Dar fruto es el propósito subyacente detrás de la dádiva del Hijo de Dios. Cristo sufrió, murió y resucitó para que nosotros muriéramos a la ley y seamos “de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (Romanos 7:4).
Un nuevo creyente en Cristo siempre exhibirá un cambio en su conducta como prueba de que el proceso de dar fruto ha comenzado. Pablo les dijo a los colosenses: “La palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad” (Colosenses 1:5-6).
Un número creciente de iglesias, con temor de "espantar" a las personas, se han vuelto más empeñados en ser sensibles a los buscadores que en confiar en que Dios transforma vidas, como lo ha estado haciendo durante más de dos mil años. No debemos preocuparnos por el poder del Evangelio, ya que éste sigue siendo el poder de Dios para salvación. Sólo necesitamos ser lo suficientemente valientes para comunicarlo con sencillez y amor.
Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis… todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos” (Mateo 7:16-17). Aunque Jesús dio esta enseñanza en el contexto de una advertencia sobre los falsos profetas, su aplicación es universal. La única prueba indiscutible de que la gracia de Dios está obrando en nosotros es el fruto espiritual que producimos. Esto no es legalismo ni misticismo, sino un hecho de la vida en el reino de Dios.
Recuerda, Israel fue rechazado por su propio Mesías porque no dio fruto: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43).
El Espíritu Santo fue enviado para atraer tiernamente a las personas a Cristo. Cuando respondas a su voz y te humilles ante la presencia de Dios, pídele un avivamiento personal que dé fruto para la alabanza de la gloria de su gracia.
Jim Cymbala