EL FRASCO DE PEPINILLOS
Pasaron los años. Terminé la
universidad y tomé un empleo en otra ciudad. Una vez, mientras visitaba a mis
padres, usé el teléfono de su recámara. Tristemente, observé que el frasco de
pepinillos no estaba. Había servido su propósito y ahora había sido
removido.
Sentí un nudo en mi garganta al contemplar el lugar junto a la
cómoda en el que frasco siempre había estado. Mi papá es hombre de pocas
palabras; nunca me sermoneaba sobre los valores de la determinación,
perseverancia y fe. El frasco de pepinillos me había enseñado todas esas
virtudes mucho más efectivamente que las palabras más elocuentes pudieran
haberlo hecho. Con cuánto cariño recuerdo a aquel viejo frasco y su lugar en mi
vida.
Cuando me casé, le conté a mi esposa Susan el importante rol que aquel
viejo frasco de pepinillos había jugado en mi vida como muchacho. En mi mente,
definía más que cualquier otra cosa, cuánto me había amado mi papá.
La
primera Navidad después que naciera nuestra hija Jessica pasamos el feriado con
mis padres. Después de cenar, Mamá y Papá se sentaron el uno junto al otro en el
sofá, abrazando por turno a su primera nieta. Jessica comenzó a gimotear
suavemente y Susan la tomó de los brazos de Papá. "Probablemente necesita ser
cambiada", dijo mientras llevaba a la bebé a la recámara de mis padres para
cambiarle los pañales. Cuando Susan regresó a la sala, había una bruma visible
en sus ojos.
Le pasó a Jessica de vuelta a Papá antes de tomar mi mano y
guiarme hacia la recámara trasera. "¡Mira!" dijo suavemente, sus ojos
dirigiéndome al lugar en el piso junto a la cómoda.
Para mi sorpresa, allí,
como si nunca hubiese sido removido, se hallaba el viejo frasco de pepinillos,
el fondo ya cubierto de monedas. Me encaminé hacia el frasco, metí la mano en mi
bolsillo y saqué un puñado de monedas. Con una mezcla de emociones atorándome la
garganta, dejé caer las monedas en el frasco. Levanté la mirada para ver a Papá
quien, cargando a Jessica, se había introducido silenciosamente en la
habitación. Nuestros ojos se toparon y me di cuenta de que ambos sentíamos las
mismas emociones. Ninguno de los dos podía hablar.
No teníamos necesidad de
ello. El frasco de pepinillos estaba de vuelta en su viejo lugar con renovado
propósito. Podía ver el gozo en la mirada de Papá mientras sostenía dulcemente
en sus brazos a su nieta. El viejo frasco de pepinillos era nuevo de
nuevo.
Aunque el "secreto" del frasco al que hace referencia
no resulte evidente a primera vista, una re-lectura de la historia deberá
dejarlo en evidencia: ¡el hábito del ahorro y la provisión para el futuro! Vaya
que si este sería un magnífico legado a las nuevas generaciones... obsesionadas
como están en la gratificación instantánea y el sacarle el máximo goce a cada
momento. La verdad es que la vida es una carrera de maratón, con momentos
sublimes y momentos terribles. Wow... eso sí que es una verdadera relación con
un Dios que nos acompaña en toda circunstancia. Enseñemos a nuestros hijos tanto
físicos como espirituales a planear para el futuro, a invertir en él, a saber
esperar... tal vez todos necesitamos un "frasco de pepinillos" en nuestra
habitación para recordárnoslo.
Autor
Desconocido