En mis últimos años como pastor desarrollé una hipótesis relacionada con la verdadera marca de madurez en Cristo. Esta hipótesis surgió después de presenciar e interactuar con muchas personas que parecían maduras en Jesús pero que, en definitiva, no reflejaban necesariamente un carácter similar a Jesús.
¿Mi hipótesis? La madurez cristiana en última instancia se manifiesta en la amabilidad.
Algunos de estos líderes parecían maduros en Cristo debido a su gran aptitud teológica, su capacidad para orar, su gran influencia dentro de su iglesia, o en la cultura cristiana en general, pero carecían de bondad bíblica.
Madurez en reflejar a Dios
Hay muchas marcas de un creyente maduro, y no quiero minimizar esta complejidad sino armonizarla enfocándome en la amabilidad, que creo que une muchas, si no todas, estas marcas. Me aferro a esta hipótesis porque:
“… la bondad de Dios te guía al arrepentimiento”, Romanos 2:4.
El argumento de Pablo en Romanos 2 es claro: la ignorancia flagrante y el rechazo del carácter de Dios conducirán a un endurecimiento destructivo de nuestros corazones en contra de la abundante paciencia, autocontrol, y amabilidad de Dios (Ro. 2:2-5). Oponerse a la bondad de Dios no conduce ni a la vida ni a la plenitud.
Si somos gente redimida por Dios que se transforma poco a poco en la imagen de Jesús (2 Co. 3:18), es lógico que a medida que maduramos en Cristo asumiremos las características divinas de nuestro Dios. Debido a la naturaleza de haber sido creados a imagen de Dios, reflejamos lo que es Dios. Una vez que recibimos la redención a través de Jesús, se nos promete volver a ser hechos, por la gracia de Dios y en última instancia, en un reflejo perfecto de Dios en su mundo (Col. 3:10).
Madurez en carácter
Pero ¿por qué es la bondad el reflejo más verdadero de la madurez? ¿Por qué no el conocimiento, o el talento, o la influencia, o el poder?
Incluso si tuviéramos todo el conocimiento, todos los dones, una influencia suprema, y un poder absoluto, estos atributos son secundarios al carácter, porque no fluyen necesariamente desde el hombre interior, y por lo tanto pueden usarse de manera contraria al carácter de Dios.
La bondad refleja el corazón de Dios y está intrínsecamente ligada a quién es Él.
La bondad, por otro lado, refleja el corazón de Dios y está intrínsecamente ligada a quién es Él. Es la bondad amorosa de Dios que envió a su único Hijo a sufrir y morir en lugar de los pecadores para reconciliarse con Él por la fe (Jn. 3:16-17). Una fe que se nos otorga, no por nuestro mérito, sino por la bondad amorosa de Dios para llevarnos al arrepentimiento. Creo que es imposible entender la historia de la redención sin comprender la naturaleza de Dios, que en gran parte es una naturaleza de bondad.
Madurez en la bondad con los demás
Si reflejamos el corazón de Dios, crecemos en bondad a medida que maduramos en semejanza a Cristo. Esta es una verdad simple y poderosa cuando evaluamos nuestra madurez en Jesús. Podemos ser súper efectivos en el liderazgo, la enseñanza, la predicación, o cualquier otro deber ministerial, pero ¿estamos creciendo en amabilidad hacia los portadores de la imagen, personas con quienes vivimos e interactuamos?
Jesús, la imagen perfecta del Dios invisible (Col 1:15) fue amable:
- Amable con los quebrantados por el pecado (Lc. 19:1-10).
- Amable con los que no entendían (Mr. 4:13).
- Amable con los que estaban sufriendo (Mr. 5:25-34).
- Amable con los necesitados (Mt. 14:16-20).
Hay innumerables ejemplos más de la bondad de Jesús hacia los pecadores, y a medida que los que confiamos en Él nos parezcamos más a Él, nosotros también debemos ser más amables.
La obra de Dios en nuestras vidas es una bondad continua.
La madurez es continua
La bondad de Dios conduce a nuestro arrepentimiento y cambia la forma en que reflejamos el corazón de Dios para con otros, aquellos que Dios quiere alcanzar, salvar, cambiar, y crecer. La obra de Dios en nuestras vidas es una bondad continua que sigue persiguiendo, redarguyendo, y conduciendo al arrepentimiento.
Lamentablemente, me temo que incluso si caminamos muchos años con el Señor, pero no hemos crecido en amabilidad, no hemos madurado realmente en nuestra relación con Jesús. Si somos teológicamente precisos, si somos predicadores poderosos, si somos perspicazmente influyentes, o si somos prácticamente poderosos, pero no tenemos bondad amorosa, ¿mostramos el amor radical de nuestro Salvador y nuestro Dios que salva y cambia a los pecadores no por la lógica mundana, sino por la amabilidad de su persona en la necedad de la cruz?
Pregúntate a ti mismo y a los que te rodean si eres amable. ¿Estás creciendo en amabilidad? Esta idea puede ser la clave para tu creciente madurez en Jesús. Deja que la bondad de Dios te lleve al arrepentimiento y a la bondad.