Escribo desde mi casa, en España, donde estoy encerrado por decreto real y también por mi conciencia cristiana. Solo puedo salir para comprar alimentos, medicamentos o gasolina, o para realizar algún trabajo realmente necesario.
Nuestra iglesia local también está tomando precauciones en medio del coronavirus. Hemos suspendido todos los cultos, reuniones, y demás actividades presenciales de nuestra congregación por un mínimo de dos semanas.
¿Hicimos lo correcto? Yo creo que sí, por las siguientes razones:
1) Por amor a las personas
Según Jesús, el segundo mandamiento de Dios más importante es “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mr. 12:28-31).
¿Cómo mostramos amor por nuestros prójimos? Básicamente, de dos formas: (1) haciendo todo lo que podamos para hacerles bien; y (2) evitando todo aquello que pudiera hacerles daño.
Si los expertos nos dicen que el coronavirus, aunque no sea tan letal como otros virus, sí es muy contagioso, y que es muy recomendable practicar el “distanciamiento social”, entonces suspender las reuniones de nuestras iglesias es una muestra clara de amor por el prójimo.
Esto es así, sobre todo, con respecto a las personas más vulnerables: las personas mayores y las que tienen enfermedades respiratorias y otras condiciones de alto riesgo.
2) Por respeto a las autoridades
Jesús nos enseña a “[dar] a César lo que es de César” (Mr. 12:17), y tanto el apóstol Pablo como el apóstol Pedro nos exhortan a someternos a las autoridades que gobiernan (Ro. 13:1-7; 1 P. 2:13-14).
Ahora, sabemos que hay dos excepciones a ese deber de someternos a las autoridades: (1) cuando estas nos mandan hacer aquello que Dios nos prohíbe hacer; y (2) cuando nos prohíben hacer aquello que Dios nos manda hacer.
Se podría argumentar que como Dios nos manda a congregarnos (He. 10:24-25; etc.), no deberíamos obedecer a las autoridades suspendiendo nuestras reuniones. Pero lo que vemos hoy no se trata de una orden anticristiana, absoluta o permanente, y como diré más abajo, existen formas alternativas de cumplir el mandato del Señor de congregarnos.
3) Por una cuestión de humildad
Es cierto que los expertos no son infalibles, y tampoco parece haber total acuerdo en la comunidad médica y científica. Pero ¡la gran mayoría de nosotros somos mucho menos expertos!
En todas las esferas de la vida confiamos en diferentes expertos: cuando vamos al médico, confiamos en su diagnóstico; cuando nos operan, confiamos en el cirujano; cuando hay un policía dirigiendo el tráfico, confiamos en él; cuando volamos, confiamos en el piloto. Sé que hay excepciones a esta regla, pero, como norma general, confiamos en los expertos y con razón.
Hay que tener razones de mucho peso para no confiar en las personas que saben mucho más que la mayoría de nosotros sobre el coronavirus. Y no todo lo que hemos leído en Internet cuenta como razones de mucho peso.
4) Por el bien de nuestro testimonio
El mundo nos observa. Tristemente, se aprovechará de cualquier excusa para hablar mal de nosotros y, lo que es mucho más grave, para hablar mal de nuestro Señor y su Palabra.
Si queremos tener un buen testimonio, no es suficiente que evitemos hacer lo malo; tenemos que evitar la apariencia del mal. No podemos evitar que se hable mal de nosotros, pero lo que sí podemos y debemos evitar es dar razones para eso.
Las decisiones que tomemos ante el coronavirus pueden hacer daño a nuestro testimonio, o pueden convertirse en oportunidades para el evangelio, cuando la gente vea nuestra confianza en el Señor, nuestro amor los unos por los otros y por nuestros prójimos, y nuestra colaboración como ciudadanos responsables.
5) Porque existen alternativas
En esta crisis damos gracias al Señor, quizás más que nunca antes, por todo lo que la tecnología nos permite hacer hoy.
Nuestra congregación no es una de las más avanzadas en cuanto al uso de la tecnología, pero acabamos de hacer nuestro primer “culto virtual” en directo. Mientras escribo esto, mi esposa participa en una reunión por video-llamada con otras hermanas, y tenemos una docena o más de grupos de hermanas haciendo lo mismo. Estamos aprendiendo a hacer reuniones de discipulado, estudios bíblicos, y más por conferencia online.
Esto no es lo ideal. Nada puede reemplazar reunirnos en persona para adorar a nuestro Dios. Pero la tecnología nos ayuda a mantenernos en comunión y edificarnos unos a otros. Y quizás lo mejor de todo es que ¡hay no creyentes recibiendo ayuda espiritual a través de estos medios de comunicación, gracias (en un sentido) a la crisis del coronavirus!
6) Porque estas medidas son temporales
Si nuestros gobiernos estuviesen decretando el cierre de todas nuestras iglesias de manera definitiva y permanente, pasaríamos con razón a la desobediencia civil.
Pero ese no es el caso. Aunque nadie sabe cuánto durará esta crisis, parece que tiene fecha de caducidad, sea de semanas o de meses. Esperamos y oramos que las medidas que nuestros países están tomando ayuden a adelantar el fin de esta situación.
Aquello que no podríamos ni deberíamos soportar si fuera algo permanente, sí lo podemos soportar durante un período de tiempo limitado.
Palabras finales
El David bíblico tuvo que pasar bastantes meses en diferentes desiertos, privados de los medios de gracia públicos. Esta fue una situación muy dolorosa que él lamentó en más de uno de sus salmos (Sal. 18; Sal. 63; etc.).
De igual manera, es bueno que nosotros lamentemos la interrupción de nuestros cultos dominicales y demás reuniones y actividades. ¡Lo malo sería que no echáramos de menos esos medios de gracia públicos! Estos tiempos “en el desierto” son tiempos de prueba: de nuestra confianza en el Señor, de nuestro amor por nuestros hermanos y por nuestros prójimos, y de la realidad de nuestra profesión de fe.
Si el Señor quiere –¡y nunca mejor dicho!– saldremos de este “desierto”. Quiera el Señor que, cuando llegue ese momento, salgamos más agradecidos que nunca por los medios de gracia públicos, más fuertes en el Señor como resultado del tiempo de prueba, y con más ganas de disfrutar de la dulce comunión de la familia de la fe.