Pensando
correctamente acerca de las parábolas
A pesar de
la popularidad de las parábolas, tanto el método como el significado detrás de
la utilización de estas historias por Jesús eran a menudo mal entendidos y
tergiversados, incluso por los estudiosos de la Biblia y expertos en el género
literario.
Por
ejemplo, muchos entienden que Jesús dijo parábolas por una sola razón: para que
su enseñanza fuera lo más fácil, accesible y conveniente posible.
Después de
todo, las parábolas estaban llenas de características familiares: escenas
fácilmente reconocibles, metáforas agrícolas y pastorales, asuntos propios del
hogar y la gente común.
De manera natural, esto hacía sus palabras más simples para sus oyentes
provincianos, permitiendo que se relacionaran con ellas y las comprendieran
mejor. Este era sin duda un método de enseñanza brillante, revelando misterios
eternos a mentes simples.
Las parábolas de Jesús
ciertamente demuestran que incluso las historias e ilustraciones más simples
pueden ser herramientas eficaces para la enseñanza de las verdades más
sublimes.
Algunos
afirman que el uso de las parábolas por Jesús prueba que la narración es un
método mejor para la enseñanza de la verdad espiritual que los discursos
didácticos o la exhortación mediante sermones; que «las historias influyen con
mayor vigor. ¿Quieres destacar un aspecto o plantear una cuestión? Cuenta una
historia. Jesús lo hizo».
Otros van aún más lejos, afirmando que el formato del discurso en la
iglesia siempre debe ser narrativo, no exhortativo o didáctico. Señalan como
referencia a Marcos 4.33–34, que
describe la enseñanza pública de Jesús durante la última parte de su ministerio
en Galilea de esta manera: «Con muchas parábolas como estas les hablaba la
palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba». De modo
que el argumento es que la narración debe ser el método preferido de cada
pastor, sino el único estilo de predicación que utilicemos. En palabras de un
escritor: Un sermón no es una conferencia doctrinal. Es un evento en un tiempo
dado, una forma de arte narrativo más parecido a una obra de teatro o a una
novela en vez de a un libro. Por lo tanto, no somos ingenieros científicos;
somos artistas narrativos por función profesional. ¿No le parece extraño que en
nuestra formación en oratoria y homilética rara vez consideramos la conexión
entre nuestro trabajo y el del dramaturgo, novelista o guionista de televisión?
[...] Yo propongo que comencemos a considerar el sermón como una trama
homilética, una forma de arte narrativo, una historia sagrada.
De hecho, ese es precisamente el
tipo de predicación que ahora domina muchos púlpitos evangélicos y de mega
iglesias. En algunos casos, el púlpito ha desaparecido por completo, siendo
reemplazado por un escenario y una pantalla.
Las personas clave en el personal de la iglesia son aquellas cuya tarea
principal es dirigir el grupo de teatro o el equipo de filmación. La
declaración de la verdad en forma proposicional está ausente. Lo que está ahora
en boga es decir historias, o representarlas, de una manera que aliente a las
personas a adaptarse a sí mismas en la narración. Las historias son
supuestamente más acogedoras, más significativas y más gentiles que los hechos
rudos o los reclamos de la verdad sin ambigüedades. Este punto de vista sobre
la predicación ha ido ganando aceptación por tres o cuatro décadas, junto a
otras estrategias pragmáticas de crecimiento de la iglesia (una tendencia que
he criticado en otro lugar).
He aquí cómo una editorial religiosa anuncia
un influyente libro que trata de la revolución a finales del siglo XX entre la
predicación y la filosofía del ministerio: «La predicación está en crisis. ¿Por
qué? Debido a que el enfoque tradicional y conceptual ya no funciona... No es
capaz de captar el interés de los oyentes».
El libro en sí dice: «El antiguo enfoque
temático/conceptual de la predicación está en condición crítica, si no en una
fase mortal».
Innumerables
libros recientes sobre la predicación se han hecho eco de esta apreciación o algo
similar. ¿Cuál es el remedio? Nos dicen una y otra vez que los predicadores
deben verse a sí mismos como narradores, no como maestros de doctrina. He aquí
una muestra típica: Contrariamente a lo que algunos nos quieren hacer creer, la
historia, no la doctrina, es el ingrediente principal de la Biblia. No tenemos
una doctrina de la creación, tenemos historias de la creación. No tenemos un
concepto de la resurrección, tenemos maravillosos relatos del domingo de
resurrección. Hay relativamente poco, ya sea en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento que, de una forma u otra, no descanse en la narrativa o historia.
Declaraciones como estas son
peligrosamente engañosas. Es un completo disparate poner a la historia contra
la doctrina como si fueran hostiles la una a la otra o, peor aún, enfrentar a
la narrativa contra la proposición como si fueran de alguna manera mutuamente
excluyentes.* La idea de que «una doctrina de la creación» o «un concepto de la
resurrección» no pueden expresarse mediante la narración es simple y obviamente
falso. Asimismo, es evidentemente falso afirmar que «no tenemos un concepto de
la resurrección» enseñado en las Escrituras aparte de las narraciones.
Vea, por ejemplo, 1 Corintios 15, un capítulo largo,
dedicado por completo a una sistemática, pedagógica y polémica defensa de la
doctrina de la resurrección corporal, repleta de exhortaciones, argumentos,
silogismos y abundantes declaraciones proposicionales. Por otra parte, hay una
diferencia clara y significativa entre una parábola (una historia hecha por
Jesús para ilustrar un precepto, proposición o principio) y la historia (una
crónica de los acontecimientos que sucedieron en realidad).
