“Así que el ángel me dijo: Ésta es la palabra del SEÑOR para Zorobabel: No será por la fuerza ni por ningún poder, sino por mi Espíritu – dice el SEÑOR Todopoderoso”
(Zacarías 4:6*)
Las cadenas de noticias se han acostumbrado a usar cada día más los videos de individuos que han filmado con sus celulares accidentes de tránsito, incendios, asaltos, y demás sucesos importantes que hayan ocurrido de forma repentina en una localidad. Lo que más me sorprende es percibir con tristeza que son mucho más los periodistas amateurs que están preocupados por filmar hasta el último detalle, que los que se involucran de manera positiva en la resolución de la crisis que se presenta delante de sus ojos… y por qué no decirlo, delante también de sus manos y pies.
Es como si estuviéramos más preocupados en documentar el suceso para nuestros amigos de las redes sociales y recibir muchos likes, que en tener la suficiente compasión y valentía para ayudar a resolverlo o mitigar el dolor. No hay duda de que vivimos en la sociedad más “observadora” de la historia de la humanidad, y quizás, tenemos que decirlo, sea la generación más indolente de toda la historia. Alguien podría decir que hay muchas causas que se “defienden” hoy en día, pero eso solo refuerza mi tesis porque esas causas se pelean verbalmente y con imágenes en las redes sociales y desde la comodidad de mi cama, el sofá de mi sala, o el café de la esquina. Más allá de eso, somos infinitamente más pasivos que otras generaciones.
El escritor romano Suetonio en su libro La vida de Tito plasmó la frase “Amici, diem perdidi”, que se puede traducir como, “Amigos, un día perdido”. El historiador afirma que era la frase que el emperador romano acostumbraba decir cuando durante el día no había hecho ninguna buena obra. En nuestra nueva cultura del relajo, la autosatisfacción, y la “filmación participativa”, esta frase podría sonar cursi y hasta casi un engendro ideado en contra de nuestra bien ganada libertad y bienestar de meros observadores a través del celular. En nuestro tiempo, nada es más horroroso que invitar a la gente a cumplir con su deber. Al parecer, la misión cumplida ahora está en directa proporción al video filmado, al beneficio de los likes alcanzado, porque sin un aliciente difícilmente se moverá la mula.
Dentro del corazón del cristiano todavía vibra el deseo por realizar obras desinteresadas.
Más allá de nuestro comentario anterior, no dudo en afirmar que dentro del corazón del cristiano todavía vibra el deseo por realizar obras desinteresadas, por la negación y la entrega bajo el ejemplo de Jesucristo, por la buena obra del día sin cámaras cercanas ni selfies posados con mensajes altruistas. Muy en el fondo, todavía tenemos un corazón de bombero desinteresado y listo para servir. El problema es que en medio de tanto ajetreo por hacer valer nuestra libertad, mantenernos en el seguro margen, y buscar permanentemente nuestro bienestar, se nos ha extraviado el casco y la manguera, y ya no podemos auxiliar a los demás.
El profeta Zacarías llama la atención a los hombres y mujeres de su generación como consecuencia de su relajo. Les recuerda que el Señor espera que haya reciprocidad entre lo que decían ser y la consumación práctica de lo que se declara a voces. En una hermosa visión, el profeta observa cómo el Señor dignifica a Josué, el sumo sacerdote de esos tiempos, a pesar de las acusaciones oscuras de Satanás. Luego Dios le quita las ropas sucias y hace vestir al sacerdote con los ropajes sacerdotales, para después decirle: “… Si andas en mis caminos y me cumples como sacerdote, entonces gobernarás mi templo y te harás cargo de mis atrios. ¡Yo te concederé un lugar entre estos que están aquí!” (Zc. 3.7). ¿Se dan cuenta que aun en los tiempos bíblicos el hábito no hace al monje? Por eso era necesario que Josué se propusiera caminar de acuerdo a las ordenanzas de Dios, y que pusiera todo de su parte para actuar con la dignidad que de parte de Dios había recibido. Lo importante es que sea sacerdote de afuera hacia adentro y no solo por su apariencia exterior o su título.
