“En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:22). La palabra griega para morada, como es usada aquí, significa “residencia permanente”.
Todo cristiano sabe que Dios no habita en templos o edificios hechos por el hombre. Dios no tiene una residencia física, ni nación, ni capital, ni cima de montaña. Él no reside en las nubes o el cielo, en la oscuridad o la luz del día, el sol, la luna o las estrellas. Por supuesto, el Señor está en todas partes, su presencia llena todas las cosas. Pero según su Palabra, Dios hace su hogar en los corazones y en los cuerpos de su pueblo. Todo creyente puede jactarse con confianza: “Dios vive en mí”.
Dios comenzó a permanecer en nosotros cuando le dimos nuestro corazón a Jesús por primera vez. Él testifica: “Yo estoy en mi Padre… El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:20, 23).
Mucho antes de que se creara el mundo, el Padre celestial y su Hijo estaban juntos en la gloria del cielo, viviendo en una gran dicha. Jesús aún no había caminado en la carne, con todas sus cargas y pruebas; y no sabía nada de la tristeza humana. Luego vino el plan del Nuevo Pacto, que Proverbios 8 revela. El Padre le preguntó a Jesús: “¿Tomarás carne humana y te convertirás en el sacrificio que redima a la humanidad caída?” Dios eligió morar en esta pequeña esfera llamada Tierra y eligió al hombre como el lugar donde él habitaría aquí. “Me regocijo en la parte habitable de su tierra… mis delicias son con los hijos de los hombres” (Proverbios 8:31).
¡Jesús sabía que él ya no disfrutaría de la maravillosa comunión cara a cara que tenía con su Padre, pero se deleitaba ante la idea de una dulce comunión con nosotros! Él entendió completamente el terrible panorama: la corona de espinas, el odio y el rechazo, la cruz; sin embargo, él contó el costo y dijo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Salmos 40:8).
Jesús anticipó pasar toda una vida contigo y tener una dulce comunión contigo diariamente. Proverbios 8:34: “Bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día, aguardando a los postes de mis puertas”. ¡Tú eres el deleite del corazón de Jesús! Él espera ansiosamente tu presencia y anhela bendecirte, como uno de sus amados hijos.
DAVID WILKERSON