Uno de los enemigos más devastadores de nuestra fe es el asunto de la ofensa. En algún momento, alguien te ofenderá y tú ofenderás a alguien, sin querer. Se requieren dos respuestas: Cuando te has ofendido, ¿tendrás la fe y la obediencia para decir: “Te perdono por esto”? Y cuando has ofendido a alguien, ¿tendrás la humildad de decir: “Por favor, perdóname”?
Cuando has sido herido, Jesús tiene instrucciones para tu dolor. Al hablar con los discípulos, Jesús les dijo: “Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen!... Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Lucas 17:1, 4). Fue en este punto que los discípulos clamaron: “Auméntanos la fe” (17:5).
La fe es absolutamente esencial para la sanidad de las ofensas. Sin sanidad, las ofensas pueden convertirse en falta de perdón, lo que hará que la muerte se extienda a cada parte de tu vida.
En el caso de ofender a alguien más, los discípulos fueron criados bajo una ley que decía que uno ama a los que le aman y odia a sus enemigos. Dios entiende cualquier ofensa que soportamos y no la toma a la ligera. Jesús trajo un nuevo mensaje de perdón, sin limitación; y el perdón que damos a los demás no se puede comparar con el perdón incondicional que recibimos de nuestro Padre.
Jesús nos enseñó a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Mateo 6:11-13). Nunca serás más como Dios que cuando perdonas en fe y es el fluir divino del Espíritu de Dios el que puede reconstruirte y permitirte perdonar.
Claude Houde