Emmanuel Kant escribió en su Crítica de la razón pura: “Dormía y soñé que la vida era bella; desperté y advertí que ella es deber”. ¡Cuán lejos está esa frase de la realidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo! Esta hermosa frase me hace preguntar: ¿La vida soñada y la vida real son tan diferentes? ¿La belleza y el deber son antónimos o sinónimos? ¿Por qué hemos llegado a pensar que el deber y la felicidad ya no son compatibles? ¿Has pensado alguna vez que la felicidad en el huerto del Edén era cumplir con el deber de “labrar y guardarlo” establecido por Dios? La felicidad no era un eterno disfrute del ocio, sino una inmensa actividad productiva con sentido y obediencia.
Recuerdo un comercial de televisión acerca de un juego de lotería. Aparecía un hombre maduro y un tanto fuera de forma recostado en su hamaca, dormitando, junto a una gran piscina que tenía de fondo una tremenda mansión. Él aparece casi en la misma posición durante varias horas del día, siempre dormitando. Al parecer, ese era el ideal soñado que se estaba promoviendo… un letargo permanente y somnoliento por el resto de la vida. ¿Así nos imaginamos la vida y el bienestar? ¿Nuestro sueño de vida es vivir soñando? Sé que muchos sueñan con una vida así y creo que están muy equivocados. Tengo que decir que, para nosotros los cristianos, la propuesta de felicidad y belleza está en concretar tareas, en hacer la voluntad de Dios (que no es imposible), en ayudar a otros a capear los temporales de la vida, y en “aprovechar el tiempo porque los días son malos”… ¡Ese es nuestro sueño!
La presencia vital del Espíritu Santo en nuestra vida multiplica nuestra efectividad y nos llena de sabiduría.
El Señor destina de su fuerza y de su propia potencia y sabiduría para emprender las tareas que tenemos por delante. Esa es la promesa que leímos en el encabezado de nuestra reflexión. La presencia vital del Espíritu Santo en nuestra vida multiplica a la “n” nuestra efectividad, nos llena de sabiduría, y nos capacita para disfrutar de la acción más que del reposo. Pero atención, lo que Zacarías anuncia se opone a las nuevas expectativas cristianas que ven el “poder” del Espíritu para beneficio personal, y para gratificación egoísta. Creo que el Señor nos revitaliza para ser sus siervos y seguir el ejemplo de Jesucristo entre nuestros contemporáneos. Ubicando su promesa en el correcto contexto, entonces podremos decir junto con Zacarías: “¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Yo vengo a habitar en medio de ti! —afirma el SEÑOR” (Zc. 2:10).
Imagino que los mejores recuerdos de nuestra niñez y adolescencia no están ligados a las clases de matemáticas o pruebas de ciencias. Seguramente tienen en mente lindos veranos, paseos, fiestas, y ocio como huellas imperecederas de la supuesta felicidad juvenil. Pero tenemos que crecer, y al crecer vamos descubriendo que podemos ser útiles, que nuestra vida cobra significado cuando puede ser utilizada por otros para entregar algo a los demás que es nuestro y que nos ha costado conseguirlo. Algo que es más que un lindo recuerdo, un selfie, o un like. De seguro también descubrimos el amor de Dios cuando otros se disponen a darnos de los que ellos tienen para satisfacer lo que nos falta. Por eso es que, si al crecer seguimos regidos solo por el ocio y la autosatisfacción, entonces estaremos perdiendo la bendición de sabernos útiles en las manos del Señor.
El apóstol Juan escuchó una gran promesa en sus visiones apocalípticas: “Entonces oí una voz del cielo, que decía: ‘Escribe: Dichosos los que de ahora en adelante mueren en el Señor’” (Ap. 14:13). Cada día que despertemos por la mañana habrá trabajos y múltiples tareas por realizar. Serán oportunidades que no podremos dejar perder porque es muy posible que no estarán el día de mañana. Estas obras, nunca las haremos solos. El Espíritu Santo será para nosotros como un ejército que nos ayudará a vencer a los enemigos y será el que nos dé la fortaleza para levantar las más pesadas piedras que se interpongan en el camino. Cuando un día ya no despertemos en este mundo, entonces habrá llegado el momento de descansar y ya no habrá más tareas por realizar, pero eso no significa que estaremos ociosos sentados en una nube. Allí nos dedicaremos a expresar gratitud y adoración para con Dios porque, en el fondo de nuestro corazón, sabremos que cada oportunidad para glorificarlo vino del Señor y nada hubiéramos podido hacer sin Él.
*Todas las citas bíblicas son tomadas de la NVI.