En una carta a los cristianos en Tesalónica, Pablo habla de un evento futuro que él llama “el día del Señor”. Él escribe: “Ahora bien, hermanos, en cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, les pedimos que no pierdan la cabeza ni se alarmen por ciertas profecías, ni por mensajes orales o escritos supuestamente nuestros, que digan: «¡Ya llegó el día del Señor!» No se dejen engañar de ninguna manera, porque primero tiene que llegar la rebelión contra Dios y manifestarse el hombre de maldad” (2 Tesalonicenses 2:1-3, NVI).
Algunos teólogos creen que “el día del Señor” al que Pablo se refiere aquí es el juicio final. Sin embargo, creo, como la mayoría de teólogos que Pablo está hablando de la segunda venida de Cristo. Y Pablo afirma que el regreso de Jesús no tendrá lugar hasta que sucedan dos cosas:
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Muchos de los que una vez conocieron a Dios se apartarán de la verdad del evangelio que han conocido.
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El Anticristo u hombre de pecado, será revelado.
Debería ser obvio para cada amante de Jesús que ya se está produciendo un “alejamiento”. Muchos creyentes, así como cristianos a lo largo de las últimas décadas, se han enfriado en su amor por Dios. En un plan para pervertir el evangelio de la gracia de Cristo, Satanás convence a las masas de creyentes de que pueden consentir sus pecados sin pagar ningún castigo. ¡Esto convierte el evangelio de Cristo en un mensaje de libertinaje! Trágicamente, muchos cristianos tibios están sucumbiendo a este espíritu de anarquía, alistándolos así, para aceptar al hombre de pecado (el Anticristo) cuando entre en escena, haciendo milagros y resolviendo problemas.
Tú puedes pensar: “A mí nunca me engañarían para seguir al Anticristo”. Pero Pablo advierte que las personas serán cegadas y engañadas por su propio pecado (2:9-10). Satanás convencerá al mundo, tal como convenció a Eva, que Dios no castiga por el pecado (2:11).
Amados, no tiene por qué ser así para ninguno de nosotros. Dios ha hecho una promesa de pacto para eliminar todo engaño de nosotros y darnos la victoria sobre el pecado, a través del poder de la cruz de Cristo. Todo lo que pide es que nosotros declaremos la guerra a nuestro pecado y digamos: “No haré las paces con este hábito. Me niego a permanecer en él. ¡Líbrame, Padre, por tu Espíritu!” Cuando él oiga esta oración, enviará tal poder y gloria del Espíritu Santo desde el cielo, que el diablo ¡no tendrá ninguna oportunidad!
Ora ahora mismo para que Dios ponga en ti, una gran reverencia por su palabra. Pídele que te ayude a ser disciplinado en la lectura de las Escrituras. Y pídele al Espíritu que te ayude a tomar en serio lo que lees: ¡creer que lo Dios dice, lo dice en serio!
David Wilkerson