial, aprendió que su alegría estaba en el Señor.
A menudo nuestra alegría no está en el Señor, sino en nosotras mismas y en nuestro mundo. Me alegro si todo sale como esperaba. Si logro lo que me propuse. Si el futuro parece prometedor. Si no tengo conflictos con nadie. Si la vida es color de rosa. Pero todas esas cosas tienen algo en común: son temporales. No siempre todo sale como esperaba. No siempre logro lo que me propuse. No siempre el futuro es prometedor. ¡Y no siempre estoy libre de conflictos! ¿Será que algo anda mal en mí o en ti? ¡NO! Esa es la vida normal en este planeta sujeto al pecado.
¿Cuál es el antídoto que nos presenta Pablo para las aflicciones que llevan a la insatisfacción? ¡Entiendan que su alegría está en Dios! Dios está por encima de las circunstancias. Dios sigue conmigo, aunque no todo salga como yo esperaba. Dios me ama, aunque yo no logre todo lo que me propuse. Dios me promete un futuro brillante con Él en la eternidad. Dios me ha dado el gozo de la salvación. Ese es el motivo de alegría suprema a pesar de toda la lista de cosas anteriores y otras que queramos sumar. Pablo lo aprendió. ¡Cuánto cambiaría nuestra vida si entendiéramos que todo lo demás es transitorio! No viviríamos tan aferradas y seríamos más felices.
Dios sigue conmigo, aunque no todo salga como yo esperaba. Dios me ama, aunque yo no logre todo lo que me propuse.
¿Por qué nos cuesta tanto vivir de esa manera? Quizás sea una herencia que nos ha dejado el pecado, pero también es un arma del diablo en contra nuestra. Piénsalo. Si el gozo del Señor es nuestra fuerza, entonces Satanás hará todo lo posible para que lo perdamos y así debilitarnos. ¿Cómo lo hace? De muchas maneras, pero te comparto tres.
- Si nos enfocamos en las circunstancias, tenemos más motivos para entristecernos que para alegrarnos. Si nos enfocamos en Dios, en Quién es Él, podemos tener gozo. Así que el enemigo de nuestra alma hará todo lo posible para que cambiemos el enfoque. ¡Estemos atentas y reenfoquémonos!
- Si dejamos que sean nuestros pensamientos los que nos controlen y no la verdad de Dios, establecida en su Palabra, es muy probable que terminemos sin gozo alguno. Dale prioridad al tiempo diario en la Palabra. La distracción es un arma del enemigo. Nos entretiene y nos ocupa en tantas cosas que no nos queda tiempo para pasar en la Biblia, con Dios.
- Si nos sumamos a la mayoría y vivimos con un espíritu de queja, perdemos el gozo. Si cultivamos el hábito de la gratitud, seremos personas gozosas, felices, porque reconocemos la bondad de Dios a cada paso en nuestra vida.
Nunca he sido una persona demasiado risueña. De hecho, al principio de nuestro matrimonio, mi esposo y yo teníamos desavenencias porque él puede reírse de cualquier cosa y a mí no me resulta tan fácil. Sin embargo, con el paso de los años, he podido comprobar que su método es mucho mejor que el mío. Y como no me resulta algo natural, le he pedido a Dios que me ayude a experimentar su gozo, a vivir su gozo, a mostrar su gozo.
Con un espíritu de gozo podemos vivir la vida de manera muy diferente, como Dios la diseñó.
Con un espíritu de gozo podemos vivir la vida de manera muy diferente, como Dios la diseñó. Y es por eso mismo que entonces Pablo, en Filipenses 4:13, nos dice por qué puede estar satisfecho independientemente de su situación: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
No podemos olvidar que, aunque hoy tenemos esta carta separada por versículos, originalmente era un texto completo. Y cada idea está relacionada con la anterior. Pablo aprendió a vivir satisfecho (v. 11) porque contaba con la fuerza de Cristo (v. 13).
¿Sabes? Dios espera de nosotras que vivamos contentas, satisfechas, con la vida que nos ha regalado. Eso no quiere decir que no tengamos metas o propósitos. ¡Al contrario! Pero, si no soy feliz con lo que tengo ahora, tampoco lo seré con lo que venga después.
De nada nos vale la piedad, o la religión como dicen otras versiones, si no aprendemos a vivir contentas, satisfechas con lo que ya Dios nos ha dado. A fin de cuentas, todo proviene de Él.