El actor de The Office (La oficina), John Krasinski, lanzó recientemente un espectáculo personal de noticias en Youtube llamado “Some Good News” (Algunas buenas noticias). Se hizo tan popular que otros youtubers hicieron sus propias versiones. En lugar de mostrarse celoso, Krasinski respondió: “No solo apruebo este comportamiento, sino que lo motivo. Porque estoy muy consciente de que estoy solo dando las buenas noticias. Ustedes son las buenas noticias”.
En Números 11:29, Moisés demostró una humildad similar y mayor.
Dios le había dicho a Moisés que escogiera 70 ancianos de entre el pueblo. Estos hombres recibirían una porción del Espíritu Santo y de poder para llevar “la carga del pueblo”, a fin de que Moisés no la llevara solo (Nm. 11:17). Sin embargo, dos de los hombres que Moisés eligió, Eldad y Medad, permanecieron en el campamento mientras los otros ancianos estaban reunidos. A pesar de esto, cuando Dios distribuyó el Espíritu, este reposó sobre ellos también. Aun cuando estaban todavía en el campamento, Eldad y Medad comenzaron a profetizar.
En el Antiguo Testamento, la obra del Espíritu con frecuencia era temporal, esporádica, y selectiva
Josué, el ayudante de Moisés, se ofendió por causa de Moisés, ya que el que ellos profetizaran parecía estar fuera de la autoridad del profeta. Pero Moisés respondió con humildad: “¿Tienes celos por causa mía? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta, que el Señor pusiera Su Espíritu sobre ellos!” (Nm. 11:29).
El anhelo de los profetas del Antiguo Testamento
La respuesta de Moisés era algo más que una expresión personal de humildad. Su respuesta expresaba un anhelo de magnitud redentora e histórica.
Moisés era consciente de que el pueblo de Dios tenía un problema: “Hasta el día de hoy el Señor no les ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Dt. 29:4). En el Antiguo Testamento, la obra del Espíritu con frecuencia era temporal, esporádica, y selectiva. La ley fue entregada en tablas de piedra. Trabajaba externamente, desde afuera hacia dentro. No tenía poder para producir lo que ordenaba. El pueblo necesitaba un poder que obrara desde dentro hacia afuera. Necesitaban nuevos corazones con la ley de Dios escrita en ellos. Por eso Moisés anhelaba un día en el que “¡todo el pueblo del Señor fuera profeta, que el Señor pusiera Su Espíritu sobre ellos!”.
Este deseo se convirtió en el gran anhelo del Antiguo Testamento y en la expectativa para la era mesiánica por venir.
Jeremías profetizó de un tiempo en el que Dios diría: “Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré” (Jer. 31:33), e: “Infundiré mi temor en sus corazones para que no se aparten de mí” (Jer. 32:40).
Ezequiel prometió un tiempo en el que Dios diría:
“Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi espíritu y haré que anden en mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente mis ordenanzas”, Ezequiel 36:26-27 (cf. Ez. 11:19-20; 37:14; 39:29).
El pueblo necesitaba un poder que obrara desde dentro hacia afuera. Necesitaban nuevos corazones con la ley de Dios escrita en ellos
Joel esperaba el cumplimiento del gran deseo de Moisés:
“Y sucederá que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne; y sus hijos y sus hijas profetizarán, sus ancianos soñarán sueños, sus jóvenes verán visiones. Y aun sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en esos días”, Joel 2:28-29 (cf. Is. 32:15; 44:3; 59:21; Zac. 12:10; 13:1).
El anhelo que Moisés tenía de que el Espíritu fuera derramado sobre todo el pueblo de Dios se convirtió en la gran esperanza de los profetas del Antiguo Testamento.
El deseo más profundo de Juan
Cuando Juan el Bautista comenzó su ministerio profético, preparando el camino para el Mesías, su mayor esperanza en cuanto al ministerio del Mesías era quizás el cumplimiento del deseo de Moisés. Como los profetas del Antiguo Testamento, le dijo a los judíos que no era suficiente ser descendientes físicos de Abraham. Necesitaban ser renovados y transformados desde el interior (Mt. 3:9). Así que les dijo: “Yo, en verdad, los bautizo a ustedes con agua para arrepentimiento, pero Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo… Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Mt. 3:11).
Juan sabía que había un límite en lo que su bautismo podría cumplir. Podía predicar y bautizar a las personas por fuera, pero no podía cambiarlas desde el interior. Él sabía que no importaba lo fuerte que predicara o lo profundo que los sumergiera, no podía crear lo que Dios quería y la gente necesitaba. Juan podía ordenar al pueblo que se arrepintiera, pero no podía darles el poder para guardar el mandamiento.
Juan [el Bautista] podía ordenar al pueblo que se arrepintiera, pero no podía darles el poder para guardar el mandamiento
Lo que Juan estaba esperando con la llegada del Mesías, quizás más que cualquier otra cosa, era la obra del Espíritu Santo en el corazón de la gente. En cierto modo, él pensó que este sería el mayor beneficio que el Mesías traería consigo. (Juan también hizo eco de la humildad de Moisés cuando le dijo a sus propios discípulos: “Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya”, Jn. 3:30).
Finalmente, se hace realidad
Como Juan predijo, el deseo de estos grandes profetas se cumplió finalmente con el ministerio de Jesús. Justo antes de su ascensión al cielo, le dijo a sus discípulos que: “esperaran la promesa del Padre… porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch. 1:4-5).
Unos pocos días después, en Pentecostés, el Espíritu vino con poder sobre los discípulos y comenzaron a esparcir el reino a lo largo del mundo. En Pentecostés, Pedro predicó un sermón basado en la profecía de Joel 2, que si alguien del pueblo de Dios invoca su nombre, recibiría la promesa del Espíritu Santo; y ese Espíritu continuó viniendo sobre los nuevos creyentes a lo largo de todo el libro de los Hechos.
La promesa de Joel 2 es cierta para todos los creyentes hoy. Ciertamente, la presencia del Espíritu en cada cristiano se ha convertido en algo tan vital que Pablo podía decir “si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Ro. 8:9).
No hay nada de lo que estar celoso
Muchos profetas y sabios anhelaron ver lo que nosotros vemos, y no lo vieron. Lo que Moisés y la ley no podían hacer, porque eran débiles por la carne, Cristo lo hizo: muriendo por nuestros pecados, circuncidando nuestros corazones, y enviando a su Espíritu a morar en nosotros. Conllevó un largo tiempo, pero finalmente el deseo de Moisés se ha hecho realidad.
Esto no es algo de lo que haya que estar celosos, sino que se ha de compartir con alegría. El Espíritu y la Novia dicen, “ven”. El Espíritu nos impulsa hacia el mundo con el evangelio. Este tipo de comportamiento no solo es aprobado, sino que se motiva a ello. Después de todo, solo estamos dando las buenas noticias. Y Cristo es esas buenas noticias.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Manuel Bento Falcón.