Sin duda, la sangre de Jesucristo es el regalo más preciado que nuestro Padre celestial ha dado a su iglesia. Sin embargo, pocos cristianos entienden su valor y virtud. Cantan sobre el poder de la sangre. De hecho, el himno de la iglesia pentecostal es: “Hay poder, poder, sin igual poder en la sangre de Jesús” (Lewis E. Jones). Y constantemente “cubrimos con la sangre” como una especie de fórmula mística de protección. Pero pocos cristianos pueden explicar su gran gloria y beneficios, y rara vez viven en su poder.
Cuando Cristo levantó la copa en la última Pascua, dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:20). Memorizamos su sacrificio cada vez que tenemos Santa Cena. Pero ese es el límite del conocimiento de la mayoría de los cristianos sobre la sangre de Jesús. ¡Sabemos acerca de la sangre que es derramada pero no sobre la que es rociada!
La primera referencia bíblica a la sangre rociada está en Éxodo 12:22: “Y tomad un manojo de hisopo, y mojadlo en la sangre que estará en un lebrillo, y untad el dintel y los dos postes con la sangre que estará en el lebrillo”. Mientras la sangre quedara en el lebrillo, no tenía ningún efecto; no tenía poder contra el ángel de la muerte. Tenía que ser sacada del lebrillo y rociada en la puerta para cumplir con su propósito de protección.
La sangre en Éxodo 12 es un tipo de sangre de Cristo que fluyó del Calvario. Si Cristo es el Señor de tu vida, entonces los postes de tu puerta, tu corazón, han sido rociados por su sangre. Y esta aspersión no es sólo para perdón sino también para nuestra protección.
Jesús rocía su propia sangre sobre nosotros cuando, por fe, recibimos su obra terminada en el Calvario. ¡Y hasta que realmente creamos en el poder de su sacrificio en el Calvario, la sangre de Jesús no puede producir ningún efecto sobre nuestras almas! “A quien Dios puso como propiciación [reconciliación] por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3:25).
Alabado sea Dios con grandes alabanzas por la preciosa sangre de Jesús: “También nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:11).
David Wilkerson