La parábola ayuda a explicar una verdad; la historia da un relato real de
lo que sucedió. Aunque la historia es contada en forma de cuento, no es ficción
ilustrada, sino realidad. Una de las principales formas en que las
proposiciones esenciales de la verdad cristiana han sido preservadas y
transmitidas hasta nosotros es mediante la inclusión de ellas en el registro
infalible de la historia bíblica.
Una vez más, este es el principio sobre el cual Pablo construyó su
argumento acerca de la verdad de la resurrección corporal en 1 Corintios 15. Su defensa de la
doctrina se inicia con un recuento de los hechos históricos que se confirmaron
con creces por varios testigos presenciales. De hecho, las doctrinas
consideradas «lo más importante» (v. 3, ntv) eran todas puntos clave en la
historia de ese fin de semana de la Pascua definitiva: «Que Cristo murió por nuestros
pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al
tercer día, conforme a las Escrituras»
(vv. 3–4).
La idea de que las historias son siempre mejores y más útiles que los
reclamos directos de la verdad es una patraña posmoderna malograda. Diferenciar
las historias de las proposiciones de forma tan tajante y ponerlas unas contra
otras (como si fuera posible narrar historias sin declaraciones
proposicionales) es simple prestidigitación retórica sin sentido. Este tipo de
galimatías intelectuales es una herramienta típica de la deconstrucción del
lenguaje. El verdadero objetivo de este ejercicio es confundir el sentido,
eliminar la certeza y echar por el suelo el dogma.
** Pero el ultraje flagrante de las parábolas de Jesús por los
comentaristas modernos es a veces aún peor. Un punto de vista más radical que
está ganando rápidamente popularidad en estos tiempos posmodernos es la noción
de que las historias por su propia naturaleza no son definidas o tienen
significado objetivo; están totalmente sujetas a la interpretación del oyente.
Para esta manera de pensar, el uso de las parábolas por Jesús fue un repudio
deliberado de las proposiciones y el dogma a favor del misterio y la
conversación.
Un comentarista dice: «Es la naturaleza de la narrativa la que se presta
a la imaginación de un oyente y se convierte en lo que el oyente quiere que
sea, a pesar de la intención del narrador. Las narrativas son esencialmente
polivalentes y por lo tanto, sujetas a una amplia gama de lecturas».7 Este
mismo autor cita diferencias de interpretación sobre las parábolas de Jesús de
otros comentaristas y cínicamente declara: «Las parábolas funcionan de maneras
como intérpretes y oyentes quieren que funcionen, a pesar de todo lo que Jesús
pudo haber previsto con ellas... Simplemente no sabemos cómo Jesús empleó las
parábolas y claramente no tenemos esperanza de descubrir su intención».
Pero él no ha terminado aún: Los intérpretes
de las parábolas no están diciendo a los lectores lo que Jesús quiso decir en
realidad con la parábola; ellos simplemente no lo saben, ni lo pueden saber.
Los intérpretes describen lo que piensan que Jesús quiso decir, que es algo muy
diferente. A través de un encuentro con una parábola, en la mente de un lector
en particular se evoca una explicación y la respuesta depende tanto de lo que
el intérprete aporta a la parábola como de lo que ella misma dice, tal vez más.
Si el intérprete hubiera estado presente cuando Jesús dijo la parábola
por primera vez, quizá la situación no habría sido muy diferente. Mi intérprete
moderno hipotético, a quien he hecho regresar en el tiempo a los pies de Jesús,
todavía tendría que encontrarle el sentido a la parábola igual que los
intérpretes de hoy. En aquel tiempo, como ahora, sin duda que otros entre los
presentes habrían tenido muy diferentes respuestas. En este sentido, la
situación con las interpretaciones de las parábolas hoy es idéntica a lo que
habría sido en el primer siglo. Por lo tanto, nunca han existido
interpretaciones «correctas» de las parábolas de Jesús. Por «correctas» quiero
decir interpretaciones que capten la intención de Jesús. Dada la naturaleza de
la narrativa, no hay una sola explicación de una parábola que pueda descartar a
todas las demás.
Lo
confieso: es para mí un misterio por qué alguien que tiene tal punto de vista
querría molestarse en escribir un libro sobre las parábolas. Que una persona
rechace la verdad proposicional ilustrada por una parábola, por supuesto sigue
siendo un enigma. El problema no es que la parábola no tenga un verdadero
significado, sino que está en que los que se acercan a la historia con el
corazón incrédulo ya han rechazado la verdad que ilustra la parábola.
La posición por la que el autor aboga es una versión exagerada de la
crítica entre lector y respuesta, otra herramienta favorita del lenguaje
posmoderno de la deconstrucción. La idea subyacente es que el receptor, no el
autor, es el que crea el significado de cualquier texto o narración. Esta es
una espada de doble filo. Si se aplica sistemáticamente, este enfoque de la
hermenéutica expondría la incomprensibilidad de la propia prosa del
comentarista. En resumen, es solo otra expresión de la agenda posmoderna para
confundir en lugar de aclarar, motivada por un rechazo obstinado de la
autoridad e inerrancia bíblicas.
(Nota cuando pueda continuare escribiendo este libro es muy interesante)