“Hasta las cosas buenas reciben castigo”.
Si has servido en el ministerio por un período de tiempo prolongado, es posible que hayas dicho una expresión como esta en una sesión de consejería, cuando has ofrecido palabras de sabiduría o aliento en un momento difícil en la vida de alguien, o incluso cuando saludaste a personas un domingo y tus esfuerzos fueron recibidos con hostilidad. Se siente horrible cuando te dan mal por bien, o te echan en cara tu deseo de ayudar.
Amortiguar el daño recibido por otras personas es la parte que menos me gusta de servir como pastor. Sé que hay cosas que haré, con la mejor de las intenciones, que serán retorcidas y malinterpretadas, pero la frecuencia es impredecible, y es el elemento sorpresa de eso que hace que duela mucho.
Aunque generalmente el problema está en una causa subyacente en la otra persona, y no necesariamente en algo que realmente hice, nunca deja de desanimarme. Seamos honestos, pastor y líder de ministerio, ser tratado con desdén crea heridas profundas que llevas pero que no muestras a los demás.
La gente lastimada te lastima
En los últimos años se ha hablado mucho de los daños causados por los líderes de la iglesia y de congregantes que han abandonado la iglesia, en general, porque está llena de hipócritas y abusos. Lamentablemente, en algunos lugares ese es el caso, pero no creo que sea la norma. Entre los pastores y líderes de ministerio que conozco, lo que prevalece más son los cortes y golpes siempre dolorosos y a veces calculados sobre el carácter, el llamado, y el alma del pastor de aquellos a quienes trató de servir y amar. “La gente herida lastima a otros”; ese lema se encuentra en el catálogo del dolor pastoral y debería prácticamente ser una ley científica de algún tipo, justo al lado de la gravedad y la termodinámica.
Se nos ha dado la responsabilidad de ser los que encontramos a los heridos y quebrantados para llevarlos a Jesús.
Pastor y líder de ministerio, necesito que me escuches cuando te digo que, en general, las heridas que recibes de tu iglesia generalmente no se tratan de ti. Sé que esto no hace que duela menos, pero es la verdad.
Tenemos un llamado de Dios a darnos por a las personas heridas. Se nos ha dado la responsabilidad de ser los que encontramos a los heridos y quebrantados para llevarlos a Jesús.
Cuando eres tú el que está herido
Soy una persona grande. Cuando digo grande, quiero decir gruesa, capaz de levantar objetos pesados. Soy el que no cabe bien en el asiento del avión, el que a veces rompe los muebles de otras personas simplemente sentándose en ellos. Sí, grande. Naturalmente, los osos me sorprenden porque compartimos algunas características similares. Hace unos años, mi esposa y yo hicimos un viaje por carretera al Parque Nacional de Yellowstone y tenía un objetivo: ver un oso.
Después de una semana de buscar, no sucedió. Avistamientos sin osos. Terminé decidiéndome por un documental sobre osos. En él, el narrador expresó lo peligroso que puede ser un oso herido. El oso sangrante pierde juicio, discernimiento, facultades de razón, y se convierte en la criatura más feroz del bosque.
El pecado es como una herida en nuestro corazón y alma. Nos afecta a todos, y a algunos en mayor medida debido a eventos traumáticos y abusos, y nos hace sentir como el oso enojado, feroz, y herido que ataca, no solo a su enemigo, sino incluso al que intenta ayudar. ¿Suena familiar? ¿Sientes que tienes algunas marcas de garras en tu alma?
Ser herido una vez por un congregante es una cosa, pero años de servicio ministerial con herida tras herida se convierte en algo más. Aquí hay una gran advertencia para los líderes de ministerio: si tu iglesia te ha lastimado, corres el riesgo de ser el que hiere más. Puedes convertirte en el oso herido.
Sanando tu dolor
Si estás en el liderazgo ministerial, no puedes esconderte ni evitar a las personas lastimadas para “protegerte” a ti mismo. ¿Entonces qué puedes hacer? En última instancia, debemos creer en esto antes de que podamos tener la esperanza de cuidar a los heridos:
“[Dios] sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas”, Salmo 147:3.
Dios venda nuestras heridas y nos usa para vendar las heridas de los demás.
Deja que Jesús sane tu corazón roto para que puedas llevar la verdadera sanidad a los corazones de aquellos a quienes debes cuidar.
El estar calificado para ayudar a personas lastimadas no está en encontrar una manera de protegerte de palabras injustas, ataques, y acciones. O aislarte por completo de la emoción. Primero debes estar cerca de tu amoroso Salvador, quien fue herido por ti, por tu pecado y todos sus efectos. A partir de ahí, puedes amar a las personas que sufren, a pesar de sus pedradas y flechazos.
Cuando cargas con múltiples ataques menores, sin entregárselos a Cristo, tus heridas se hacen aún más profundas y se vuelven más grandes. Te cansas, y tus heridas ya no quedan ocultas. Mantente en guardia para que tú también no seas como el oso enojado que hiere a los que están a su alrededor. Deja que Jesús sane tu corazón roto y vende las heridas a medida que surjan para que Dios pueda usarte para llevar la verdadera sanidad a los corazones de aquellos a quienes debes cuidar.